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Leonid Grin, un director motivador en el segundo concierto del Baquedano Crítica de conciertos

Leonid Grin, un director motivador en el segundo concierto del Baquedano

Grin, vestido con un camisón blanco, consciente informalidad, fue recibido con vítores. La obertura de la ópera El Murciélago sirvió para calentar motores. Con alegres compases de vals, Grin se movía a sus anchas logrando resaltar la alegría de este popular título de Johann Strauss. Llegó el turno del solista de la noche, el músico sueco Sasha Rozhdestvensky quien tenía a su cargo el Concierto para Violín y Orquesta de Stravinsky.


Una de las mayores motivaciones al llegar los viernes al Teatro Baquedano fue ver a muchos jóvenes esperando que se abrieran las puertas para escuchar un nuevo programa de la Sinfónica. Van a escuchar a sus profesores o al solista, van en grupo y están fascinados. No todos son músicos, pero todos aman la música.

Partió así el segundo concierto de la Temporada. Leonid Grin, el director titular, vestido con un camisón blanco, consciente informalidad, fue recibido con vítores. La obertura de la ópera El Murciélago sirvió para calentar motores. Con alegres compases de vals, Grin se movía a sus anchas logrando resaltar la alegría de este popular título de Johann Strauss. Llegó el turno del solista de la noche, el músico sueco Sasha Rozhdestvensky quien tenía a su cargo el Concierto para Violín y Orquesta de Stravinsky.

El cambio de lenguaje son parte de las pruebas de las Orquestas para probar su versatilidad. Este concierto, parte del repertorio estable de los violinistas, combina armonías tonales con atrevidas disonancias. El compositor explora sonidos y combinaciones del violín con los vientos logrando sonidos fascinantes. Nada es evidente y Stravinski nos sorprende con atrevidos giros de dirección. La Orquesta atenta a las indicaciones de Grin logró con éxito en el complejo lenguaje stravinskiano, que deja una vara alta para lo que siguen el programa. El solista nos regaló una variación de Stravinsky de la Marsellesa, en honor al gran momento de la noche: La Sinfonía Fantástica del francés Héctor Berlioz.

Inspirado en su propia obsesión por una bella actriz, los sueños que ella le inspiraron a crear una magnífica sinfonía con cinco intensos movimientos.

El primero se conoce como Pasiones, que en forma de sonata revela el tema de la enamorada con el rechazo que lleva al protagonista a un refugio secular.

Un clima totalmente diferente se percibe en el segundo movimiento: el Baile en que la alegría invade la sala con un arpa que invita a recrear un palacio elegante lleno de vida. Tras esto vamos al campo para encontrar a los pastores recreados por el corno inglés y el oboe, introduciendo los temores de la soledad y aterrado por la inminente tormenta a cargo de la efectista percusión.

De ahí, el protagonista sueña que ha asesinado a la amada y su castigo es la Marcha al Patíbulo. Está a cargo de la percusión que señala los terroríficos momentos. Pero, sin duda, lo que todos en la sala esperábamos escuchar sucede en el quinto movimiento: El Aquelarre.

Brujos y hechiceros celebran esta fiesta macabra con mágicas melodías. Uno de los temas más potentes de la Sinfonía Fantástica, Dies Irae, ejecutado por la magistral dirección de Grin nos llevaron a gozar de los énfasis en los timbales, y violines, los contrastes y balances de la orquesta enmudecieron a la audiencia.

Gran noche en el Baquedano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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