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Los cuatro puntos cardinales son tres: norte-sur Opinión

Los cuatro puntos cardinales son tres: norte-sur

«Cuando escuché en la radio que la sentencia Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte era atribuida a Nicanor Parra, retomé la ansiedad que me dejó por mucho tiempo Vicente Huidobro, el verdadero autor de estas palabras que provienen del Prefacio de Altazor», escribe en esta columna el escritor Marco Aurelio Rodríguez.


Cuando escuché en la radio que la sentencia «Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte» era atribuida a Nicanor Parra, retomé la ansiedad que me dejó por mucho tiempo Vicente Huidobro, el verdadero autor de estas palabras que provienen del prefacio de «Altazor».

De pequeño pensaba que la correspondencia matemática de la cita era una tomadura de pelo, puesto que, si reducimos los cuatro puntos cardinales a una línea norte-sur, el espacio se esfuma, el tiempo abdica. Huidobro nos llevaba a la zona cero, intemperie fría y solitaria, abstracción creacionírica.

El paracaídas de «Altazor» cae vertiginosamente debido a “la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto”, y se enreda (Altazor-paracaídas) “en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos” —metáfora que se intrinca con la propia vida: estrella dormida que ignora la inutilidad de sus esfuerzos—.

Es entonces que los pensamientos del hablante viajero —antipoeta y mago—, en ese rellano de entumecida estrella, llegan a la célebre cláusula “Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte”.

«Altazor o el Viaje en Paracaídas» data de 1919 hasta su publicación final en 1931.

Siete décadas después, una observación de Bolaño (fans de Parra y de Cortázar y de Borges) en el catálogo de la exposición “Artefactos Visuales” de Parra, da sentido a nuestras zozobras: “Parra también es crítico literario. Una vez resumió en tres versos toda la historia de la poesía chilena: Los cuatro grandes poetas de Chile/ son tres/ Alonso de Ercilla y Rubén Darío”.

Ya en 1963, Nicanor Parra condenaba “La poesía de pequeño dios/ La poesía de vaca sagrada/ La poesía de toro furioso», en clara referencia a Huidobro, Neruda y De Rokha. El cuarto grande de la poesía debía ser Gabriela Mistral.

En 1969 admitirá que Neruda, desde que tuvo uso de razón, era “el padre que aparecía ante el hijo como demasiado poderoso”. Y aclara que si la antipoesía puede entenderse como anti-Neruda, también es anti-Vallejo, anti-Mistral, es una poesía anti-todo, pero también es una poesía en que resuenan todos estos ecos. La antipoesía, nos advierte Parra (nos advierte Mario Rodríguez Fernández en “El francotirador entra en escena. Parra y la poesía chilena de su época”), no es una máquina trituradora de los poetas padres y madres, sino más bien una “máquina transformadora” de la tradición poética.

La incertidumbre acerca de “los cuatro grandes de la poesía chilena”, luego de tres décadas de la muerte del más subyugador de los nombrados, puede incluir perfectamente (y preferentemente) la figura del propio Nicanor.

Correspondientemente —y volviendo a la sentencia antipoética—, Alonso de Ercilla, autor del libro fundacional de nuestro país, fue un soldado español, noble y bizarro, que participó en las guerras coloniales contra los araucanos y que de regreso a su Castilla natal escribió «La Araucana». Y Rubén Darío, creador del modernismo y uno de los poetas más importantes de la lengua española, que llegó a Chile a fines del siglo XIX donde hizo grandes amigos de la aristocracia de salón a la par que también fue discriminado por su ascendencia mestiza, nació en Nicaragua y murió en Nicaragua.

Se remarca nuestra falta de identidad literaria en un país que vive de alardes.

En otra ocasión Parra se burla de este cliché instalando una guía telefónica con la leyenda de ser Chile tierra de poetas. Un país que, por lo demás, siempre que se define lo hace desde otros reinos, desde la copia o desde el ultraje. Neruda, telúrico, hunde la semilla de su frustrado corazón en la carne ancestral del origen; Parra hace bailar una cueca a la muerte cabrona.

No sin grotesca honestidad Neruda le habría comentado a Parra cierta vez que: entre lo grandes que se consideraban ambos, el único que quedaría sería en verdad… Carlos Pezoa Véliz.

O tal vez esto que rememora Nicanor Parra en sus últimos días, sea un típico chiste para desorientar a la poesía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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