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Dark y la repetición del mal Opinión

Dark y la repetición del mal

Su narración muy inteligente, acompañada de una buenísima banda sonora, sofocante y absorbente a ratos, inquietante todo el tiempo, no trata de lo que en realidad creemos que trata, los viajes en el tiempo y los usos y consecuencias de ellos; trata de algo más; de la descripción del mal de los hombres.


Una de las nuevas series de este año procede de Alemania y tiene su nombre en inglés; Dark. Algunos, equivocadamente, la llaman la Stranger Things alemana, cosa que consideramos un error. Dark es más profunda y sobria que la serie estadounidense. Sin embargo, este error, esta comparación, tiene algo rescatable: significa que para algunos es una serie que escapa a la comprensión habitual de las cosas, de ahí la premura en identificarla con aquello que es conocido de antemano. Tampoco es que la serie alemana sea tan compleja que su sentido solo alcance a algunos iniciados. Se trata más bien de una serie que engañosamente podría ser catalogada de terror/suspenso/misterio/ciencia ficción. Digo engañosamente, porque no trata de lo que trata, o mejor dicho, no es tan obvia como parece.

Para no entregar mucha información a quienes no han visto la serie, seré muy breve respecto a su trama.

Corre el año 2019 en Winden, pequeño pueblo alemán cuya fuente de energía es una planta nuclear. Hasta aquí todo va relativamente bien: las gentes se conocen hace años, como en todo pueblo pequeño hay conflictos, dramas, historias entrecruzadas y un largo etc.

Lo que atraviesa al pueblo como un hilo rojo es la desaparición de niños en lapsos de 33 años. Aquí todo se comienza a ponerse misterioso y oscuro: ¿quien está detrás de estas desapariciones? ¿Por qué suceden cada 33 años? Un pequeño spoiler: hay viajes en el tiempo.

Con lo anteriormente dicho ya tenemos la receta de una serie movida. Donde haya viajes en el tiempo, siempre hay confusión y giros en la trama, es cosa de darse una vuelta por Volver al futuro y sabrán de qué estoy hablando.

Sin embargo, Dark es más que eso. Su narración muy inteligente, acompañada de una buenísima banda sonora, sofocante y absorbente a ratos, inquietante todo el tiempo, no trata de lo que en realidad creemos que trata, los viajes en el tiempo y los usos y consecuencias de ellos; trata de algo más; de la descripción del mal de los hombres. Basta con que uno de los niños desaparecido sea el propio para que los hombres se conviertan en demonios (tal era la premisa de Prisoners de Denis Villenueve…). Esa lógica se repite acá: cuando un desaparecido es uno de los nuestros, la justicia se quiere hacer a toda costa, saltándose protocolos y reglas (el personaje de Ulrich, jefe de policía, incompetente padre de familia, marido infiel, de pasado violento y arrogante) es paradigmático: sus características negativas siempre lo han acompañado y lo que queda normalizado en la vida cotidiana, en la vida con otros, no es más que el afán de tapar y dejar bajo la alfombra la maldad y perversidad de cada uno, para que la vida en comunidad no se vaya abajo.

La desaparición de los niños abre algo de lo que nadie es conciente, la compulsión de repetición que acompaña a los personajes. Esta es la que lleva a que sean lo que son, repitiendo una y otra vez lo que les toco sufrir. La pareja del sufrir y hacer sufrir es aquí crucial: el tiempo humano al que hace referencia la serie, es el tiempo de la repetición. Si a esto le agregamos la perspectiva teológica, lo que nos queda es la repetición del mal y del sufrimiento. Incluso cuando el nudo parece desatarse, cuando las paradojas temporales surgen y desconciertan al espectador, lo inquietante es más profundo. El verdadero mal no es tanto la desaparición de los niños, sino las condiciones de su desaparición, la cotidianidad que acompaña a sus personajes que, silenciosamente, se ofrece como el abono de su ausencia. Esta abre y rasga por vez primera el curso de la tranquila y pacifica vida de la comunidad. Detrás de esta apariencia no hay nada, ni siquiera una realidad superior, sino la apariencia de la vida en común, de la vida familiar, de la vida escolar, mostrada en cuanto tal, como el registro de lo inquietante. El mal no consiste solamente en el enfrentamiento de dos superpotencias (este es el telón de fondo del escenario nuclear que se instala en Winden), consiste más bien en lo inquietante que queda reducido al ámbito de lo privado; las violencias de todos los días, las rencillas y los rencores que perduran por años, la crueldad bien disimulada, la hipocresía. No es casual que sean niños los que desaparecen; ellos son la excusa perfecta para que mostremos nuestro buen corazón y para que olvidemos, muy rápidamente siempre, que también son nuestras victimas.

La planta nuclear, omnipresente en toda la serie sirve como imagen de algo que no tiene vuelta atrás: la desintegración de los vínculos de la comunidad. Así como el átomo puede ser desintegrado, la vida social también puede serla. Ya no hay nada en común en Dark, solo el egoísmo de sus personajes llevado al paroxismo. Que no nos engañe la dicotomía, el otro lado de la alternativa no es necesariamente el mejor, pues también acumula basuras y restos como un campo de deshechos nucleares, que lejos de nuestra vista se constituye en el residuo ineludible de nuestra confortable vida técnica.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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