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La Rojita Sub 17: una cadena de fracasos que se prolonga por 16 años

La Rojita Sub 17: una cadena de fracasos que se prolonga por 16 años

Tiene razón la ANFP con estar inquieta por el futuro desempeño de la Selección Sub 17 en el Sudamericano de marzo, en Paraguay, y en el Mundial de octubre, en Chile. No sólo por el nivel del actual equipo, sino porque esta categoría arrastra una pesada mochila de ininterrumpidos fracasos en los ocho anteriores torneos continentales, entre 1999 y 2013.


¿Qué tienen en común Alexis Sánchez, Mauricio Isla, Matías Fernández, Mark González, Mauricio Pinilla y Waldo Ponce?

Una respuesta rápida y facilista -del tipo que piden los estúpidos concursos telefónicos durante los partidos televisados- es ligarlos al renacimiento de la selección chilena iniciada con Marcelo Bielsa. También, a prolongadas y sólidas campañas en el extranjero. Son, en definitiva, símbolos del nuevo estatus alcanzado por el fútbol chileno hace ya casi una década, al menos en su imagen internacional.

Pero como cualquier ser humano, todos ellos tienen su lado oscuro. Todos han sido parte de los 160 jugadores que han defendido al fútbol nacional en los últimos ocho torneos sudamericanos Sub 17 y que han retornado al país derrotados y eliminados en primera ronda.

Ha sido tan rotundo e interminable este fracaso que la ninguna autocrítica ni revisión de causales después de cada torneo sólo puede atribuirse a esa culposa negación que hace toda sociedad de sus prácticas más vergonzosas.

Ha habido generaciones más y menos prometedoras. Y entrenadores tan meritorios como José Sulantay y Héctor Pinto, que han clasificado a mundiales Sub 20; otros con disímiles pasos en Primera División, como César Vaccia y Jorge Aravena, y algunos que hicieron su carrera en el fútbol joven, como Roberto Ávalos y George Biehl. Pero el desenlace permaneció  inmutable.

Bien vale la pena recordar y sacar los trapitos al sol, ahora que la ANFP parece tan temerosa de un posible papelón de la nueva Sub 17, primero en el Sudamericano de Paraguay en marzo y, sobre todo, en octubre, cuando sea anfitriona en el Mundial de la categoría.

Es recomendable abrir un debate anticipado, a ver si dirigentes y entrenadores descubren a tiempo algunas causas superficiales que puedan ser atacadas y remediadas en los ocho meses que restan para la cita mundialista. Las otras razones, las más profundas, no se resolverán en un período tan breve porque tienen que ver más bien con estructuras de enseñanza y competencia que retardan la maduración técnica, táctica, física y sicológica de los futbolistas chilenos. Si ese desarrollo es logrado a medias a nivel Sub 20, la evidencia demuestra que en la Sub 17 ello simplemente no ocurre.

LA ÉPOCA DORADA

Como en los cuentos, hubo un tiempo pasado, quimérico, en que todo era alegría y esperanza. Un período comprendido entre 1991 y 1997. Iniciado con ese proceso procreado por Arturo Salah y sus escuderos Manuel Pellegrini y Leonardo Véliz.

A nivel menor, ese proceso comenzó con el Sudamericano 1991 en Paraguay, donde por primera vez el torneo fue Sub 17 después de tres versiones disputadas como Sub 16.

Chile llegó con un equipo liderado por Marcelo Salas. Contra todo pronóstico, la Rojita superó la primera fase y dio dura lucha para clasificar al Mundial de Italia. En el partido final contra Brasil, en pleno segundo tiempo y manteniendo el empate a cero, el volante ariqueño Ricardo Robles, de la UC, erró un penal clave que derrumbó al equipo chileno y permitió la anotación del triunfo de la verdeamarela. Del cielo al infierno. Ganando, Chile era hasta campeón. Al terminar derrotado bajó al cuarto lugar y quedó fuera del Mundial.

Dos años después, en 1993, demostrando que nuestro fútbol vivía un proceso evolutivo a nivel de menores, el equipo, otra vez dirigido por Véliz y formado por la generación dorada de Rozental, Neira, Tapia, Lobos, Poli, Osorio y Galaz, entre otros, clasificó al Mundial de Japón donde obtuvo el histórico tercer puesto. Tras ese logro, Véliz pasó a la Sub 20 y cedió su lugar a Wladimir Bigorra.

El equipo de 1995, en el que Pablo Contreras era delantero y David Pizarro suplente, terminó cuarto en el cuadrangular final, con un meritorio empate a 3 contra Uruguay y una impensada humillación final ante Brasil, que nos derrotó 10 a 1. La debacle final no aminoró la meritoria presentación. El corolario fue la elección de Luis Mena en el equipo ideal del campeonato.

El cierre de esa feliz época fue la clasificación en 1997 al Mundial de Egipto, ganando en el partido decisivo al local Paraguay con un gol postrero de Rodolfo Madrid. Dirigido nuevamente por Bigorra, el equipo de Milovan Mirosevic, Claudio Maldonado, Manuel Villalobos, Alonzo Zúñiga, Germán Navea, Juan José Ribera y los mellizos Cristián e Ivan Álvarez, logró un nivel interesante que le permitió una participación decorosa en la tierra de los faraones, siendo vencido estrechamente por Alemania, igualando con Egipto y goleando a Tailandia.

En adelante, nunca más hubo abrazos y sonrisas. Eso sí, estas generaciones fueron la base de la Selección Olímpica que obtuvo la medalla de bronce en Sydney. Junto con Zamorano, Pedro Reyes y Nelson Tapia, el seleccionado estuvo formado por varios de esos ex Sub 17. Fue el epílogo perfecto para un ciclo demostrativo de que los procesos también sirven.

UN FIASCO TRAS OTRO

A falta de debates, foros, seminarios, charlas y cualquier otra instancia de análisis, no es posible explicitar -al menos oficialmente- la causa de los ocho fracasos ocurridos entre 1999 y 2013.

Por eso es mejor recordar cada uno de ellos, para separar dentro del fracaso general aquellas actuaciones honrosas de las derechamente desastrosas.

En 1999 el Sudamericano se disputó en Uruguay y Chile acudió con altas expectativas, respaldadas en cuatro buenos campeonatos anteriores. Héctor Pinto, de meritorio currículo en inferiores, asumió la conducción. Había optimismo, reflejado, por ejemplo, en la definición del goleador de Universidad de Chile, Rodrigo Sáez, oriundo de Temuco, como el “nuevo Marcelo Salas”. El hispano Jaime Bravo en el arco; Waldo Ponce y Hugo Droguett en la defensa; Kormac Valdebenito y Sebastián Pardo en la zona media y el ya citado Sáez junto a Luis Flores Abarca en el ataque, conformaban un grupo que se asumía sólido. Pero la derrota 1 a 0 con Bolivia en el debut significó un golpe al amor propio. La victoria 3 a 2 sobre Paraguay y el empate 1 a 1 con Colombia fueron inútiles porque al sucumbir 1 a 0 con Brasil la Rojita sentenció su eliminación. Igualó en puntaje con Bolivia y Colombia, pero quedó afuera por tener menos goles a favor.

Al Sudamericano siguiente, jugado el 2001 en Perú, la selección chilena acudió motivada por el fútbol ultra ofensivo de Roberto Álamos, hijo del recordado “Zorro” y con muy buenas campañas en las cadetes de Colo Colo durante los años ‘90. Asentado en sus convicciones y en las individualidades del ataque, Álamos prometió un fútbol arremetedor. Lamentablemente, el equipo careció de equilibrio y su desprotección defensiva se tradujo en tres derrotas:  5 a 3 con Bolivia, 1 a 0 con Colombia y 4 a 3 con Paraguay, además de un empate 3 a 3, curiosamente ante Brasil. El saldo fue de 9 goles a favor y 13 en contra. La Roja anotó mucho pero le convirtieron más todavía. Mauricio Pinilla, Mark González, Luis Jiménez, César Cortés, Nicolás Núñez y Claudio Muñoz no pudieron evitar la debacle. El arquero colocolino Pablo Pacheco fue el que más sufrió y Álamos vio truncada su aspiración de consolidarse en el cuerpo técnico de las selecciones menores.

Si lo del 2001 fue frustrante, tal vez lo del 2003, en Bolivia, fue peor. Chile llegó temido por todos y confiado en que un subtítulo en un Sudamericano amistoso previo le daría el impulso clasificatorio. No fue así. El equipo de César Vaccia encajó tres derrotas ante Uruguay, Ecuador y Brasil, y la única victoria sobre Venezuela no bastó. Había jugadores promisorios que no alcanzaron un gran rendimiento ya de adultos, como el líbero Diego Rosende, el marcador Sebastián Montesinos, el lateral izquierdo Alejandro Gaete y el goleador cruzado Willy Topp. Solo progresaron los dos volantes creativos, Carlos Villanueva y Matías Fernández.

Mejor campaña, pero igual de inútil, cumplió en 2005, en Venezuela, el plantel dirigido por Jorge Aravena. Dos triunfos iniciales, 1 a 0 a Colombia y 3 a 0 a Perú, elevaron el optimismo. Ilusamente, porque los dos encuentros siguientes, contra Argentina y Uruguay, terminaron con derrotas de 3 a 2 y 4 a 0 y la consiguiente eliminación. Alexis Sánchez, Mauricio Isla, Christopher Toselli, Cristóbal Jorquera y Matías Campos se sumaron a la lista de eliminados que ya empezaba a engrosar de modo vergonzoso.

En Ecuador 2007 el seleccionado fue tomado por el experimentado y exitoso José Sulantay. Ya había clasificado a la Sub 20 al Mundial de 2005 e incluso, dos meses antes de este torneo Sub 17, había sacado pasajes mundialistas con la Sub 20 de Vidal, Medel, Carmona, Toselli y Alexis Sánchez. Qué mejor. No podía haber garantías más firmes de que ahora sí sería posible acabar con una ausencia de 10 años en una cita planetaria. Lo cierto es que don José no pudo sacarle trote a un elenco donde sus mayores referentes fueron Esteban Pavez, entonces en Cobreloa, Sebastián Ubilla, Sebastián Toro, Hans Salinas y Carlos Labrín. Chile perdió 1 a 0 con Ecuador, 2 a 0 con Brasil y 1 a 0 con Bolivia, en la tercera derrota consecutiva con el equipo altiplánico a nivel Sub 17. El exclusivo triunfo 3 a 1 sobre Perú quedó únicamente como registro.

La oportunidad para la reivindicación era el Sudamericano de 2009, jugado en Chile. Si de local no se podía, entonces cuándo. Bueno, tampoco se pudo porque con dos derrotas, 3 a 1 contra Uruguay y Argentina, un triunfo 1 a 0 sobre Ecuador y un empate 1 a 1 con Venezuela, la Roja apenas remató cuarta en su grupo. Vaccia sumó su segundo y peor fracaso en este nivel, y del contingente elegido entonces recién no hace mucho Enzo Roco (ex Andía), Darío Melo, César Valenzuela y Álvaro Ramos han comenzado a consolidar sus carreras.

Un nuevo intento hubo que hacer en Ecuador, el 2011. Ahora dirigía George Biehl, quien contaba con un grupo prometedor: Bryan Rabello, Ángelo Henríquez, Igor Lichnovsky, Andrés Robles, Fabián Manzano y Diego Rojas, entre otros nacidos en 1994 y 1995, constituían desde pequeños una generación de la que se esperaba mucho. Pero a los 17 años aún no estaban maduros. Un auspicioso empate inaugural 2 a 2 con Colombia, y luego una derrota 2 a 1 con Brasil, un triunfo 2 a 1 sobre Venezuela y una goleada 3 a 0 en contra con Paraguay timbraron los pasajes de vuelta. De todos modos, esta generación, unida a la nacida en 1993, tendría su revancha dos años más tarde, cuando,  ya como Sub 20, clasificara y tuviera una lucida actuación en el Mundial de Turquía.

El corolario de esta triste secuela fue el Sudamericano 2013 en Argentina. Mariano Puyol eligió basándose en los muy buenos planteles de Colo Colo, con Bryan Carvallo, Dylan Zúñiga y Jorge Araya, todos subidos al primer equipo por Héctor Tapia; y de la UC, con Kevin Medel, Carlos Lobos, Miguel Vargas y Benjamín Kuscevic, este último hoy en las inferiores del Real Madrid, y algunas individualidades de otros equipos, como Sebastián Vegas, convocado por Sampaoli a la selección mayor, y Matías Ramírez, que juega en el Granada. La derrota del debut 1 a 0 con Brasil no amilanó a la Rojita. Le siguieron tres igualdades a 1, con Bolivia (por fin se rompía la racha de derrotas), Uruguay y Perú. No hubo un mal juego, sí mucho esfuerzo. Tan estéril como el de las generaciones precedentes.

Para peor, no pocos de estos nacidos en 1996 (Vargas, Vegas, Ramírez, Carvallo y Sebastián Díaz) fueron recientemente parte de la Sub 20 humillada en el Sudamericano de Uruguay y cuyo naufragio provocó ¡por fin! un remezón incluso a nivel periodístico y de hinchada sobre el preocupante nivel de nuestras categorías menores.

Como una fría lápida, el registro estadístico de este período sin parangón en la historia del fútbol chileno indica que se jugaron 32 partidos, con 18 derrotas, 7 empates y 7 victorias. Y con 38 goles a favor y 56 goles en contra.

Ha sido tan consistente esta cadena de fracasos que, contrariando a Edgardo Marín, que obligó años atrás al fútbol chileno a hablar de clasificatorias, para la Sub 17 es mejor volver a la antigua usanza de las eliminatorias mundialistas.

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