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Historia de un canto por la libertad CULTURA

Historia de un canto por la libertad

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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La canción rota

Hacia mediados del 73, un poderoso movimiento incubado en los años 60 – la Nueva Canción – llenaba la escena musical chilena, y expresaba un fuerte compromiso con el proceso que vivía el país. El golpe militar de 1973 literalmente degolló ese canto. Sus principales exponentes fueron detenidos, exiliados o muertos. Víctor Jara,  Inti Illimani, Quilapayún, Los Jaivas, Amerindios, Los Curacas, Isabel y Ángel Parra, Gitano Rodríguez, Patricio Manns, Charo Jofré, Payo Grondona, Desiderio Arenas, son algunos nombres de los que perdieron sus raíces, sus ventanas, sus voces y a veces hasta su vida.  «Ni toda la tierra entera será un poco de mi tierra… Quisiera estar en mi puerta esperándote llegar, todo quedó allá en Santiago, mi comienzo y mi final…», decía una letra de Isabel Parra.  Era la nostalgia, y esa canción rota que intentaban a ciegas rearmar, buscando puntos de referencia en tantas y tan diferentes partes.

«Se pierden cartas, fotos, recuerdos importantes, y estamos siempre tratando de reconstruir ese espacio perdido. En París, he perseguido con insistencia enfermiza el viento de Valparaíso, y en Rostock, me hice amigo de un bar que se parecía mucho al Roland Bar de «ese puerto amado como el hambre», dijo alguna vez Gitano Rodríguez.

Curiosamente, sus voces no eran ni estériles ni distantes. País adentro, aquellos que sobrevivieron al miedo y la locura, inventando mensajes, cultivando la paciencia y el arte de los significados ocultos, se identificaban con esas canciones, las cantaban y cuidaban en rituales clandestinos, en círculos cerrados, para que no los sorprendiera la policía política de la dictadura, siempre atenta a cualquier signo de disidencia. Y las mezclaban con otras antiguas, para mantener viva la memoria, para no perder identidad, para recrear la comunidad en medio de la angustia y el miedo.

Pero ese cáliz amargo era una realidad demasiado potente para sentir un dolor callado. Y de a poco se agregaron las voces interiores para ir creando, primero de manera subterránea y luego abiertamente, el canto de los que querían libertad y que llamaron el Nuevo Canto.

La libertad: una paloma ausente

Para el décimo aniversario de la muerte de Violeta Parra, diversos grupos de artistas y cantores populares organizaron un acto cultural ante la tumba de la poeta. Allí, en el Cementerio General, el Grupo Illapu cantó Paloma Ausente, una canción de Violeta interpretada en clave de libertad. No fue un recordatorio de muerte sino una reafirmación de la vida. «Cinco noches que lloro por lo caminos/ cinco cartas escritas se llevó el viento/cinco pañuelos negros son los testigos/ de los cinco dolores que llevo adentro/ Paloma ausente/blanca paloma/rosa doliente/Voy a vestir un traje de mariposa/porque mañana llega mi palomita…».

Ese acto fue también la comunión entre los que estaban adentro y el exilio. Era, simbólicamente, la «exiliada del sur», como dice una de sus canciones compuesta en París a fines de los años cincuenta, que volvía de entre los muertos a los espacios públicos, simbolizando la esperanza. «Dice un papel escrito con tinta verde que el que tiene paciencia todo lo alcanza/ una que bien la tuvo salió cantando/ de su jardín al Arco de las Alianzas…»

Por primera vez, y apenas cuatro años después del golpe militar, infectada de realidad y de optimismo, la canción volvía desde las catacumbas, a expresarse como un aliento de vida en contra de la dictadura.

La multiplicación de las voces

Después fue la avalancha. Silenciosas pero potentes, se fueron multiplicando las formas de decir y los espacios de reunión. Era como si de común acuerdo, en un momento de máxima espontaneidad, miles y miles de chilenos de todas las edades hubieran salido a una búsqueda antropológica de los sentimientos, hurgando en canciones viejas para encontrar nuevos significados, buscando otro perfil para las palabras, llenando los versos de la Nueva Canción de cosas y sentimientos que hasta hace poco parecían imposibles.

Se multiplican los café concert, las peñas y clubes juveniles y esa manera sutil de decir las cosas, de entenderse casi con un gesto, que burlaba permanentemente la férrea censura del régimen. La resistencia a la dictadura se vive en la cultura de una manera fecunda y la música ocupa un lugar central en esta lucha.

«En un viejo libro donde yo pude leer/ hombres, nombres hoy perdidos/ Me hicieron saber/ que más adelante en el mundo reinará/ un tiempo más justo que debemos esperar». Así empezaba la canción «Ha llegado aquel famoso tiempo», una de las tantas  que, a comienzo de los años 80, se multiplicaba en peñas y café concert.

Muchos son los nombres y lugares de la época, Los grupos Sol y Lluvia, Aquelarre, Santiago del Nuevo Extremo, el dúo Schwenke y Nilo, Florcita Motuda, Oscar Andrade, Pedro Yañez, Eduardo Gatti, Tita Parra, Mariela González, Isabel Aldunate, Tati Penna, Cecilia Echeñique, y el famoso Café del Cerro, esa especie de Catedral de la música antidictadura.

También se cantaba Latinoamérica. Las letras de Silvio Rodríguez, Chico Buarque, Milton Nascimento, Pablo Milanés, Amparo Ochoa, Gabino Palomares, se agregaban a las propias y a las nuevas de los Jaivas y el Inti Illimani.

La calle nos está llamando

La búsqueda de maneras oblicuas de hablar de política, la palabra justa, la intención de la voz, la pausa y el silencio como gritos y denuncias, habían ido tejiendo una red de símbolos y complicidades que no tardarían en buscar la calle. Y aunque los café concert y peñas siguieron reinando hasta la llegada de la democracia, la canción se fue a la calle de la mano de las primeras protestas.

Y ahí, el Nuevo Canto se empapó de masa y se juntó, quizás por primera vez, con el rock ácido, destemplado y hermoso de los jóvenes de las barriadas de Santiago, haciendo de la música algo masivo.

La cesantía, la desesperanza y la permanente hostilidad de la policía, eran la característica básica en los jóvenes de los barrios pobres del país. Sólo los centros juveniles organizados por la Iglesia aparecían como espacios donde ellos podían expresarse. Y la música era la forma preferida. Allí, lejos del centro se incuba «la voz de los ochenta», magistralmente reflejada en la obra de Los Prisioneros.

La música de Los Prisioneros es un cuento aparte. Ignorados durante años por los medios oficiales, ellos catalizaron en sus canciones los anhelos de miles de jóvenes, que adquirían identidad y autoestima cuando cantaban «ya viene/ se acerca/ la voz de los ochenta/…» en los conciertos clandestinos que daba el grupo. Cualquier bodega o galpón del Santiago de los suburbios, era apto para acoger a los seguidores que acudían religiosamente, pasándose de voz en voz los datos del lugar y la hora.

Los Prisioneros, un trío rockero sencillo, casi elemental en su música, tenía esa voz profunda de los desesperados, y una lírica insuperable hasta entonces desconocida en la música popular de ese tipo. «Pateando Piedras» y «El Baile de los que Sobran», son dos obras maestras de la situación de los jóvenes en esos años, y el himno de la generación de los ochenta que guitarra en mano, hizo el gasto callejero en la lucha contra la dictadura.

Ese proceso tuvo un emotivo final de fiesta. En el Festival de Viña del Mar, el año 1991, cantaron por última vez Los Prisioneros. Allí, ya en plena democracia, adueñados de ese espacio que llenó durante años la fanfarria de la dictadura, depositaron sus canciones, como última ofrenda a la generación de los ochenta, y luego se disolvieron.

La democracia por fin reconquistada no cambió la voz, pero sí cambió el tono.

* Escrito para Süddeutsche zeitung en 1995

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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