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Siempre menospreciada e ignorada: libro rescata la música cebolla «Llora corazón», de Marisol García

Siempre menospreciada e ignorada: libro rescata la música cebolla

Cantantes de enorme popularidad como Lucho Barrios, Ramón Aguilera, Rosamel Araya, entre otros, son foco de esta investigación de la destacada periodista, que también aborda el análisis de las letras de sus canciones. «No se trata de un libro sobre canción romántica, cursi, ni puramente nostálgica», sino con «líneas bien precisas de sonido, contenido en letras y también lugares en los que se desarrolló», ya que esta fue una música principalmente mostrada en vivo, explica.


Un retrato de la «música cebolla», esa música romántica que escuchaba la generación de los 60 en las radios en las oficinas y las fábricas, cuando Chile aún era un país pobre, ingenuo, pero lleno de ilusiones, es «Llora, corazón. El latido de la Canción Cebolla» (Periodismo UDP-Catalonia), de la periodista musical Marisol García.

Gracias a esta obra conocemos a cantantes que hoy parecen olvidados, pero cuyo legado sigue vivo -como Ramón Aguilera y Rosamel Araya, además del inmortal Lucho Barrios- y un género que, aunque fue despreciado por el stablishment, en su momento supo ganarse los corazones de millones de chilenos.

La inocencia de sus letras -«Corazón entristecido/¿por qué lloras por esa ingrata?/Si ella nunca te ha querido/di por qué su pasión te mata», reza el clásico de Rafael Hernández- no salvó a uno de sus intérpretes, simpatizante de la Unidad Popular, de la cárcel y la tortura. Los teatros repletos y miles de discos vendidos tampoco garantizaron su entrada a la cultura «respetable». Pero su historia -y su legado- está ahí.

«No se trata de un libro sobre canción romántica, cursi, ni puramente nostálgica», sino con «líneas bien precisas de sonido, contenido en letras y también lugares en los que se desarrolló», ya que esta fue una música principalmente mostrada en vivo, explica su autora a El Mostrador.

Gran arraigo

Marisol García (Santiago, 1973), ha escrito una novelas con varios protagonistas, que «no han sido los más famosos en el canto chileno».

«Muchos de ellos han muerto. De sus trayectorias apenas quedó registro en la prensa de su tiempo. Si su arraigo desconcierta, es porque es ajeno a los códigos de éxito a los que nos acostumbró la industria en la segunda mitad del siglo XX”, explica.

Tenían el apodo de «cebolleros», sin duda peyorativo. Pero el éxito que disfrutaron tuvo sus razones.

Eran excelentes intérpretes y manejaban un gran repertorio que incluía valses y boleros, con temas que hablaban de la muerte, la desesperanza y la pasión. Por eso los amaban los jóvenes de los bajos fondos y también la clase media, aunque esta última tal vez con más discreción.

La necesidad del registro

«Esto es música chilena atada a nuestra memoria y el curso que sigue el canto más popular», dice García para explicar por qué decidió investigar este género despreciado por los especialistas y la gran prensa.

«Me parecía absurdo que eso no tuviese un registro acorde a su importancia. Creo, y eso lo registro en el libro con varios ejemplos, que eso se debió a tontas discriminaciones de clase y mal entendido sentido de las coordenadas del ‘mal gusto'».

Para ella, dice mucho de nuestra cultura no sólo el disfrute de la canción cebolla, sino también que a muchos chilenos les avergüence reconocer que la escuchan.

«De todos modos, no me gusta la palabra ‘rescate’. Los periodistas no vamos a buscar tesoros súper escondidos y subterráneos. Nuestra labor es registrar. A la cebolla nadie tiene que rescatarla: está muy viva y vigente en el gusto de los chilenos y el canto que hacemos en nuestras casas y reuniones. Creo que lo que hice en el libro fue el registro, orden y puesta en referencia de nombres, lugares y repertorio sobre los que hasta ahora había muy pocos datos escritos».

Sorpresas de la investigación

A algunos de los protagonistas, García los fue descubriendo en el reporteo. Ahí está Ramón Aguilera, quien supo ser entrevistado por el entonces periodista Antonio Skármeta en plena UP y luego pagó con cárcel, tortura y precariedad económica su defensa del gobierno de Salvador Allende. También Rosamel Araya, que tuvo un éxito descomunal en Buenos Aires -entre otros con «Quémame los ojos»- donde falleció en 1996.

«Sabía y disfrutaba de la música de Ramón Aguilera, pero fue una sorpresa saber de sus colaboraciones con Raúl Ruiz y con Roberto Inglez, uno de los productores y arreglados más importantes que trabajaron en Chile en tiempos de auge de la radiofonía. Lo mismo con Rosamel Araya y su asombrosa historia de éxito en Argentina, así como su portentosa voz».

Le sorprende la asombrosa contradicción entre la adoración que despertaba Jorge Farías en Valparaíso -al nivel de que hoy tiene una estatua en Plaza Echaurren- y la pobreza y soledad en la que murió.

También «el alto nivel de muchas de estas grabaciones, principalmente por los vozarrones de casi todos los protagonistas pero también de la técnica de los tríos y músicos que solían acompañarlos».

Evidente discriminación

A pesar de todo esto, este género fue ignorado, vilipendiado, mirado en menos.

«Es evidente una discriminación de clase y el complejo frente a categorías muy discutibles en torno a qué constituye buen y mal gusto, o que el canto romántica deba tener límites de contención», reflexiona la autora.

«Pensaba que éstos eran problemas chilenos, pero se trata de prejuicios muy estudiados, y en el libro cito a grandes pensadores, como Pierre Bourdieau y Carlos Monsiváis, que en diferentes momentos explicaron el gusto por el melodrama y también la vergüenza de reonocer éste en público como rasgos asociados al arribismo social».

«Hay músicos entrevistados que dan ejemplos de haberse sentido discriminados en radios por locutores mejor educados que ellos, y, a la vez, la queja porque letras extranjeras igualmente sentimentales nunca fueron estigmatizadas como las suyas. Además de esos prejuicios me sorprendió que la prensa de su tiempo no registrara fenómenos que objetivamente eran relevantes, como el lleno de grandes teatros que consiguieron muchos de estos cantantes, su constante trabajo en vivo, sus conquistas en el extranjero y la durabilidad de sus éxitos en el gusto popular».

Al final, el golpe militar fue un duro revés para el género. «El toque de queda, primero, y luego el negocio de los pubs mataron un sistema de servicios nocturnos que daba vida a un sector bohemio de riqueza única».

Un legado de sensibilidad

A la hora de hablar de legado, García prefiere hablar de «una sensibilidad que se instaló hacia los años cincuenta y que se legitimó como cauce para la canción chilena, y desde entonces nunca ha dejado de gustar».

«Es permitirse cantar con un sentimentalismo sin pudores, más expuesto, atado al relato de la pasión como un drama que necesariamente termina mal, pero en el cual se insiste. Eso ha cruzado no sólo a la canción chilena sino, como se muestra en el libro, también a realizaciones locales de cine, televisión, novelas y, en un período, también fotonovelas», dice.

Para García, este espíritu sigue vivo, y una prueba es la existencia de grupos nuevos como Damian Rodríguez, Los Vásquez, Mon Laferte, Rulo, Los Celestinos y Bloque Depresivo.

«Se mantienen activos, además, cantantes históricamente vinculados a la cebolla bohemia y de barrio, como Manolo Lágrima Alfaro y Luis Alberto Martínez. Y destacaría también al trabajo en canción romántica de Santos Chávez, más firme que el de la balada estándar», esgrime García.

«Creo que el interés por la expresión más sentimental según códigos chilenos nunca ha decaído. Ha habido más bien un mal cálculo de creer que había que alejarse de ese canto destemplado y melodramático para sumarse a corrientes quizás pop o internacionales. El gusto no sólo por las letras sufridas sino también por géneros como el vals peruano y el bolero popular no ha muerto en Chile hace décadas», concluye.

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