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“Delirio a dúo”: Escenas de la vida conyugal Crítica teatral

“Delirio a dúo”: Escenas de la vida conyugal

Sobre un dispositivo-escenario en que tanto actores como espectadores son parte de un decorado que progresivamente se derrumba y que simula el daño causado por bombardeos, la pareja compuesta por Roxana Naranjo y Alejandro Trejo discute y se insulta sin cesar, se enrostran sus diferencias, la falta de seducción, la radical diferencia de sensibilidades y las expectativas no cumplidas. Cada ciertos momentos, esta batalla campal de recriminaciones es sacudida por violentas explosiones de una guerra que ocurre más allá de las paredes, una suerte de conflicto civil que arrincona a los personajes en este hogar devenido en ring de box.


Luego de su sorprendente debut con “Intentar no construir (lo)”, el actor y director José Ignacio García explora nuevamente en torno a los límites en que se enmarca la experiencia perceptiva del espectador teatral. Si en aquel montaje, estrenado originalmente en 2011 y con una exitosa temporada durante 2015 en el GAM, el espectador participaba activamente desde la altura a la manera de un espacio superior que vigilaba la acción y sus recursos sonoros y off en escena, en “Delirio a dúo” la experiencia es aún más activa al interrogar sobre la manera en que el público experimenta activamente dentro del dispositivo escenográfico.

A partir de la investigación realizada en un magister de filosofía y estética, García exploró los alcances de la puesta en escena a partir de la obra del dramaturgo rumano Eugène Ionesco, el llamado padre del teatro del absurdo y específicamente de una de sus piezas menos conocidas, “Delirio a dúo”, estrenada originalmente en 1962. Se resume en ella el sin sentido de la vida en pareja luego de años de relación; un retrato del infierno cotidiano del que cuesta o se resiste a abandonar, mientras el mundo parece caerse a pedazos.

Al igual que en “Intentar no construir (lo)”, García une fuerzas con el adaptador del texto original, Juan Claudio Burgos, y el destacado escenógrafo Eduardo Jiménez (ex colaborador de La Troppa y miembro de la compañía La mona ilustre), para extremar las posibilidades simbólicas del texto de Ionesco a través de una estructura móvil que busca reflejar el mundo en que viven los personajes. Esto no es una aproximación conceptual a la idea sino que un dispositivo-escenario en que tanto actores como espectadores son parte de un decorado que progresivamente se derrumba.

Se trata de una superficie circular de 12 piezas que se van moviendo independientemente simulando el daño causado por bombardeos y que gira a la manera de un tagadá. Dentro de ella, la pareja compuesta por Roxana Naranjo y Alejandro Trejo discute y se insulta sin cesar, se enrostran sus diferencias, la falta de seducción, la radical diferencia de sensibilidades y las expectativas no cumplidas. Cada ciertos momentos, esta batalla campal de recriminaciones es sacudida por violentas explosiones de una guerra que ocurre más allá de las paredes, una suerte de conflicto civil que arrincona a los personajes en este hogar devenido en ring de box.

Los espectadores están clavados a sus asientos (son 35 en total) dentro de este escenario, donde pueden tocar, oler y sentir la respiración de los personajes que se desplazan entre ellos. La intención de construir una experiencia sensorial que eluda la contemplación convencional está dada desde el inicio, en que los espectadores deben esperar en un jardín en Villa Grimaldi y son elegidos uno a uno para iniciar un recorrido que termina en una gran carpa en que se ubica el decorado circular. La intención de prefigurar una relación individual con el espectador devenido en testigo se puede entender como la proyección del caos de estas vidas y del mundo que los rodea, un ejercicio que adquiere sentido ante el flujo incesante de diálogos y recursos que emanan de la pluma inmisericorde del autor de “La cantante calva”, donde la deconstrucción de sentido del lenguaje genera un quiebre de la realidad adentrándonos en una mirada política sobre un estilo de vida moribundo: el de la pequeña burguesía y la banalidad de un modelo que se derrumba frente a nuestros ojos.

Naranjo y Trejo son dos actores de sobrado oficio y manejan adecuadamente la permanente crispación de sus personajes. Ella apela más a los recursos corporales y la contención, Trejo apuesta a la fuerza de un personaje fundamentalmente declamativo siempre fuera de sí. Si bien es una experiencia intensa y muy entretenida, puede distraer ante el complejo aparataje mecánico que sostiene la estructura y que es apoyada por un grupo de jóvenes desde fuera. Por momentos, el acuerdo tácito de dejarse llevar como espectadores en un escenario tan singular como este, pierde fuerza al estar expuestas las costuras del decorado.

Pero es en relación a la mirada de Ionesco sobre la sociedad contemporánea y la manera en que ha trivializado la existencia convirtiéndola en un juego de espejos deformantes, es que la obra adquiere sentido y coherencia como dispositivo político, y donde esta invitación violenta y radical a ser testigo de la destrucción de una forma de vida (así como de un lenguaje, de una convención y de la ilusión de espectáculo) se convierte en una experiencia perceptiva que interpela como un golpe al mentón.

 

“Delirio a dúo” de Eugène Ionesco.

Adaptación: Juan Claudio Burgos.

Compañía: Teatro del Uno.

Dirección: José Ignacio García.

Elenco: Alejandro Trejo y Roxana Naranjo.

Operadores de escenografía: Eduardo Baeza, Angelo Bonati, Gabriel Castillo, Diego Melgarejo, Matías Moya, Francisco Morales, Juan José Muggli y Juan Manuel Saldaño.

Diseño integral: Eduardo Jiménez.

Realización de escenografía: Francisco Sandoval.

Diseño sonoro: Alejandro Albornoz.

Asistencia de dirección: Giselle Rubio.

Producción: Tania Rebolledo.

Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi. Av. José Arrieta 8401, Peñalolén.

Hasta el 27 de mayo, jueves a sábado, 20.30 hrs. Entrada gratuita previa reserva. Sólo 35 cupos por función.

Reservas: teatrodeluno@gmail.com o teléfono 232178347

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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