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Altered Carbon: La inmortalidad del dragón Se estrena en Netflix este 2 de febrero

Altered Carbon: La inmortalidad del dragón

La inmortalidad, la conciencia perenne, la ciudad del futuro, la violencia como un hecho constitutivo de la sociedad, los desnudos completos frontales, y poner en el centro de la discusión al ser humano sin denominación de género, son algunos de los aspectos que caracterizan a los diez episodios de esta obra.


En Bay City (2384) el cuerpo es un medio para el fin, no el fin en sí mismo y el tiempo es un dato, no una variable. Importa el software más que el hardware y la conciencia prevalece a una muerte, siempre, más anecdótica que definitiva. Como diría Lavoisier: nada se crea ni se destruye, sólo se transforma en Altered Carbon (Laeta Kalogridis), una apuesta arriesgada de Netflix, basada en la novela futurista noir cyberpunk de Richard K. Morgan (2002), cuya idea propone un giro de tuerca a la inmortalidad representada en Futurama (FOX), donde abundan las cabezas conservadas en fluidos de procedencia desconocida. Richard, desde el respeto.

Desde luego las ideas puestas en juego en Altered Carbon son de una complejidad superior en términos narrativos y visuales, con una historia que va y viene, y que por momentos marea al propio protagonista Takeshi Kovacs (Joel Kinnaman: The Killing, House Of Cards / Will Yun Lee). La intensidad del relato demanda a aferrarse a la pantalla y resistir las constantes dosis de sangre, golpes, cortes y coreografías pugilísticas al estilo de las hermanas Wachowski en la trilogía Matrix. Resulta curioso que en una sociedad tecnificada como la propuesta, la mayoría de las manifestaciones de violencia provengan de la vieja escuela: patadas, armas corto punzantes, sopletes y los puñetes de toda la vida. Pero lo dicho, el cuerpo tiene menos valor que la conciencia en la historia, lo que libera espacio para echar a andar una imaginación retorcida cuando se trata de machacar la carne y los huesos.

El desafío no era fácil. Menos con un Blade Runner 2049 que aún prevalece en la crítica y la memoria visual. El factor sorpresa de una serie de ciencia ficción como Altered Carbon se ve debilitado en dicho contexto. Las vistas aéreas-nocturnas de una ciudad son patrones que se reiteran, aunque perfeccionados. De facto, Bay City guarda cercanía con la ciudad de Metrópolis (Fritz Lang), El Quinto Elemento (Luc Besson) o Star Wars (Episodio II, Attack of the Clones), por mencionar algunas, lo que viene a ser una muestra del amplio repertorio que la representación cinematográfica proporciona sobre la ciudad en un futuro lejano.

Todo lo anterior habla bien del trabajo de Laeta Kalogridis, creadora y guionista de la serie, y por lo tanto, responsable de transformar las palabras de Richard Morgan en los estímulos audiovisuales, realizados a golpe de croma verde y diseño virtual. Ciencia ficción en estado puro, que propone imágenes desconcertantes, con cuerpos compactados bajo el Alusa foil, que en algo nos recuerda a las bandejas de carne de supermercado (imagen promocional), y por qué no decirlo, puestos a buscar guiños, también podría ser uno a Dexter Morgan, que de sangre el hombre sabía. Dichas imágenes sitúan al cuerpo lejos de la idea del templo sagrado que debemos cuidar. En Altered Carbon el cuerpo es tan intercambiable como la funda de tu almohada, por lo que poco importan las apariencias, menos la raza o el género, lo que se puede interpretar como una (falsa) sensación de igualdad.

Todo está determinado por un cambio tecnológico que provocó la transformación radical de la sociedad: la posibilidad de digitalizar la conciencia personal para almacenarla en una espacie de chip, y con ello, hacerle la finta a la muerte. Como se sabe, el cambio trae consigo resistencias, y la resistencia, violencia. Forzando un resumen, eso es Altered Carbon. Pero, ¿qué se oculta tras la espectacularidad efectista? Muy simple. Una historia de amor clásica detonada por la tragedia, así como también, una historia detectivesca, también clásica, que se impone a la trama sumergida, esa que cuestiona al sistema social impuesto bajo coerción durante sus diez episodios.

Altered Carbon muestra secuencias de alta perfección técnica, pero también otras que no están en esa línea. Las mejores escenas son aquellas donde la combinación entre virtualidad y realidad genera un resultado verosímil, como sucede en el inicio del episodio 2: planos abiertos mostrando una naturaleza de belleza superlativa. Por el contrario, la virtualidad plena, sobre todo cuando se trata de contextos futuristas, cerrados e imposibles de reconocer desde la propia experiencia, produce agobios insuperables. Cuando eso sucede, la actuación es clave para no pasar página, o mejor dicho, sostener la mirada. Eso se da, por ejemplo, en los planos de tortura donde los actores enseñan de lo que están hechos, literalmente. No es spoiler, o tal vez sí. Pero como ya dije que el cuerpo en esta historia se valora poco, pasa.

La inmortalidad, la conciencia perenne, la ciudad del futuro, la violencia como un hecho constitutivo de la sociedad, los desnudos completos frontales, y poner en el centro de la discusión al ser humano sin denominación de género, son algunos de los aspectos que caracterizan a los diez episodios (pudieron ser menos) de Altered Carbon, serie original de Netflix cuyo estreno global está programado para el 2 de febrero. Aquellos y aquellas amantes del género, disfrutarán.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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