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Miniserie «Neruda»: personajes exagerados y poco realistas Crítica de Televisión

Miniserie «Neruda»: personajes exagerados y poco realistas

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Por : Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega Abogado, Comunicador Social. Tiene estudios de postgrado en Comunicación Social, Humanidades y Filosofía. Ha sido directivo en el sector de la educación superior privada. Profesor universitario y columnista.
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El filme muestra un personaje maqueteado, infatuado, superficial, lleno de remilgos, melindres y formas amaneradas, entregado sin límites a excesos que incluso en nuestros días podrían llamar a inquietud a personas normales. Un hombre dubitativo, pusilánime, algo irresoluto.


Se ha emitido por el canal Mega el primero de cuatro capítulos de la miniserie televisiva “Neruda”, realizada a partir de la película del mismo nombre dirigida por Pablo Larraín. La trama de esta producción es bien conocida, de hecho el filme tiene la pretensión de ajustarse a hechos históricos, aunque no lo logra pues saltan rápidamente a la vista elocuentes distorsiones. La figura misma del poeta se muestra con rasgos de carácter y actitudes sociales y políticas al menos improbables, si se tienen como referencia sobre su personalidad abundantes testimonios escritos por una enorme diversidad de autores, como también de personas que lo conocieron e incluso tuvieron cercanía y amistad con él.

El filme muestra un personaje maqueteado, infatuado, superficial, lleno de remilgos, melindres y formas amaneradas, entregado sin límites a excesos que incluso en nuestros días podrían llamar a inquietud a personas normales. Un hombre dubitativo, pusilánime, algo irresoluto.

Hay que decir que no sólo el personaje aparece como una construcción actoral un tanto artificiosa, alejada de lo que se conoce que fue la realidad individual y social del poeta, sino que también el casting que dio con su interpretación, como también con la de otros personajes importantes, resulta un poco banal, antojadizo, estereotipado, carente de sutileza, en suma, poco creíble.

Así, hay otros personajes que tampoco se ajustan en su representación a lo que de ellos se conoce por testimonios directos o por los relatos de la historia. Es el caso del ex Presidente Arturo Alessandri Palma, que en el momento en que transcurren los hechos ejercía como Presidente del Senado, quien también aparece como una parodia de sí mismo, un sujeto con rasgos de chistoso, medio cómplice de la corruptela del prolongado período de gobierno del radicalismo, adocenado en el núcleo del medio social que precisamente combatió, coludido con el Presidente de la República en la persecución del Partido Comunista y la deportación de sindicalistas y militantes. Esa interpretación de Alessandri no corresponde para nada a la realidad, lo cual es fácil de verificar revisando algunos libros disponibles que intentan dar una mirada serena acerca de ese período de nuestra historia. Desde luego no era un frívolo, como lo muestra la película, y mucho menos un humorista.

Tampoco el Presidente Gabriel González Videla parece creíble. No tiene ninguna relación con la imagen de hombre jovial, sociable, lleno de vitalidad y simpatía que caracterizaba al Primer Mandatario del período 1946 – 1952. La serie muestra un personaje adusto, parco, antipático, severo, hasta con cierta inclinación intimidatoria. Un retrato que simplemente no calza con los testimonios que hablan de su personalidad exuberante, carismática y atractiva.

Otra figura relevante en esta historia es Delia del Carril, la “Hormiga”, la mujer argentina, cincuentona, que se unió al poeta en España cuando este frisaba las tres décadas. Lo que no convence de la Hormiga es su actitud melindrosa, su constante servilismo, su llamativa subordinación.

Tema aparte, por cierto, es la construcción del personaje del policía, del encargado por el Gobierno de seguir los pasos del poeta, de cercarlo y de capturarlo: el prefecto Óscar Peluchonneau. Desde luego, hay que decir que la película está estructurada a partir de la subjetividad de este personaje, de las emociones que lo invaden, de sus retos, sus ambiciones, sus fantasías más inconfesables, sus frustraciones y sus flaquezas. Haber utilizado la subjetividad de este personaje como material potencialmente significativo de la intriga, es una opción perfectamente válida y hasta útil para la construcción de un guión, desde un cierto punto de vista distinto del protagonista. Sin embargo, el desarrollo dramático va llevando a este personaje a niveles de obsesión con la figura del poeta que resultan exagerados, enfermizos, poco realistas.

Es cierto que Neruda debió pasar a la clandestinidad cuando fue desaforado de su cargo de senador por la Corte Suprema, y se le persiguió en virtud de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, promulgada en 1948, que proscribió a su partido, el Comunista. No obstante, tanto el Presidente como el Gobierno eran plenamente conscientes de la proyección que tenía Neruda en Chile y el extranjero, y de los enormes efectos adversos que una cacería tosca y desconsiderada podía generar en contra del régimen y en la imagen internacional de Chile. Ello es suficiente para persuadir de que la búsqueda de Neruda tuvo muy poco parecido con la que se desprende de esa obsesión atosigante del prefecto Pelouchoneau, que presenta la película. De hecho hay testimonios muy directos acerca de todo este episodio, como el de doña Adriana Olguín Büchi de Baltra, a la sazón ministra de Justicia del Gobierno radical, quien relató en una entrevista, hace unos veinte años, haber presenciado cómo González Videla instruía en La Moneda al Director General de Carabineros: “… a Neruda hay que buscarlo pero no encontrarlo”, lo cual, en realidad, parece mucho más plausible que la artificiosa construcción del personaje que encarna al policía en la película.

Por otra parte, es digna de mención la recreación de época de la película, con varias escenas que muestran un Santiago del que cada vez quedan menos vestigios, con lugares perfectamente reconocibles hoy. Hay, con todo, detalles poco prolijos en este aspecto que es necesario hacer notar, pues se suceden algunas tomas en que alcanzan a divisarse, aunque sea fugazmente, construcciones recientes que le restan verosimilitud al conjunto. Con todo, la película tiene aciertos en materia de fotografía, recreación de ambientes, vestuario, que en general le confieren el tono propicio de la época en que transcurren los hechos relatados. Estos aspectos, en realidad, resaltan y son destacables frente a la gran cantidad de dudas e insuficiencias que dejan el guión y la construcción de los personajes principales.

En cualquier caso, más allá de la mirada crítica, también resulta encomiable que una estación de televisión abierta, en este caso Mega, ofrezca al público contenidos como el de esta miniserie, que por cierto se apartan del tipo de programación a que por décadas han estado acostumbradas. Bueno sería insistir en este tipo de orientación programática, para contribuir seriamente a la formación de audiencias.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega. Comunicador Social. Abogado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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