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“Locutorio”: Un cuento de amor, locura y muerte Crítica teatral

“Locutorio”: Un cuento de amor, locura y muerte

El espacio escénico de «Locutorio» muestra a dos cubos de iguales dimensiones separados por paredes de vidrio, en que cada uno de los actores se ubica sin contacto físico con el otro. La comunicación entre ellos es tanto con palabras como con la proyección especular de su cercanía física a través de su reflejo en el vidrio y en el que parecen unirse, en un juego visual de impactante efecto y que le da cuerpo a la reflexión de Díaz sobre la inevitabilidad del olvido y la búsqueda de proximidad como forma desesperada de “aprehensión”, que es una manera de mantener el amor dentro del extravío y la locura.


Situada entre las obras menos conocidas del dramaturgo chileno Jorge Díaz, la pieza breve “El locutorio” -estrenada en 1975 y aquí titulada sin artículo-, examina quizás de manera oblicua su persistente búsqueda por desestructurar el lenguaje como forma de (in) comunicación. Y esto es porque es un texto que parece respirar entre los pliegues de lo dicho, con una apertura hacia la ambigüedad de las palabras y de las figuras tras los enunciados.

Probablemente este aspecto lo una con un creador teatral del estilo del director Cristián Plana, un joven director de imaginería visual desbordante y de puestas en escena que especulan sobre la representación, las fronteras de lo real y las relaciones entre espacio y tiempo escénico, tal como lo ha plasmado en montajes como “Castigo”, “Proyecto de vida”, “No despiertes a los niños” y “Paso del norte”.

Díaz, autor de títulos imprescindibles como “El velero en la botella”, “El cepillo de dientes” (actualmente presentándose en el Teatro UC) y “Topografía de un desnudo”, narra en esta pieza también conocida como “Contrapunto para dos voces cansadas” y que se presenta en el GAM, un diálogo circular y crepuscular entre dos ancianos, un encuentro en un supuesto asilo u hospital donde uno de ellos está interno aunque no se sabe quién lo es. La poética del texto vislumbra un juego de incertezas y divagaciones de una pareja que intenta aferrarse a algún puerto firme que deje atrás el olvido y la bruma, pese a que en el inicio pareciera que él (Alejandro Sieveking) es quien tiene el privilegio de la lucidez y es Elisa (Millaray Lobos) quien permanece recluida. El autor chileno examina con ternura y ferocidad este vínculo afectivo que pugna por no desaparecer, que los confunde y desorienta (“los sentidos se cansan, la memoria se escapa”, dice uno de ellos).

El espacio escénico propuesto por Plana muestra a dos cubos de iguales dimensiones separados por paredes de vidrio, en que cada uno de los actores se ubica sin contacto físico con el otro. La comunicación entre ellos es tanto con palabras como con la proyección especular de su cercanía física a través de su reflejo en el vidrio y en el que parecen unirse, en un juego visual de impactante efecto y que le da cuerpo a la reflexión de Díaz sobre la inevitabilidad del olvido y la búsqueda de proximidad como forma desesperada de “aprehensión”, que es una manera de mantener el amor dentro del extravío y la locura.

Lo que para Díaz es una reflexión sobre la muerte y los significados que adquieren las palabras cuando entran en conflicto con su sentido inicial, en Plana se convierte en un dispositivo escénico cuyos recursos visuales y sonoros aumentan la ambigüedad de lo visto desafiando las convenciones de lo verosímil y la supuesta objetividad. No es solo a través del movimiento de los actores, los reflejos en ellos mismos y la ambigüedad del texto lo que permite construir este relato especulativo, sino que el sonido, la iluminación y sus sombras, los efectos y una atmósfera progresivamente más inquietante sitúan la propuesta del director en un terreno ya trabajado en anteriores montajes y que rescata una visualidad que adquiere un tono inquietante y fantasmagórico (como el cine de David Lynch, por citar un ejemplo cercano) y le dan una textura exquisitamente compleja y rico en sensaciones para acrecentar un recorrido que desde lo textual (el olvido, la muerte) indaga en una cierta representación que bordea el desvarío, la locura y el horror.

Con una puesta en escena tan exuberante en estímulos y tan inasible a la vez, el desempeño actoral coreografía con exactitud estos encuentros/desencuentros a través del reflejo, donde Sieveking y su físico quebradizo expone esa condición con progresiva vulnerabilidad, mientras que Millaray Lobos se sirve de su físico menudo para graficar cómo el personaje femenino se va infantilizando a medida que la enfermedad/vejez va dominando el relato, aunque quizás con un exceso de recursos gestuales que no parecen aportar en dramatismo.

Cristián Plana es el director joven que ha extremado de manera más radical las posibilidades del espacio escénico como una búsqueda estética que tensiona las convenciones de lo real y lo representado a través de un lenguaje oscuro, onírico, a menudo cruel y repleto de hallazgos escenográficos y visuales que interpelan a los sentidos, virtudes que le han granjeado reconocimiento internacional. Sus adaptaciones a textos de August Strindberg (“Castigo”, “La señorita Julia”), Thomas Bernhard (“Partido”) o Juan Rulfo (“Paso del norte”), tienen en común el reconstruir un mundo asfixiante y de silencios ominosos, situando el peso dramático muchas veces en lo apenas sugerido o en lo no dicho. En ese sentido, “Locutorio” es un avance notable de su manejo conceptual de puesta en escena y una demostración de su refinado talento para la creación de atmósferas.

“Locutorio”

Dramaturgia: Jorge Díaz
Puesta en escena: Cristián Plana
Elenco: Alejandro Sieveking y Millaray Lobos
Escenografía: Sebastián Irarrázaval
Diseño iluminación Antonia Peón-Veiga y Matías López
Sonido: Diego Noguera
Vestuario: Ángela Gaviraghi
Producción: GAM

GAM, Sala N1, hasta el 17 de junio

Miércoles a Sábado, 21:00 hrs.

Entrada general: $6.000, Estudiantes y tercera edad: $3.000.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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