Publicidad
Chile travesti en la obra «Pompeya» Opinión

Chile travesti en la obra «Pompeya»

Constataríamos cómo, otros tantos cuerpos optaron por travestirse  política y económicamente en la democracia de papel post 1990. El travestismo, según Marjorie Garber, vuelve las fronteras genéricas permeables y logra una subversión del orden binario, masculino/femenino,  así instala una “categoría en crisis”.


En Santiago hay cuatro travestis encerrados en un minúsculo departamento, están estresados, asustados, pues la Kena ha desaparecido y se teme lo peor por parte de sus compañeras de trabajo. Tres de ellas viven bajo el amparo de la Suzu, un travesti de edad avanzada que las cobija y aconseja, bajo su devoción a la virgen de Pompeya, cuya imagen reina sobre el desvencijado refrigerador compartido.

Pompeya es la ciudad arrasada por el volcán Vesubio en el 79 DC y también es el nombre de la obra de teatro que en el Centro Cultural Gabriela Mistral (Centro GAM) congrega a los actores  Guilherme Sepúlveda, Rodrigo Pérez, Gabriel Urzúa, Gastón Salgado dirigidos por Rodrigo Soto.

La desaparición de la Kena es una verdadera erupción para las compañeras chilenas, trabajadoras sexuales en las esquinas, ahora disputadas con travestis de Colombia, Ecuador o Perú. Tanto así, que la Leila, motivada por la xenofobia, ha acuchillado en una pelea a una de las tierras de Macondo.

¿Dónde está la Kena? La Leila asegura que fue asesinada por las colombianas y fue al Servicio Médico Legal donde hay un cuerpo carbonizado, por ello habría atacado a la colega cafetalera. Todas rechazan esa tesis, la niegan, la aceptan, la retrucan, mientras empiezan a analizar el Chile de hoy, con sus migrantes y el discurso racista que los culpa de todo.

Las cuatro, nos dan una visión de los tipos de Chile travestido.  La Suzu es la  mayor, está enferma, tuvo años de gloria en los 70 como transformista y supo del país pre y post golpe, uno en que las muchachas eran una familia y se protegían de la persecución.

Suzu está vieja y enferma, tiene ahora esta familia de travestis que ha conformado en su casa y donde gambetean la pobreza, al ritmo de sus remembranzas de juventud, donde ella tenía carnet de artista y existían ciertos códigos de honor. Fruto de sus años de marginalidad y a un noviazgo con un comunista, posee un borrador de discurso social en la cabeza y representa al Chile pre golpe, donde había ciudadanos y no meros consumidores.

Las tres bajo su amparo grafican el actual cuadro social chileno, pues una de ellas, la Beyoncé, anhela ganar un concurso de talentos, la Leila es xenófoba y la tercera, Lucho,  se viste de hombre para ofrecer sus tarjetas de saunas por las calles de la capital.

Lucho es el travesti traidor, pues se viste de hombre y  personifica al capital sin patria ni escrúpulos, añora triunfar como emprendedor, para él los travestis colombianos o peruanos son ejemplos a seguir, dado su progreso material en dos décadas.

Esos tres países travestis son partículas en ebullición  en  esta noche de miedo, por las consecuencias que se aproximan. O serán las colombianas bravas las ajusticiadoras de la Leila o la policía, mientras nadie sabe si a la Kena la mataron o se fue de gira.

Suzu, la mayor,  las educa y les dice que en este país de tanta pobreza escondida debajo de la alfombra, la  mayoría chilena también es migrante, tratada como extranjeros en su propia tierra, sin seguridad social,  empleos dignos o acceso a la salud.

Imposible no asociar a la Suzu con el gay de los ochentas que amó y escondió  en la Villa Olímpica, a ese joven frentista fusilero del atentado a Pinochet, en la novela Tengo Miedo Torero de Pedro Lemebel. Suzu es testigo de estos 27 años de travestismo político, de la administración sin asco hecha por los brokers de la izquierda concertacionista.

En la Pompeya arrasada por el volcán, el arqueólogo Giuseppe Fiorelli vertió yeso sobre los huecos dejados por las víctimas de la erupción y logró traer al siglo XIX ese horror de los cuerpos retorcidos, ante el avance del flujo piroplástico.

Se observan en esas esculturas, siniestras expresiones de terror evidente, la mayoría de las víctimas tapan sus bocas con pañuelos, otros se aferran a sus tesoros, hay mascotas amarradas y gladiadores encadenados a las paredes de sus amos.

A inicio del siglo XIX cerca de las ruinas de la devastada ciudad romana, campesinos erigieron una desvencijada capilla. Cuando murió el cura la fe empezó a decaer y un abogado llamado Bartolo Longo, gestionó la  reconstrucción y  trajo desde un convento un cuadro con la virgen del rosario, la imagen en poco tiempo obró milagros.

La virgen de Pompeya  logra prodigios basados en las esperanzas, por ello Suzu le reza para que la Kena aparezca y las travestis colombianas no ajusticien a Leila, su niña violenta.

Si derramáramos yeso sobre los huecos que dejaron los cuerpos calcinados por la violenta erupción de nuestro septiembre del 73, no lograríamos mucha esperanza. Observaríamos también de manera metafórica, gente retorcida ante la barbarie del fuego emanado desde el volcán de la infamia y la tragedia.

Además, constataríamos cómo, otros tantos cuerpos optaron por travestirse  política y económicamente en la democracia de papel post 1990. El travestismo, según Marjorie Garber, vuelve las fronteras genéricas permeables y logra una subversión del orden binario, masculino/femenino,  así instala una “categoría en crisis”.

Época de socialistas devenidos en brokers, comunistas empresarios de la educación en Arcis, discursos de izquierda sesentera en boca de pinochetistas, perros con ropa por las calles, arribismos en los grupos medios, universidades que no son universidades y pobres vestidos como ricos, que no desean saber que son pobres.

Pero en fin. ¡A seguir la fiesta! El Chile de la Suzu se fue para siempre con todos sus vicios y  virtudes. Ahora cada uno busque su minifalda, lentejuelas, tacones y maquillaje para sobrevivir por las esquinas de esta actual Pompeya chilensis. La hecatombe de seguro nos sorprenderá al igual que a esos ciudadanos romanos, en lo cotidiano, en la improvisación y precariedad, pues nunca hicimos la tarea ni construimos una tectónica de almas para prevenir la catástrofe.

Obra «Pompeya»

Hasta el  30 de septiembre, Mi a Sá – 21 h

Centro Gam, Edificio B, piso 2, Sala N1

Mayores de 14 años.

Precios: $5.000 Preventa. $6.000 Gral. $3.000 Est. y 3ed, (recargo $1.000 por compras a través de internet)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias