Publicidad
Epicedio: una obra antídoto contra el ego y la vanidad Opinión

Epicedio: una obra antídoto contra el ego y la vanidad

¿Quién puede estar pensando en la gloria póstuma en plena vejez, etapa de la vida que debería ser la de mayor sabiduría y humildad? Respuesta: Sólo un artista incapaz de entender cómo el arte es para los demás y no un campeonato. Y razón en ello, pues los premios son para los amigos del jurado, señala Parra, y la hoja de laurel llegará cuando ya no nos sirva para nada.


Héctor Noguera en la obra Epicedio interpreta a un escritor griego que no entiende ésto y desde el Centro GAM insiste en molestar telefónicamente a su anciano y enfermo colega connacional, para proponerle pre producir funerales fastuosos para la inmortalidad.

En brillante monólogo de Noguera, el escritor intenta convencer a su amigo cómo un funeral apoteósico, con coronas ofrendadas por los poderosos y discursos grandilocuentes, son una posible plataforma de lanzamiento hacia el olimpo de los artistas.

Ego, vanidad y vacuidad, tres de los peores senderos seguidos por un artista cuando convierte su sensibilidad en una justa hípica. Cuentan que Marcel Marceau lloró de frustración en un recóndito y olvidado pueblo del tercer mundo dónde no había qué comer, pero donde sí campeaba un afiche de Charles Chaplin. Constataba herido cómo su vanagloria nunca poseería tal fama y prestigio.

La vergonzosa guerrilla literaria vivida en nuestro país entre Huidobro, Neruda y De Rokha, a través de los diarios y hasta con reyertas públicas, hablan de cómo en el asteroide del vanidoso no hay lugar para el otro. Tal vez por ello, es un bálsamo que Noguera, exponente de una vida artística íntegra, nos revele este absurdo, mediante el sentido del humor de Iakovos Kambanellis, autor de la obra.

El monólogo permite ingresar en la intimidad de estos dos escritores griegos, ácidos críticos de los enormes funerales de un colega con menor talento. Son dos autores-niños, ignorantes que el artista real es quien compra caro para vender barato.

La conversación de los artistas helenos nombra en un momento al poeta griego-egipcio Constantino Kavafis, pero en nada le hacen honor a la altura de éste ni de su enorme traductor chileno, Miguel Castillo Didier.

Al poeta alejandrino Constantino Kavafis, una de la mayores glorias del siglo XX en el renacimiento de la lengua griega moderna, lo conocemos gracias al traductor, académico y musicólogo chileno Castillo Didier. Si ambos fueran los protagonistas de la obra Epicedio, el resultado sería inverso al de la mezquindad humana.

Una vez ambos llegaron a la querida y fenecida librería Ítaca, en la que trabajé. Se hacían en ella pequeños eventos y pedimos a don Miguel si nos podía traer a Kavafis un sábado a la mañana. Accedió y con la generosidad de los grandes, don Miguel cruzó la ciudad para ir a compartir su traducción del poema Segunda Odisea de Kavafis. Gracias a él disfrutamos mejor los valles escondidos en ese poderoso poema, pues un traductor es, o debería ser, un apasionado segundo escritor de la obra a la que sirve.

Didier es director del Centro de Estudios Bizantinos y Helénicos de la Universidad de Chile, dedica hasta hoy su vida al estudio de los autores contemporáneos griegos y es el gran traductor para nuestro idioma de ese caudal desconocido para tantos hispanos. Su trabajo es valorado y premiado en el mundo entero, su bajo perfil no le impide ser un chileno plenipotenciario de la cultura helénica. Gracias a su entrega sin jactancias, también podemos disfrutar las mejores traducciones de la obra de Nikos Kanzantzakis.

Es un traductor y persona sin asperezas barrocas en su relación con los demás, que disfruta tocar órganos de iglesias y enseñó teoría de la música, griego antiguo, griego moderno, conocedor del latín y el francés, un profesor de musicología durante su exilio en Venezuela. Se le ha descrito profundo y sencillo, como el mar.

En su obra Kavafis Íntegro, Castillo Didier explica que los artistas deben ser juzgados de manera estética por la posteridad. Muchos buscaron decodificar la poesía del alejandrino en función de sus temores y conductas. Sin embargo, los mejores estudios y valoraciones sobre éste, no deben ser presa de las habladurías sobre la vida íntima, defectos personales, ideologías o banalidades del autor.

Según M Peridis, estudioso del poeta de Alejandría, éste era un hombre sano y de espíritu vigoroso, con una mente armónica, actuar equilibrado, sensible e hipersensible si la razón lo ameritaba. Para Sareyanis, otro biógrafo, era patológicamente tímido y un artista cuya misión se resumía en el lema: “Sólo el arte es capaz de embellecer lo común y lo vulgar”.

Nada más pedestre y habitual que la mezquindad, personalismo o individualismo en quienes construyen una obra o la traducen.

«La persona que traduce lo hace por amor a la Belleza, pero también por amor a los demás, porque uno no se contenta con descubrir solo algo bello y quiere compartirlo. Al descubrir a estos autores lo primero que pensé fue que quería que otros lo conocieran», afirmó en entrevista Castillo Didier, cuyo trabajo también ha permitido apreciar a otros tantos autores griegos neo helénicos.

La posteridad de una obra se logra por la apreciación estética que las nuevas generaciones le darán, no dependerá del baile de máscaras organizado por las editoriales trasnacionales, ávidas de vender hoy la trascendencia del autor de moda en ferias. La obra de arte repercute si pudo entregar nuevos matices a los temas universales, no importa de qué aldea surja, el destello de la belleza se impondrá con perseverancia, como rítmicas gotas llenando un océano.

La belleza está donde se supone que no está. La belleza no está en las teleseries, en la moda, en el poder o en la destrucción de la naturaleza, decía el escritor chileno Adolfo Couve, otro con una obra honesta y de calidad. Kavafis y Castillo Didier no sólo son valorados por sus premios, lo serán por la virtud e integridad en su legado, pues han estado al servicio de esa belleza aludida por Couve.

Luego de la obra conseguida sin vanidad, espera ese más allá, que es una nueva aventura. Ulises, tal como lo describe Kavafis en Odisea Segunda, está viejo y todas las virtudes de su Ítaca recuperada brillan en su corazón, pero también pronto se apagan para despertar en él de nuevo la sed por nuevos mares.

La ternura de Telémaco, la fe de Penélope, el padre anciano, los amigos leales, el amor de su pueblo, lo cansan, lo aburren un día. El Ulises de Kavafis se marcha otra vez de Ítaca, arrojando las pesadas ataduras de cosas domésticas y conocidas. Cruza las columnas de Hércules hacia esta odisea segunda, mayor quizás que la primera, con un corazón vacío de amor, de ego y vanidad.

Epicedio

En Centro Gam, Sala N1 (edificio B, piso 2)

Hasta el 18 de noviembre. Mi a Sá – 21 h

Precios: $ 5.000 Preventa Gral. $ 6.000 Gral. $ 3.000 Est. y 3ed. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias