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Omar Saavedra, un intelectual que no se pierde: «No vivimos en la era del neoliberalismo, sino en la del neocanibalismo» El escritor reivindica el rol del pensador. «Debe hacer lo de siempre. Joder. Revolver el gallinero»

Omar Saavedra, un intelectual que no se pierde: «No vivimos en la era del neoliberalismo, sino en la del neocanibalismo»

Miembro de la generación que gozó los años 60 y la UP, para luego sufrir la desolación de la dictadura y la amargura de la transición, aquí habla de populismo, de la hecatombe ecológica del mundo de hoy y de la diferencia entre la antigua derecha culta y la actual dominada por un «empresariado bruto». «Piñera no es precisamente un hombre ilustrado, pero lo aterrador es que a la gente le importa un soberano durazno».


Como todos, el escritor Omar Saavedra Santis (Valparaíso, 1944) es hijo de su tiempo. Estudió medicina, arte dramático y periodismo, sin terminar ninguna de estas carreras. Apoyó la UP y fue redactor del diario «El Popular» de Valparaíso, hasta que el golpe militar lo expulsó del país hacia Alemania, donde ha vivido la mitad de su vida.

Autor de múltiples obras, alguna de las cuales fue llevada al cine («Blonder tango»), ha regresado pero aparentemente nunca termina de llegar, como suele suceder con aquellos que han estado demasiado tiempo fuera de su patria y ahora son ajenos y al mismo tiempo se sienten en casa en cualquiera de sus países.

En vísperas de las elecciones presidenciales de este domingo, en esta esta entrevista hace un agudo análisis de la realidad política actual, pero también del sino de Chile para sus próximos años.

Populismo

– Uno de los conceptos en boga hoy es el populismo. ¿Cómo lo define?

– Para muchos, el populismo pone a muchos países latinoamericanos al borde del abismo. Pero cuando se trata de empezar a definir el populismo, caen en una contraconcepción, y empiezan a hablar de lo que tendría que ser. Ellos califican de populismo cualquier medida, cualquier movimiento, cualquier pensamiento que vaya más allá de lo meramente coyuntural dictado por el mercado. Son populistas, por ejemplo, las subvenciones. Por eso son fervientes adoradores de todo lo que sea privado. Cualquier cosa que atente a la libertad de mercado -lo dicen ellos abiertamente, no estoy inventando- a la libertad del empresariado, porque la libertad la entienden en conceptos puramente materialistas, economicistas. No entienden la libertad más allá de potenciar egoísmos sociales, egoísmos individuales. Cualquiera cosa que salte la norma va a ser tachada de populista. Hay naturalmente algunas medidas que se pueden calificar de populistas, pero la lucha contra la injusticia, contra la desigualdad, contra degeneraciones históricas como las AFP, la privatización de la enseñanza, el mercadeo de la salud, no pueden ser calificada como populistas.

– ¿Cómo se convirtió en una mala palabra?

– Igual como se convirtió en una mala palabra el socialismo, como ocurrió alguna vez con el cristianismo. Hay un desarrollo civilizatorio general que no es el más optimista. Porque la realidad chilena es menor al interior de lo que está ocurriendo en el mundo. Esta gente que habla de los populismos se refieren no con la misma intensidad y voltaje a los populismos de ultraderecha de Europa, que los hemos visto en las recientes elecciones alemanas. Aún no escucho una declaración más o menos coherente de lo que significa el acceso de la ultraderecha alemana al Parlamento por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Eso no habla precisamente a favor del grado de civilización que hemos alcanzado. Tampoco se habla mucho del populismo de Macron, que es mucho más grave que esta rabia que se va acumulando frente a esta avalancha de injusticias que ha ido acumulando el neoliberalismo. Aquí sólo estamos hablando de algunas que afectan a todo el continente, pero va mucho más allá, incluso afectan la sustancia intelectual, cultural. Para gente como Vargas Llosa o Axel Kaiser, estos descubridores de la libertad, la creación de pensamiento político sólo se puede realizar en una dirección, si no, te catalogan de populista.

– Hoy la democracia chilena está en crisis. Pocos votan y menos se sienten representados por esta forma de democracia 

– Hay una falta de interés por la res pública de la gente. Estamos hablando de un país donde el desinterés por todo es del más alto nivel. Hay una desidia, un ‘dejar pasar’, un encapsulamiento. Esas cosas no nacieron del aire. Hablar, pronunciarse en contra de esas cosas, llamar a una movilización… Pensar una nueva Constitución es calificado inmediatamente de populista. Incluso destacados funcionarios socialistas hablan de que las Constituciones sólo pueden cambiar en momentos de crisis, que no es el caso de Chile. Eso es una falacia. Además las constituciones, que como las conocemos ahora, son un compendio de supersticiones que nosotros creemos que tienen que funcionar porque están puestas en el papel. Ahí está  la igualdad frente a la ley, que es un chiste naturalmente, porque no existe, que nacemos libres… todas esas cosas son supersticiones. En el mejor de los casos son buenas intenciones, pero no tienen ningún asidero en la realidad, son sólo deseos vagos de que todo podría ser algo mejor. Si uno cuestiona eso, inmediatamente es tachado de populista, como se estigmatizó la palabra ideología, como si la política existiera al margen de las ideas. Debo decir, con más tristeza de perplejidad, que son temas que no le interesan a la mayoría de la gente.

Las próximas elecciones

– ¿Cómo ve las próximas elecciones?

– Naturalmente en las próximas elecciones no va a ocurrir nada sorprendente. Seamos francos: todos coinciden ecuménicamente en que lo principal es el crecimiento y lo demás es música. Hay un ecumenismo allí que es compartido por la gran mayoría de la política chilena.

– Usted tiene experiencia, ha visto a Chile en diversas etapas. Por ejemplo, en la UP a la gente le importaba lo que estaba pasando

– Fue la única vez, el único momento, en que en Chile se creó pensamiento político. Chile ha sido pobre en la creación de pensamiento político en la historia de América Latina. Sólo hubo dos momentos en que fue capaz: primero, durante el gobierno de la DC de Frei padre, que arrasó con la consigna «Revolución en libertad», que se oponía a la supuesta cubanización de los procesos históricos, que aparte era una postura en blanco y negro que no se correspondía a la realidad. Por eso la DC llegó a ser lo que fue y fue capaz de entusiasmar con esa consigna a una gran juventud, la «Patria Joven», llenos de un entusiasmo y una fe que hoy perfectamente podríamos calificar de populistas, y de conquistar no sólo el gobierno, sino el Parlamento, aunque no hicieron mucho con eso, apenas una Reforma Agraria que fue implementada en la UP. Le dieron a las estructuras poblacionales un valor político que antes no tenían.

– Y el segundo fue la UP.

– El otro momento fue la Unidad Popular. La UP fue un gran momento cultural en la historia de Chile. Después de eso no ocurrió mucho más. Ahora hay una pobreza franciscana en la creación de pensamiento político. Hay asomos, claro, siempre hay gente que es capaz de balbucear caminos diferentes a los que ofrece el stablishment, y que por lo mismo van a ser siempre estigmatizado y vilpendiado, sobre todo gente joven. Pero no basta.

– ¿A qué se refiere con pensamiento político?

– Buscar caminos que nos permitan superar realidades, transformar realidades. El pragmatismo cerril de la política chilena dice que hay que aceptar la realidad como invonmovible. Son los mismos que se aferran a la realidad como si fuera un dogma, que hay que respetar, y que se convierte en una cosa de fe, que va más allá de cualquier posibilidad de raciocinio -la realidad se acepta como es- son los mismos de mi generación que llamaban a tomar el cielo por asalto y a transformar la realidad.

– ¿Podría decirse que el neoliberalismo fue el último pensamiento político?

– Pero no es nuestro. Ahí nos convertimos en lo que hemos sido siempre: en un receptáculo. Acá se ejerce política de epigonales, no hay nada nuevo. Es política de imitación. No hay pensamiento propio. Los Chicago Boys no son un invento chileno. La dictadura fue una gran caja de resonancia y un basurero de todo lo que había en política económica de desarrollo. No es un neoliberalismo, es un neocanibalismo.

– ¿Es la baja participación política una de sus consecuencias?

– Es una de ellas. Durante Lavín querían reducir las horas de historia, que acá no son más que un compendio de fechas. Estamos hablando de una sociedad que sólo tiene un duopolio en los medios de comunicación, donde los medios alternativos son tan menores que juegan un papel referencial, para quejarse, pero nada más. No tienen ninguna influencia real. Y suma y sigue. Un país que lee obscenamente poco, porque los libros son obscenamente caros. Son una suma de factores que atentan contra nuestra capacidad de pensar, de razonar  respecto de la realidad que nos rodea, de visionar formar alternativas de desarrollo. Brecht decía que el socialismo era difícil de construir, porque se trataba de buscar caminos hacia una sociedad más amable.

Las AFP, una superstición

– ¿Qué opina de grupos como el movimiento contra las AFP?

– Son reactivos, porque esa lucha es generada por las propias AFP, porque las jubilaciones son un negocio portentoso. Las pensiones fueron consideradas durante largo tiempo como un derecho conquistado después de un largo periodo de trabajo, donde la comunidad debía hacerse responsable de sus miembros más viejos. Pero luego el neoliberalismo descubrió que eso no podía ser. Hoy existe un invidualismo, un egocentrismo, in extremis. Acá estamos lejos de ser una sociedad solidaria. Lo que tratan de vender con bombos y platillos como solidaridad es la Teletón, que es una cosa patética. Entienden la solidaridad como la limosna. Somos un país que ejerce la brutalidad intersocial a todo nivel. La indiferencia frente al prójimo es una forma de brutalidad, de agresión. Como decía Góngora, «ande yo caliente y ríase la gente». Importa un soberano cuesco lo que le pasa a la gente. Han hecho retroceder la solidaridad interhumana, como si fuera normal. Si hubiéramos alcanzado el desarrollo, que no hemos alcanzado, sería normal interesarse por el prójimo. Todo lo que vemos es eso. Chile no es una excepción. Es una pobre realidad periférica de algo mucho mayor. Es el desarrollo global. Además nos estamos acercando a un punto de colapso ecológico que no tiene vuelta, the point of no return. Eso lo sabe todo el mundo, pero le importa un cuesco a la gente.

– Usted habla de las supersticiones que están en nuestro modelo democrático. ¿A qué se refiere?

– Hablo de cosas como el emprendimiento, el apoyo a las pymes, las reformas tributarias, porque en el mejor de los casos son correcciones a pie de página. Ahora, por ejemplo, la fiscalía pide algunos años de cárcel para un ex alcalde de Ñuñoa acusado de corrupción, de los cuales obviamente no pasar un sólo día en prisión, y restituir el 10% de lo que se robó. Y todo el mundo feliz y contento. Son esos juicios abreviados, que son como un acuerdo de caballeros y una estafa elegante a la sociedad. En cambio, al tipo que vende CD pirateado le tiran tres años, como le ocurrió al muchacho que murió en el incendio de la cárcel de San Miguel. Y estamos llenos de ese tipo de realidad tan compleja. Buscar soluciones en esa nebulosa de tristeza, en esa grisalla, es posible, es tarea de los cerebros jóvenes.

– Pero su generación podría dar ideas.

– Para eso está lo que podemos llamar literatura, y no sólo la de ficción, que es mi campo. También la no ficción. No estamos descubriendo nada nuevo. El problema es cómo somos responsables con nuestra capacidad de crear. Hay un déficit de creación muy grande en la política nacional. Por los mismo  la democracia será imperfecta mientras no habilitemos esos espacios de discusión, de creación cultural.

– ¿No hay un cambio cultural con el movimiento estudiantil?

– Si perdurara en el tiempo sería fantástico. El problema es que esos impulsos de los movimientos populares tienen que traducirse en medidas políticas de largo alcance. Y eso no se está logrando.

– Pero hay cosas que la gente antes aceptaba y ahora no, como las AFP.

– Esos son logros gracias a los movimientos sociales, pero son impulsos y aún no adquieren cierta constancia. Ésa ya es tarea de la política.

– ¿No reconoce que hay avances, como la ley del aborto?

– Eso fue fruto de una ardua lucha por restituir algo que ya teníamos. No estábamos peleando por nada nuevo. Lo mismo sucede cuando hablamos de educación pública y gratuita, que es algo que ya estaba. Reconstituir cosas no significa retroceder, sino volver a caminar, y eso nos ha faltado a nosotros. Hoy los muchachos te miran con asombro cuando dices que estudiaste en una universidad pública donde no pagaste un puto peso, por hablar con las palabras de un político… estudié gratis igual que la mayoría de los políticos. Eso me lleva a otro tema, la pobreza del lenguaje. Si tu lees las intervenciones políticas de los honorables representantes elegidos por votación popular, el saldo es triste.

Políticos sin educación y un empresariado bruto

– Triste en comparación a lo que había antes.

– Exactamente. Yo conocí a una derecha que era capaz de citar a filósofos franceses, que fueron producto de un mismo desarrollo que ellos pretendían negar. Ahora tenemos un empresariado bruto. Esa es la verdad de las cosas. Y uno de ellos, con las más altas posibilidades de convertirse nuevamente en administrador de esta parte del poder que se llama gobierno, no es precisamente un hombre ilustrado, pero lo aterrador es que a la gente le importa un soberano durazno. Incluso encuentran simpático que sea capaz de acumular esa cantidad de fortuna  y de aún así hacer una cachaña para financiar su campaña con boletas truchas.  Para mucha gente es una brillantez.

– ¿Y los otros candidatos?

– Tampoco son ilustrados, no hay. Eso pertenece a otra etapa histórica de la América Latina en general. Como somos un fenómeno periférico al interior de este mundo convulso, tampoco importa mucho.

– ¿Qué otra superstición tenemos?

– Una de las falacias que siempre me ha llamado la atención de la gobernabilidad. Somos un Leviatán en eterno círculo, tratando de tomarse la cola. Se han ido generando grupos de interés. Hay observatorio para todo, a nivel académico y de comunidades. Pero no hay ninguno que se preocupe de los militares. Y eso en un país como Chile, que viene saliendo de una experiencia atroz, que mantiene al interior de esta sociedad un cuerpo ignorado, como son los militares. La otra superstición es que están subordinados al poder civil. Eso hasta que a ellos no se les ocurra otra cosa. La mejor prueba la dan los 12 o 15 ex comandantes en jefe que con toda desfachatez se permiten decir en voz alta lo que en los cuarteles se dice en voz baja (para criticas los juicios por violaciones a derechos humanos). No nos pasemos películas. Pensar que la realidad pasa al margen de los milicos y que son una especie de salvaguarda, es una superstición grotesca.

– Chile se engaña a sí mismo.

– Sí, pero lo terrible es que nos satisface el autoengaño. Estoy hablando de mayorías.

– Nos hacemos los huevones.

– Exactamente. Tratamos de pasar desapercibidos, de pasar piola por esta vida, de no hacer quilombo. Entonces el huevón que tiene una pensión de 400 lucas, a lo más se compadecerá del que tenga una de 70 lucas. Y se asombra cuando alguien tiene una pensión de cuatro millones. Tendrás que coincidir conmigo en que éste es una sociedad grotesca, donde condenados por crímenes de derechos humanos tienen pensiones de tres, cuatro millones de pesos, que los siguen recibiendo en la cárcel. Eso nadie lo entiende. Pero así es Chile.

El rol de los intelectuales

¿Cuál sería el rol de los intelectuales en este escenario?

– El que ha sido siempre: joder, revolver el gallinero. El intelectual no existe al margen de la realidad. No es ningún pope, creo que hay una sobrevaloración de su papel. Ellos saben arrimarse a buenos árboles. En Chile son más bien menores y nominales, son nombres. Cumplen papeles funcionales, prácticamente, al servicio de algo.

– ¿Eso es lo que es o lo que debiera ser?

– Lo que es.

– ¿Y cómo debiera ser?

– Yo considero el trabajo intelectual estrictamente un aporte individual a un desarrollo social concreto, sin pasarnos la película de que siempre la dan el palo al gato. Eso no es cierto. Son iguales que los escritores, que escriben  lo que pueden, nunca lo que quieren. El trabajo de un intelectual que se considere medianamente honrado es establecer, de alguna manera, un vínculo con quien le rodea. No existe en el aire, en el vacío. Algunos tratan de desconectarse, y se exilian en sí mismos. La falta de pensamiento político en Chile también es por una escasez de trabajo intelectual. La producción de ideas, en la academia, por ejemplo, no es muy grande. Hay una repetición de cosas que se van haciendo moda. Siempre me ha llamado mucho la atención todo, por ejemplo, lo que es género. De repente se transformó en una órbita asteroidal que no conocíamos. Entonces hay todo un movimiento estelar en torno a la cosa de género, influenciados también por cosas exógenas. El descubrimiento de los géneros no es un descubrimiento chileno, empezó mucho antes en Europa. O los pueblos originarios. Ellos tampoco son un invento chileno. Nosotros estamos descubriendo ahora a los mapuche, pero sin el impulso de lo que fue el zapatismo, por hablar del siglo XX solamente. Hubiera sido imposible que se generara conciencia con nuestros pueblos originarios como lo ocurrido en Ecuador, por ejemplo, más allá de las soluciones que se han ofrecido. Ya gravitan políticamente en la atmósfera política nacional, en Perú y ahora en Chile.

– Pero hay intelectuales destacados, como Tomás Moulian.

– Pero son casos individuales. No constituyen lo que podamos llamar una corriente de pensamiento académico. Yo respeto mucho más el aporte a la reflexión sobre nosotros mismos de un Gabriel Salazar que un Sergio Villalobos.

– ¿Es esto una herencia de la dictadura?

– En Chile también existe un proceso de intelectualización de procesos integristas que nada tienen que ver con la razón, sino sólo con movimientos de fe. Por eso el peso de las universidades confesionales en este país. Esa una de las novedades que nos dejaron los 17 años de Pinochet. Le entregaron parte de la potestad educativa del Estado a confesiones militantes, y muy militantes. Somos un país muy joven, no nos da ni para guardería, y además de eso tuvimos un padre que nos castigó severamente porque nos atrevimos a pensar. Somos una realidad existencialmente triste, la realidad chilena, creo yo, producto de una realidad que muchos declaran incambiable y que hay que aceptar como un principio de fe. Pero para cambiarla tiene que haber creación de pensamiento, a partir de movimientos como el contra las AFP. No puede ser que millones, por generaciones, engorden los bolsillos de otra persona y al final reciban un huevo duro y una manzana como pensión. ¿Cómo entendemos la solidaridad? ¿Cómo entendemos nuestra relación con la naturaleza? ¿Cómo no somos capaces de generar algo más inteligente que pensar que la solución de los problemas chilenos es crecer, crecer y crecer? Eso es pensamiento político. La realidad la constituyen no sólo las cosas que ya están, sino las que pueden ser.

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