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La Roja ya sacó pasajes para dos torneos de alcurnia

Su primer título continental le deparó a la selección chilena la posibilidad de jugar las copas Confederaciones y Artemio Franchi, por disputarse en 2017 y 2018, respectivamente. Ojalá que para esas fechas la Roja mantenga el nivel actual y conserve el nuevo prestigio ganado tras un siglo de pobreza.


El fin de una maldición y un porvenir rebosante de esperanzas. El Chile futbolístico vive hoy un estado de encandilamiento que inevitablemente irá mutando con los días hasta aterrizar en la realidad y empezar a pensar en los desafíos por delante.

Las clasificatorias para Rusia 2018 son la tarea mayor. La Copa Centenario que se disputará en Estados Unidos en 2016 tampoco es menor.

Ambas competencias pondrán a prueba al Chile campeón de América. Ya es posible avizorar los colmillos ávidos de sus rivales históricos por saltarle a la yugular y demostrar que el título de la Roja en esta Copa América fue un mero accidente.

Sin embargo, en el mediano plazo surgen otros dos desafíos que jamás pensamos que deberíamos afrontar.

Son la Copa Confederaciones y la Copa Artemio Franchi, reservada para países habitualmente residentes en la cúspide del fútbol.

Al primer torneo acceden actualmente ocho selecciones, seis de ellas ganadoras de las respectivas copas continentales organizadas por igual número de confederaciones que componen la FIFA, más el campeón mundial vigente y el equipo anfitrión.

Hasta el momento se han disputado nueve versiones, a partir de 1992. Desde 2005 la FIFA decidió espaciarla cada cuatro años, fijando su realización el año anterior a cada mundial, cuya sede es también la de esta copa como una manera de testear el avance de los preparativos mundialistas.

Como en los mundiales, acá también es Brasil el máximo vencedor, con cuatro copas, seguida por Francia con dos, y Argentina, México y Dinamarca con una.

Su nivel competitivo es dispar. La disputa por el título suele reducirse al campeón mundial vigente, al local, si toca en suerte que posee tradición futbolera, y a los campeones de Europa y Sudamérica. Africanos, asiáticos y centro y norteamericanos acuden a hacer un papel decoroso, mientras que el representante de Oceanía no suele aportar más que argumentos a favor de quienes cuestionan la razón de existir de este torneo.

De todos modos, hay naciones que le asignan máxima importancia. Como México, que acudió a la Copa América con un equipo suplente, reservando el titular para la Copa de Oro que suele darle pasajes a bajo costo a la Copa Confederaciones.

Chile disputará la décima versión en 2017, en Rusia. Desde ya se sabe que junto con el país huésped también estará Alemania, actual campeón mundial. El resto de los participantes se conocerá a medida que vayan realizándose las respectivas copas continentales.

Creada en 1985 por la UEFA y la Conmebol para homenajear al prestigiado dirigente italiano que llegó a presidir el fútbol europeo, la copa Artemio Franchi reúne a los campeones y vicecampeones de Sudamérica y Europea. Sus dos versiones oficiales titularon campeones a Francia en 1985 y a Argentina en 1993, las que derrotaron a Uruguay y a Dinamarca, respectivamente. Dos versiones amistosas jugadas en 1989 y 1998 fueron para Brasil, que venció a Holanda y a Alemania.

Su próxima cita -que se jugará tras un receso de 20 años- enfrentará a Chile, como campeón de Sudamérica, con el vicecampeón europeo de 2016 y a Argentina con el campeón del viejo continente de ese mismo año. Los triunfadores de ambos partidos jugarán la final.

Ambas copas pueden encontrar a Chile sumergido en dos escenarios. El óptimo es con un Chile instalado definitivamente como una selección poderosa a nivel sudamericano y con expectativas de realizar un gran mundial. El indeseado es un equipo que se desinfló en las clasificatorias y que, por lo mismo, puede hacer un pobre papel en estas dos copas.

Ojalá que no le ocurra a la Roja lo que suele pasar con equipos modestos que clasifican con meses de antelación a las copas Libertadores o Sudamericana y que llegan a disputarlas con un nivel en caída libre, muy lejano de aquel que le deparó el derecho de competir en la arena internacional.

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