Publicidad
De paseo por la Cumbre del Rock Chileno 2018 Opinión

De paseo por la Cumbre del Rock Chileno 2018

«Estamos chatos, pero no del calor, sino de la poca empatía hacia el público. Chatos de que puedan usarte para un comercial, por entrar a un túnel a refrescarte, de ser empleados que supediten su ética a órdenes; como la cuidadora de los baños químicos, impidiendo entrar a una chica con una emergencia, porque sólo habían disponibles, baños de hombre… Chatos de no encontrar respuesta en las instituciones. En fin, de tantas cosas, que el sábado, en larga jornada de música, nos sitúan en algo más que entretención. En esa esquiva y empobrecida identidad, que abraza y susurra desde los llanos de la resistencia: ‘De alguna forma siguen aquí… No están tan solos’. Y eso, es parte del rock», escribe en esta columna el periodista Álvaro González.


Dicen que «cumbre» es lo más alto, la concreción de los deseos a los cuales aspiramos. Un lugar desde el cual, se ve todo. Pero aquí era imposible con dos shows paralelos en cuatro escenarios. Había que caminar unas tres largas cuadras de pasto medio seco, esquivando hoyos, personas y uno que otro perro que nunca faltan en este tipo de eventos, para alcanzar la “colita” de otro show.

Pero los rockeros somos eso, “carne de perro”. Así que soportamos una sensación térmica sobre los 32°, deambulando a ratos, cual zombis, para encontrar donde cobijarnos. Incluso, en posición fetal tras un basurero o la sombra de la bandera chilena (que preveía como se venía la cosa), servían.

El show empezaba a la 13:00 horas, según la organización, pero un periodista que se fundía bajo el sol abrazador, nos advirtió tempranamente que estaban retrasados por cerca de media hora, que en realidad, era una completa. Pudimos resguardarnos un poco del calor entrando más tarde.

Cerca de las 15:00 horas recién termina su presentación Mamma Soul y El Cruce. Dixon en plena presentación parece tener problemas de sonido. Se van a negro unos 10 segundos, pifias, los cortan. No es el sonido, es descoordinación; el locutor más conocido de Chile (Fernando Solís) anuncia a Santropia. Manos a la cabeza: ¡Cómo les hacen eso! Ni siquiera se despidieron de su público. “La banda debe haber sabido el tiempo que tenían”, dice una colega.

Santropia, banda que no había escuchado, daba buen show en el escenario Violeta Parra, pero caminamos a buscar una sombra y reunir el grupo cuando Mariel Mariel culmina actuación, con agradecimiento por la inclusión de las mujeres a la Cumbre y un pequeño mensaje a la industria musical: “Dejen de lucrar, dejen entrar a los músicos chilenos a la cancha”.

Sin entrar en mayor detalle, entre el calor y que el tiempo parecía ir más lento, había que moverse. Denise Corales deslumbraba tres cuadras al otro lado. Aguaturbia presente y más vigente que nunca, prendía la tarde.

Gran dilema. Kuervos del Sur y Electrodomésticos. Nos dispersamos. Hace tiempo que quería ver a los Kuervos. Ahí vamos primero. En simple: impresionantes, emocionantes. Tres canciones, dos de su álbum “El Vuelo del pillán” y cruzar todo para estar a diez metros de Carlos Cabezas.

Público variado y más jóvenes de lo que creí, disfrutábamos su show. Gran legado. Un intérprete que puede desafinar algo y cansarse, pero sigue ahí, firme, incólume.

Empieza Tomo como Rey. ¿Esta no era una banda de cumbia?, pienso. La primera avalancha de gente que noto va al escenario Violeta Parra y medio indeciso, escucho los acordes de “Mira Niñita”, una intro- homenaje de los Ases Falsos a Los Jaivas.

¡Y sí que sería un día de homenajes! Es aquí cuando recuerdo el show de Cecilia (La incomparable) y entiendo el sentido de la palabra «cumbre». Pensando ahora en ella como el reconocimiento a quienes dan su vida, a su arte. Llenos de dificultades, reales, de la vida real. Desde allí, desde un lugar lejano a la TV, proliferan sus mensajes.

El hip hop de Portavoz atrae a más de la mitad del público. Pasadas las 5 un mar de brazos alzados rapea. ¡Buena huachos!, saludan los de Conchalí. Invitan amigos del barrio. Lienzo con emblema mapuche. Piden libertad para la machi. Nos sitúan en la necesaria resistencia política, tan propia de su expresión.

En la misma línea, Weichafe. Su telón proyecta los rostros de Andrónico Luksic y Evelyn Matthei, recordándonos quienes son los enemigos. Nítidos y potentes. Con pogo y todo. En la cara opuesta, dos colegas, bailan al ritmo con Supernova, a quienes siguieron De Saloon.

Pasan los Fiskales, ¿a propósito de las pruebas implantadas por carabineros contra los mapuches? Alain Johannes, el nuevo chileno, encandilaba a dúo con el sol.

Nos reunimos una vez más en “la sombra” y hablamos de la nostalgia, como revival. Un compañero nos explica esa conveniente mentira de que todo pasado fue mejor. Cerca estaba Gepe, uno de los “masivos”, pero mis sentidos sintonizaron con Quilapayún, que abre con “Plegaria a un Labrador” de Víctor Jara. Pero también con “Una casa en el árbol”, el cover que hizo “We Are The Grand” a una de las canciones más conocidas como solita de Jorge González.

Lo próximo era la amada Cecilia, de la Nueva Ola. Punto Cumbre. Un homenaje en vida, un esfuerzo sublime por estar arriba del escenario. El amor de verla, pensado en la propia abuelita, que posiblemente ya se fue, o si aún vive, en las ganas de ir y abrazarla. Lo más dulce de la noche, entre los muchos momentos para recordar con una sonrisa.

La mayoría bailaba al ritmo de Chancho en Piedra, pero nos sentamos a escuchar a Saiko. El tiempo de los shows era cada vez más largo. Empolvados, sedientos, planeábamos la salida y un golpe knockout de temas exitosos, nos hizo acercamos, y aplaudirlos.

En franco retiro, pasábamos por Sinergia, para reírnos de la propia idiosincrasia, e idioticracia. “Toy chato” se sentía como una catarsis colectiva. Mosh más adelante, sonido fuerte, con harto feedback, el público prendido, saltando, bailando, cantando.

Estamos chatos, pero no del calor, sino de la poca empatía hacia el público. Chatos de que puedan usarte para un comercial, por entrar a un túnel a refrescarte, de ser empleados que supediten su ética a órdenes; como la cuidadora de los baños químicos, impidiendo entrar a una chica con una emergencia, porque sólo habían disponibles, baños de hombre… Chatos de no encontrar respuesta en las instituciones. En fin, de tantas cosas, que el sábado, en larga jornada de música, nos sitúan en algo más que entretención. En esa esquiva y empobrecida identidad, que abraza y susurra desde los llanos de la resistencia: “De alguna forma siguen aquí… No están tan solos”. Y eso, es parte del rock.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias