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Exposición rescata lo que escribieron frailes dominicos en los márgenes de libros patrimoniales “Vea lo que hay en este libro: relatos ocultos en la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica”

Exposición rescata lo que escribieron frailes dominicos en los márgenes de libros patrimoniales

Una revisión sistemática de casi mil volúmenes de la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica, entre los siglos XVII y principios del siglo XX, revela una universal práctica de apropiación del libro: la marginalia.


Todo partió por el interés personal de dos jóvenes investigadoras de revisar las intervenciones, marcas y rayados en libros patrimoniales, comentarios hechos “al margen”, en secreto y bajo el amparo del anonimato.

Se trata de la marginalia, una discusión que trasciende al mundo académico y que está plenamente vigente hoy en día pues suscita violentas pasiones entre los que se reconocen como rayadores de libros y los que no, entre los que postulan al libro como objeto de apropiación y los que lo defienden como objeto sagrado, intocable.

La novedad, no obstante, no es tanto el acto mismo de rayar o intervenir un libro, sino la sospecha de que esos rayados fueron hechos hace por lo menos tres siglos atrás, por personas que se estaban formando para ser sacerdotes en una biblioteca a la que sólo unos pocos tenían acceso.

De eso habla la muestra “Vea lo que hay en este libro: relatos ocultos en la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica”, una invitación a mirar los detalles, el espacio en blanco, la esquina, aquello que comúnmente se pasa por alto para descubrir los rastros y huellas de antiguos lectores que hoy por hoy exhibe esta institución (Dibam).

“Es una exhibición un poco atípica en términos de lo que siempre ha hecho la Biblioteca, que son exhibiciones temáticas o históricas. Nosotros apostamos por una mirada más contemporánea y le decimos al espectador que no se interese tanto por el texto impreso, que por lo general eso es lo que maravilla, sino que se concentre en lo que existe en el espacio marginal”, explica Victoria Martínez, quien junto a Natalia Ortiz, fue la curadora de la muestra.

Y es que hay libros que claramente encantaron a su dueño y otros que sencillamente lo decepcionaron y todo eso quedó plasmado en sus márgenes, en donde es posible reconocer qué estaban pensando o sintiendo los lectores al momento de rayarlos. “Decidimos quedarnos con eso y poner en valor esas voces que coexisten en el libro, rescatando una visión mucho más poética y también estética”, agrega Martínez.

La tarea no fue fácil. Revisaron sistemáticamente durante un año cerca de mil volúmenes de la colección patrimonial de la Recoleta Dominica, un fondo bibliográfico histórico que aún hoy pertenece a la Orden Dominica en Chile pero que fue entregada en comodato a la Dibam desde comienzos de los 90 y es lo que la convierte, en la práctica, en una colección pública.

Un libro mejor vivido

Es una de las bibliotecas más antiguas del país ─sus libros más viejos datan del siglo XVI y los más nuevos son de comienzos del siglo XX─ y en términos de biblioteca eclesiástica es también una de las más voluminosas, alcanzando un estimado de 100 mil ejemplares.

Fueron los mismos monjes y frailes dominicos quienes se encargaron de formarla, desde que se instalaron en nuestro país en 1557, importando libros de Italia, Francia, España y otros puntos de Europa.

Las temáticas también eran diversas. No eran sólo biblias o libros teológicos, también los había de educación, matemática, astronomía, artes, incluso de cocina. “Es que los dominicos basaban su práctica en la difusión del conocimiento y en la educación, por lo que muchos de estos libros eran usados para enseñar”, explica Martínez.

De hecho, tenían varias escuelas rurales y fundaron la primera universidad del país, en 1622, que entregó los grados de bachiller, licenciado, maestro y hasta doctor. No es de extrañar, por tanto, que la orden destinara cuantiosos recursos a la formación de su biblioteca y que con el tiempo ésta se conviertira en el centro de su quehacer.

Debido a esta importancia es que las curadoras pensaron que su uso sería solemne y que las intervenciones en sus libros serían escasas y ligadas al estudio o a la reflexión teológica. Sin embargo, no fue así.

“Primero, encontramos muchas más intervenciones de las que esperábamos, porque además de los frailes y quienes se estaban formando para serlo, también había comentarios de estudiantes a quienes los dominicos enseñaban en lo que hoy sería la educación básica y media”, explica Martínez.

“Y segundo ─agrega Ortiz─ “no eran sólo reflexiones de estudio sino también de un amplio espectro de manifestaciones humanas, desde el ocio, la risa, el arrepentimiento y hasta el aburrimiento”.

Hay trabajos epistolares en que las notas funcionaron como sistema de comunicación entre estudiantes o frailes y libros que sirvieron casi como un “confesionario de bolsillo”, con frases del tipo «Este perrito no come ni beve (sic) y está gordito» y también «Dios mío, sálvame, por tu santísima gracia».

La diversidad es enorme. Y de los mil libros revisados, seleccionaron alrededor de 120, de los cuales 40 están siendo exhibidos actualmente.

No es posible determinar con precisión cuándo fueron hechas las intervenciones, pero algunos datos sugieren que éstas fueron realizadas entre el siglo XVIII –y muy posibiblemente el siglo XVII– y 1920, que es la última marca que encontraron fechada.

“Los libros que están rayados en distintas fechas por distintas personas, por lo que tenemos muchos propietarios dentro de un solo libro”, dice Martínez. Para la investigadora, no se trata simplemente de un acto de apropiación del libro, sino también de una manifestación del Yo, un espacio simbólico en donde se hace presente la subjetividad del lector.

Sin embargo, si bien en las manos de un usuario el libro se convertía en un espacio personal, una vez que cambiaba de dueño se convertía en un espacio más colectivo, generando una atractiva dinámica de grupos humanos.

“Esto es absolutamente contemporáneo. Uno mira estos libros y los de cualquier estudiante en la actualidad y se da cuenta de lo transversal que es esta práctica, que no es impuesta sino que surge desde la necesidad de expresar algo mediante un dibujo, un garabato, un rima”, comenta Ortiz.

La exposición también resignifica la noción de conservación, valorizándola en términos positivos. “Para nosotras, un libro que ha sido usado y, por ende que presenta mayores problemas de conservación, es un libro mejor vivido que uno que nunca fue abierto”, aseguran.

Más allá de los márgenes

La misma sala de exhibición y las vitrinas no daban abasto para exponer la cantidad de libros que se hubiese querido. Y, siendo realistas, si se hubiesen exhibido todos juntos, el espectador no sería capaz de observar la enorme cantidad de ricos y pequeños detalles en ellos.

Pues era tal cantidad de resultados y tanta la variedad, que llegaron a proponer nueve tipologías distintas, de las cuales sólo seleccionaron la mitad para la muestra. “Por lo mismo, sentimos que era muy necesario plasmar este trabajo en alguna publicación tipo catálogo que no sólo recogiera lo que fue la experiencia de la exposición sino también todo el proceso de investigación”, explica Martínez.

Y es que todo lo que fue la elección de la metodología, el trabajo en los depósitos e incluso la tarea de categorizar requiere de cierta reflexión, aseguran las investigadoras, con criterios que valen la pena discutir y comentar.

La creación de este catálogo, que será bilingüe y se promocionará también fuera del país, ya está proyectada para 2018, para lo cual se encuentran en pleno proceso de postulación a Fondart. También tienen contemplado la creación de un sitio web con videos y extractos digitales en modalidad paper académico, que estarán a disposición de los usuarios de manera gratuita.

“Nosotras, además de curadoras, somos artistas visuales, entonces nos pareció natural tener alguna bajada práctica al tema del libro como material de arte, algo que no sólo está bien de moda ─es bien actual en términos de arte contemporáneo─ sino que también es una invitación a rayar y a intervenir libros”, comenta Ortiz.

Mientras, la exhibición continúa hasta fines de agosto y finalizará con un seminario interdisciplinario.

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