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Privatización y control de los derechos artístico culturales CULTURA Crédito: Agencia Uno

Privatización y control de los derechos artístico culturales

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Si se considera el título de esta nota literalmente, es posible caer en la respuesta “reflejo” de una omisión, pues, de una forma u otra, se vive en el supuesto de que lo privado no coartaría el acceso y los beneficios de lo artístico cultural de manera masiva e inclusiva. Sin embargo esto es un error, pues los accesos cualitativos de lo que podríamos llamar los “conocimientos” adquiridos con respecto a un bien como la cultura no son imparciales, sino arbitrarios de acuerdo a la posición educada (y por ende en una dialéctica de poder) en que se encuentran los sujetos, o lo que se denomina, como contraparte, los ciudadanos. Un bien artístico cultural nunca es el mismo bien para unos o para otros.

En consideración a esto último, la percepción o apreciación estética -en este caso a partir de las artes- se diferenciaría en relación a los diferentes sujetos de acuerdo a multifactores de complejidad subjetiva, la que es determinada por macro relaciones de mercantilización sobre los imaginarios de realidad, irrealidad y ficción que se posea de acuerdo a las posiciones mundo, las cuales son “conducidas” por la tensión entre los derechos privados de la cultura y los derechos públicos de la misma. Esto, cuantitativamente, genera ciertos alcances y beneficios, pues claramente se pueden observar réditos en lo concerniente a posicionamientos discursivos de poder con respecto a la jerarquización y elitización de lo artístico cultural. Esta discursividad es fragmentaria, pues los derechos privados educados son el punto de la tangente de la estructura tecnocrática, individualista, cortoplacista, que genera la ilusión de una posición en lo concerniente a los logros de cualquier pequeña o gran nación sobre el crecimiento y alcance potencial del arte y la cultura en las políticas que, conscientemente o no, ejercen quienes se benefician de ellas. El poder de la privatización es claramente el poder de los réditos de la educación socio cultural artística. Esta consideración contemporánea es claramente dada desde las condiciones materiales determinantes de “la realidad” (esta tanto material, simbólica y subjetiva).

[cita tipo=»destaque»]El costo de todo esto es pagado, de forma gradual, por quienes tienen menos beneficios privativos, o de chorreo con respecto a los alcances en la participación cultural, menos aún de la construcción cultural. Esta construcción -en último término- no es beneficio siquiera de la producción simbólica de poder jerarquizado e instaurado como beneficio individual, pues, en últimas instancias, las modelizaciones artístico culturales no son de participación local, sino de importación garante.[/cita]

Lo segmentado del gasto en cultura (que ha ido en aumento) es gracias a las concesiones que derivan en lógicas de estrategias individualistas “expertas” de formularios (Fondos de Cultura en Chile) o de generación de proyectos más caudalosos. En esto pueden encontrarse grupos de situación educada media (la que se suele denominar como beneficiaria por chorreo), semi-beneficiarios de una herencia  sobre los derechos privados en el accionar cultural. El solo ejemplo de los desesperados proyectos (bienales, festivales, etc.) de crecimiento vertical bajo la base de protagonismos personalistas con discursos de emancipación, nos muestra el alcance de onda expansiva de esa burocratización de la cultura que acarrea la triste y desesperada forma competitiva de los sujetos/agentes por posicionarse en el segundo o tercer peldaño de la fotografía cultural. Esto, obviamente, no tiene alcances de una prospección significativa en términos sustanciales de cambio cultural en términos cualitativos.

El costo de todo esto es pagado, de forma gradual, por quienes tienen menos beneficios privativos, o de chorreo con respecto a los alcances en la participación cultural, menos aún de la construcción cultural. Esta construcción -en último término- no es beneficio siquiera de la producción simbólica de poder jerarquizado e instaurado como beneficio individual, pues, en últimas instancias, las modelizaciones artístico culturales no son de participación local, sino de importación garante.

En este sentido, la discusión de lo ético es fundamental en las relaciones verticales de los paradójicos derechos individuales en cultura (y los menciono como paradójicos, pues siempre debiesen ser sociales), lo cual no se resuelve, hoy en día, con negociaciones a través de las instituciones ni el Estado (que son los mismo) pues, como se han estado dando las cosas los últimos casi 30 años, estaremos discutiendo, en el mejor de los casos, en un corto o mediano plazo sobre los nuevos beneficios que los sectores individualizados adquieren y sobre lo poco o nada que reciben los de precariedad socio simbólica (cuestión que debiese ser a la inversa). La discusión ética también debe pasar por las agencias de arte o industrias culturales (emergentes en Chile) que se benefician con la precariedad socio cultural y económica, financiados por el Estado y/o municipalidades en un emplazamiento de banalización y espectáculo efímero. Un ejemplo de esto puede ser los Mil Tambores en Valparaíso.

El problema es que estos principios muy generales podrían ser efectivos, de alguna manera, si los agentes y artistas nacionales intentasen salir de sus propias individualizaciones e intereses de beneficios cortoplacistas, lo cual requiere una profunda conversión cultural con sincera altura de miras.

Samuel Toro C. Licenciado en Arte. Egresado Magíster en pensamiento Contemporáneo. Editor Revista de Arte Sonoro y Cultura Aural, UV.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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