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El misticismo del fotógrafo chileno Sergio Larraín impacta en Buenos Aires Inauguran una muestra con 160 imágenes de su obra

El misticismo del fotógrafo chileno Sergio Larraín impacta en Buenos Aires

El diario argentino «Clarín» escribió una elogiosa nota sobre el artista a propósito de la retrospectiva. «El misticismo de Larraín se ve ya en sus fotografías», dice Emmanuelle Hascoet, representante de Magnum y responsable del montaje.


Hay fotos de la localidad siciliana de Corleone y del mafioso Giuseppe Genco Russo, pero también de Victory Station de Londres, de una indígena de Potosí y de los pies de los niños de la calle que pululaban por la Vega Central en el Santiago de fines de los años 50. Todas en blanco y negro y con un denominador común: el chileno Sergio Larraín (1931-2012), el primer latinoamericano en entrar a la agencia Magnum.

Su vida fue de novela: nacido en el seno de una familia pudiente en Santiago en 1931 y fallecido en Ovalle hace un lustro, alcanzó el Olimpo entre sus pares en los 60 y al finalizar esa década dejó todo y se retiró a la vida espiritual.

Amigo de Julio Cortázar -quien se inspiró en una anécdota suya para escribir un cuento («Las babas del diablo»), que luego daría origen a una película de Antonioni («Blow up»)- y Henri Cartier-Bresson, que había fundado Magnum junto a Roberto Capa, cultivó un misticismo que se ve en su obra y embrujó a Roberto Bolaño («Me gustaría decir que en alguna de sus fotografías he vivido», dijo el escritor).

“Uno se demora mucho en ver», escribió en una carta a su sobrino que le pedía consejos sobre fotografía a principios de los 80, según cita el diario argentino Clarín. «Pero poco a poco se te va entregando el secreto y vas viendo lo que es bueno, y la profundidad de las cosas».

Una relación postal

Clarín escribió una elogiosa nota sobre el artista a propósito de una retrospectiva con 160 imágenes y 11 dibujos del legendario fotógrafo, inaugurada el pasado 20 de diciembre en el Centro Cultural Borges, en pleno centro de la capital argentina. Un fotógrafo que vendió imágenes a la revista Life, al New York Times y Paris Match.

La muestra es curada por Agnès Sire y antes ha sido exhibida en el Museo de Bellas Artes de Santiago (2012) y el Festival de Fotografía Rencontres d’Arles (2013). Sire, ex directora de arte de Magnum, halló su obra en los archivos de la agencia en los 80 y entabló una relación postal de tres décadas con el maestro.

Junto al fotógrafo Josef Koudelka se ha dedicado a rescatar su obra, que por deseo del propio artista se había sumergido en el silencio y quien pidió que sus imágenes fueran expuestas sólo después de su muerte.

Reclusión espiritual

Tras viajar por América Latina y Europa en una década prodigiosa -1957 a 1968- este fotógrafo renunció a Magnum para dedicarse al yoga, a la vida espiritual, en fin, a la libertad que no le daban los contratos.

Ya no habría viajes: de ahora en adelante, se dedicaría a tomar fotos de las cosas sencillas que le rodeaban en su casa de Telahuen, a 33 km de Ovalle: una huella, una flor. Esas imágenes las llamaba «satoris» («iluminaciones»).

«El misticismo de Larraín se ve ya en sus fotografías», dice Emmanuelle Hascoet, representante de Magnum y responsable del montaje, según cita el diario español El País, que también dedicó un artículo a la muestra.

Un misticismo que tal venía de lejos, del inconformismo con su propia clase social, de su simpatía con los excluidos y tal vez también de una tragedia familiar: en los años 50, su hermano sufrió una caída ecuestre, y falleció por un diagnóstico errado, un hecho que devastó a su familia. También a este alumno del Saint George, el «Queco», como lo conocían los amigos, hijo del arquitecto Sergio Larraín García-Moreno y Premio Nacional de su especialidad en 1972.

La exposición ha sido producida por Magnum Photos y la Fundación Henri Cartier Bresson, con el apoyo del Consejo Nacional de Cultura y Artes (CNCA) y la Cancillería a través de Dirac.

Cada imagen, una historia

Cada imagen -la muestra abarca distintas etapas- tiene una historia. Por ejemplo, el retrato de Genco, el mafioso siciliano, fue un encargo de Magnum, en 1959, y le demandó al chileno instalarse por un par de meses en la isla y ganarse la confianza del capo. Esas fotos serían las publicadas por la revista Life.

Ese recorrido de Larraín por los márgenes no era nuevo. Dos años antes había compartido con los niños de la calle del Mapocho. Dos de esas imágenes fueron compradas por el director de fotografía del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York.

En la misma línea se pueden clasificar las fotos de un prostíbulo de Valparaíso, el famoso «Los Siete Espejos». El propio Pablo Neruda lo invitó en 1968 para retratar el puerto, con su mezcla de encanto, abandono y seducción.

«Muchas de sus fotografías son obras maestras, que requieren una mirada atenta para captar todos los detalles», escribe El País». «El más famoso lo descubrió en el cuarto oscuro. Cuando revelaba imágenes sacadas en los alrededores de Notre Dame, se dio cuenta que en el fondo de una de ellas había una pareja que mantenía relaciones sexuales contra una pared». Es ésa la anécdota que daría origen al cuento de Cortázar.

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