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La provinciana política de investigación en Chile Opinión

La provinciana política de investigación en Chile

Dentro de esta lógica de inversionistas provincianos que sólo miran a corto plazo, los investigadores en artes y humanidades debemos responder constantemente a la pregunta aparentemente inocente «¿De qué sirve lo que hacen uds.?». Por lo general, nos suceden dos cosas. En primer lugar, esta pregunta nos parece que habla de las limitaciones intelectuales del curioso. Y segundo, intentamos afirmar que la importancia de la investigación en artes y las humanidades radica, principalmente, en cuestiones culturales intangibles y difícilmente transables.


Hace años que se repite la misma historia. El bajo presupuesto estatal destinado a investigación amenaza, nuevamente, con echar por la borda los esfuerzos de la comunidad diversa de investigadores que esperan forjar una institucionalidad fuerte, con políticas de largo plazo y mejores condiciones para el desarrollo de la investigación. Si bien en el discurso generalmente se habla sólo de ciencias, nos parece importante enfatizar que la producción de conocimientos no se reduce a las ciencias, ya sean básicas o aplicadas, sino que también contempla el saber generado desde la disciplinas de las artes, humanidades y las ciencias sociales. Todas ellas son necesarias para construir un Chile más diverso y sustentable, democrático e innovador (en el sentido amplio de la expresión).

Ningún político o funcionaria se atrevería a decir que la producción de conocimientos no es importante para un país. Sin embargo, es fácil apreciar el abismo que existe entre ese discurso y su práctica, el que se materializa en el presupuesto nacional asignado a investigación. Hemos podido observar esta disociación tanto en las discusiones sobre el proyecto de Ministerio de Ciencia y Tecnología (cuyo informe financiero es irrisorio) y, también, en el precario debate de los candidatos presidenciales sobre investigación. En todos ellos prima una visión economicista y centrada en la ciencia de base “productiva” como base del «progreso» nacional.

La promesa de un aumento en el presupuesto para investigación se ha convertido en el cuento del lobo con que el Ministro de Hacienda debe sonreír a la hora del café. ¿Por qué ocurre esto? Una hipótesis podría ser que en una nación donde el desarrollo es reducido a su dimensión económica (a un mero aumento del PIB anual) la producción  de conocimientos es, sencillamente, una mala inversión: sus retornos económicos son lentos e improbables. ¿Para qué aumentar la inversión en algo que más bien parece un mero gasto en la planilla excel anual? La lógica económica es sencilla en este aspecto. Por esto la empresa privada nacional no invierte en investigación: es más barato comprarla afuera que hacerla en Chile. Esto tiene un efecto muy sabido: las empresas en Chile son buenas para importar tecnologías pero muy malas para innovar. De hecho, algunos empresarios (que sostienen un acostumbrado discurso anti-estatal) piden que el Estado los «incentive» a pagar menos impuestos para innovar. Curiosa paradoja.

Dentro de esta lógica de inversionistas provincianos que sólo miran a corto plazo, los investigadores en artes y humanidades debemos responder constantemente a la pregunta aparentemente inocente «¿De qué sirve lo que hacen uds.?». Por lo general, nos suceden dos cosas. En primer lugar, esta pregunta nos parece que habla de las limitaciones intelectuales del curioso. Y segundo, intentamos afirmar que la importancia de la investigación en artes y las humanidades radica, principalmente, en cuestiones culturales intangibles y difícilmente transables, pero muy importantes como, por ejemplo, la diversidad cultural, las identidades sociales, los imaginarios colectivos, la inmigración, la creatividad o las formas de apropiación cultural de la tecnología. Imaginamos que, a veces, ocurre algo similar en áreas de la ciencia consideradas “improductivas” por especulativas como las matemáticas, la física y, en particular, la astronomía.

En definitiva, nos parece que en Chile la investigación es vista como un gasto a corto plazo, jamás como una inversión a mediano o largo plazo en comunidades de investigadores. Por esto, la inversión se ha focalizado en aquellas áreas que producen rápidas ganancias económicas, como en Corfo. Esto revela un desconocimiento de formas específicas de producción de conocimientos y sus distintos ámbitos de acción en el desarrollo del país. Esta ignorancia, no obstante, se escuda en un supuesto económico y administrativo: la investigación sólo es útil si produce ganancias económicas. La palabra «innovación» resume estos deseos y fantasías de modernidad, inversión focalizada y ganancias infinitas.

Toda la investigación nacional sufre por estos supuestos y, para los investigadores en artes y humanidades, esto se hace especialmente agudo. Por esto, insistimos en la necesidad de pensar una política a largo plazo, cosa que ningún organismo del Estado ni candidato ha hecho con rigor. Por esto, también, afirmamos que la producción de conocimientos no puede ser reducida por los inversionistas y administradores provincianos que insisten que la «innovación» y el «emprendimiento» funciona con copiar fórmulas y tecnologías que se producen en una capital extranjera. Esto se ha traducido históricamente en que Chile sea importador de conocimientos, teorías y productos manufacturados del extranjero.

El escuálido presupuesto para investigación se debe a su concepción como un gasto anual y no como una inversión social en personas e instituciones. Y, además, esto tiene un segundo supuesto detrás, que la prensa difícilmente se atrevería publicitar a pesar de no tener nada de escandaloso: en Chile se tiene una noción de desarrollo concebido como un mero crecimiento anual del PIB sin pensar en sus consecuencias sociales, espaciales y ecológicas.

La discusión, o más bien queja sobre el magro presupuesto nacional –que estos días bulle en las redes sociales digitales– es la punta del iceberg de un problema más profundo. Se hace difícil, a veces, mirar bajo el agua cuando no se tienen una máscara de buceo. Las nociones de inversión y de desarrollo son lo que nos impide ver el real problema. El potencial para construir una sociedad mejor, más amplia y diversa en el siglo XXI se encuentra en la capacidad que tengamos como país de vincular los conocimientos producidos por nuestros investigadores con las necesidades sociales, económicas, políticas y culturales locales.

Lo expresado hasta aquí va mucho más allá del melodrama de un PIB anual de un 1% o un 5%  el que alimenta los énfasis de la prensa económica o de la deuda nacional del 1% o 2%. Nos parece que hay que empezar a pensar sin las provincianas anteojeras economicistas que desperdician las capacidades intelectuales y creativas de Chile. Hay potencial para buscar un modelo propio de desarrollo, pero se debe tener el valor y el coraje para atreverse a hacerlo.

Matías Ayala y Carolina Gaínza. Investigadores en Artes y Humanidades

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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