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El futuro post apocalíptico de “Gemelo de sí mismo” Crítica

El futuro post apocalíptico de “Gemelo de sí mismo”

Bienvenidos sean libros como «Gemelo de sí mismo» que dan un paso más allá, aportando una mirada crítica y a la vez novedosa a la crisis de nuestros días, pasados o futuros, y a las fronteras siempre difusas de la existencia humana.


Dauno Tótoro no para. Después de publicar la segunda edición de “La cofradía blindada. Autonomía, negocios e insubordinación de las Fuerzas Armadas chilenas” (Planeta, 2017), libro de investigación periodística sobre las relaciones entre el mundo civil y militar, y que fue editada originalmente en 1998, nos trae una nueva novela, “Gemelo de sí mismo” (Nitro/Press en coedición con Ceibo ediciones, 2017), quizá su obra más arriesgada y que busca, precisamente, catalizar todas sus preocupaciones estéticas, políticas y culturales sobre lo humano en relación a la gran máquina de la depredación neoliberal.

“La vida es obra de un artificio, /…una prueba de resistencia. /La gracia de Dios es incomprensible”, es uno de los fragmentos de “Gemelo de sí mismo” de Dauno Tótoro (chileno nacido en Moscú, 1963). La dura y hermética frase revela un movimiento total, irreversible y que refleja una de las principales obsesiones del autor: lo post humano, el enfrentamiento del hombre, pensado en su estructura política-ética, con el mundo tecnologizado y cibernético propio de las sociedades mal llamadas modernas.

En no más de 130 páginas, la novela nos habla de Druidas, de Nobles, de Sacerdotes, y está dominada por paisajes volubles, ambiguos, indeterminados históricamente, pero que a ojos de un lector crítico, bien podría describir un futuro que se avecina. El peor futuro posible. Este sería el estadio final, la profundización del panorama posmoderno, globalizante, caracterizado por la desterritorialización del espacio y los sujetos, que hablara Zigmunt Bauman, y la pérdida de las certidumbres y los marcos conceptuales que daban sentido a la realidad. Abolidos los relatos teleológicos, solo queda naufragar en “imágenes quebradas, reflejos en los cristales rotos de una pecera, de una escafandra, de la ventana de una nave espacial a la deriva”.

“Pero sé que el Hombre es Máquina (…) Desde que tengo memoria he visto al Hombre descuartizar al Hombre. He indagado entre los restos la razón final de su existencia. He encontrado huesos, vísceras, tendones, músculos, glándulas. Cada uno de sus componentes por sí mismo es irrelevante e inútil, como en toda Máquina” (pág. 54).

La apuesta de Tótoro, en este sentido, es doble. Por un lado el fondo, que ya venía trabajando desde la trilogía “La sonrisa del caimán”, “Los tiempos de la caimaguana” y “El caparazón de Ukucma”, donde aborda temas tan diversos como el genoma humano, las guerrillas centroamericanas, los grupos paramilitares, las poderosas trasnacionales, hasta de plantas y animales mitológicos, en una trenza que relaciona literatura y política, ciencia y tecnología. Y por otro lado la forma, que se despliega en una narración fragmentaria que prescinde de los límites formales de la ficción y de la clásica secuencia aristotélica.

El autor experimenta con la escritura. Ya no se satisface en desplegar personajes que se trasladan, a la usanza de las viejas novelas de aventuras del siglo XIX, por todo el orbe (Santiago de Chile, Tabatinga en la Amazonía, Manaos, Sao Paulo, Caracas, Puerto España, Buenos Aires, Nueva York, etc.) y que incluso, en el caso “Los tiempos de la caimaguana”, utiliza la técnica del montaje narrativo para saltar de un siglo a otro, como novela de anticipación; ahora, con “Gemelo de sí mismo” ha difuminado toda referencia geográfica o temporal. Un espacio, sin duda, descentrado, que puede ser y no ser, en cualquier parte, en cualquier momento.

El Urko y Error, gemelos de sí mismos, son los principales personajes de la novela. Ambiguos, porosos, volátiles, casi como intérpretes, escribanos, antenas repetidoras de cintas sin editar, de transcripciones magnetofónicas cortadas, de aquel mundo sombrío y en ruinas. Ellos, en propiedad, son sujetos posmodernos, tal como plantean autores como Stuart Hall o Félix Guattari. Esto es uno de los grandes aciertos de Tótoro: abordar la desestabilización del sujeto, la disolución del yo, de sus límites psíquicos/físicos.

«Me debato desesperadamente, como quien lucha por aferrarse a algo luego de ser tragado por las olas en una noche de tormenta (tromba negra y silenciosa), intentando proyectar en mi mente algo identificable, algo que me confirme que alguna vez, en algún sitio estuve, vi y conocí algo. Pero no surgen siquiera sombras. Y me rindo» (pág. 18).

“Escribo afilando el lápiz con las uñas (que se parten) o con los dientes (sueltos). Pero no son ni poemas, ni retratos, ni sinfonías inconclusas. Es una carta al Hombre. No a las decenas de ellos que yacen sumergidos en el légamo del fondo de la trinchera, ni a aquéllos que cuelgan impúdicamente de los alambres dentados que coronan las paredes del socavón” (pág. 31).

Bienvenidos sean libros como «Gemelo de sí mismo» que dan un paso más allá, aportando una mirada crítica y a la vez novedosa a la crisis de nuestros días, pasados o futuros, y a las fronteras siempre difusas de la existencia humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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