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“Parecido a la felicidad”: Dos momentos del Chile moderno vistos por un clásico Crítica de teatro

“Parecido a la felicidad”: Dos momentos del Chile moderno vistos por un clásico

Esta versión de “Parecido a la felicidad”, dirigida por Francisco Albornoz, tiene la virtud de mantener el tono agridulce de la versión original entre el impulso vital reflejado en el título y encarnado por el brioso Gringo (Emilio Edwards), y la constatación de una búsqueda de libertad que es más una necesidad de escapar de la soledad de parte de Olga (María Jesús Marcone).


Estrenada en 1959 en el Teatro Lex de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile como parte de un festival estudiantil, Parecido a la felicidad fue un cisma como pocas veces ha pasado en la historia teatral chilena. Por primera vez se pudo apreciar una obra realista, fresca y contingente, donde el trasfondo de la historia emergía tan claro y rotundo tras una dramaturgia íntima que sugería más que explicitaba.

El enorme éxito del montaje le permitió presentarse en el Teatro Antonio Varas (del Instituto de Teatro de la U. de Chile) como la primera obra hecha por estudiantes que debutaba de manera profesional. Los estudiantes responsables de la obra eran Alejandro Sieveking en la dramaturgia y actuación, y Víctor Jara en la dirección, quienes con 25 y 27 años revolucionaron la escena con energía telúrica.

Bajo ese contexto, asombra comprobar que recién en 2016 la obra fue remontada de manera profesional con esta producción del Teatro Finis Terrae estrenada en mayo del 2016 y que luego de dos exitosas temporadas y una pasada en Santiago a Mil, vuelve a presentarse hasta el domingo 9 de abril. Y esto es porque más allá de las circunstancias de su estreno y responsables, es una obra sorprendentemente fresca y anticipatoria de un país que estaba iniciando un profundo proceso de transformación a nivel político, social e individual, emergiendo hacia una cierta noción de modernismo que prefiguraba un estado que hoy adquiere un significado profundo.

Esta versión de Parecido a la felicidad, dirigida por Francisco Albornoz, tiene la virtud de mantener el tono agridulce de la versión original entre el impulso vital reflejado en el título y encarnado por el brioso Gringo (Emilio Edwards), y la constatación de una búsqueda de libertad que es más una necesidad de escapar de la soledad de parte de Olga (María Jesús Marcone).

La precariedad que refleja la escenografía, con un pequeña pieza que contiene una cama y una mesa, más una iluminación que va emergiendo desde la más completa penumbra, trasuntan esta incertidumbre inicial en que se van debatiendo los personajes de Gringo y Olga. Ella decide irse a vivir a la pieza para concretar su relación y para escapar de una madre (Carmina Riego) que representa el apego a las normas y las reglas del “deber ser”. En el caso de Gringo, su optimismo ante el futuro contrarresta la pobreza del entorno y es ese entusiasmo el que prefigura un camino que simboliza las aspiraciones de la clase media baja de esos años frente al impulso modernista de la sociedad chilena.

Frente a las lecturas que pueden hacerse de este conflicto inicial, es interesante como la puesta en escena de Albornoz juega a contener las implicancias del dilema principal, especialmente con la aparición de Víctor (Mario Avillo), el mejor amigo de Gringo y quien establece un sutilísimo acercamiento con Olga y es el elemento tensionador de esta felicidad. El pequeño espacio que contiene la pieza de Gringo pasa a ser un espacio mayor que desnaturaliza ese tono inicial romántico y simple y lo convierte en un entorno amplio pero incierto, incluso con cierta tendencia a la abstracción figurativa que más allá de ser una solución escenográfica contemporánea, funciona como un dispositivo de sentido que refuerza esa sensación de inquietud que se va a apoderando del relato.

Con 57 años de diferencia, nos encontramos con un texto que a partir de un triángulo amoroso clásico, examina dos momentos que ilustran a su vez la evolución social, individual y moral del país. Si en esos años, la ruptura con la familia y las normas rígidas era contrarrestada por la búsqueda de libertad (y donde la aspiración de bienestar económico era consecuencia de ello) y la utopía de un paradigma nuevo, a la luz del Chile de hoy, ese “acercamiento a la felicidad” se revela quebradizo en cuanto a que la conciencia del ser individual es dominante frente la aspiración de un vida en pareja o la superación material, en que pasan a ser elementos secundarios o quizás no determinantes. Y esa conciencia del ser individual es evocado por Olga cuando recuerda un episodio de su infancia.

La iluminación, con un trabajo en claroscuros marcados que enfatizan el contraste dentro de la habitación, reproduce el aplaudido trabajo de Fernando Krahn en la versión original en que hay una serie de espacios diferenciados que le dan una carga dramática muy singular al relato, generando una sensación de incomodidad que se traspasa al espectador. En ese punto, resulta relevante la opción del director Albornoz en mantener en el escenario pero fuera de las escenas a los actores cuando no intervienen físicamente, pero cuya presencia pasiva logra una ambigüedad de sentido que dinamiza el tono.

Siendo una obra que apuesta por la contención dramática y la expresividad de las miradas, el elenco ofrece rendimientos distintos, donde María Jesús Marcone trasunta ese quiebre en el tono culposo y acongojado de Olga pero no así en una voz un poco monocorde, mientras que Emilio Edwards apuesta por la energía física de Gringo por sobre su dimensión sicológica, y Víctor y la madre no aparecen tan desarrollados en sus facetas interiores.

Resulta interesante el trabajo de adaptación del texto de Sieveking y la reformulación de su puesta en escena. El trabajar un texto “clásico” a la luz de una nueva realidad siempre tiene el riesgo de sobreexigirse o querer decir más de la cuenta, pero acá se advierte un trabajo elaborado y reflexivo que hace dimensionar el enorme impacto en su momento y la fulgurante aparición de dos grandes talentos del teatro contemporáneo chileno.

Parecido a la felicidad

Dirección y adaptación: Francisco Albornoz

Dramaturgia: Alejandro Sieveking

Elenco: María José Marcone, Emilio Edwards, Víctor Avillo, Carmina Riego.

Diseño: Catalina Devia

Iluminación: Andrés Poirot

Teatro Finis Terrae, Pocuro 1935. Hasta el 9 de abril. Viernes y sábado 21:00 hrs., Domingo 19:30 hrs. General $8.000, estudiantes y tercera edad $4.000.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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