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[Opinión] Hinchas, los que siempre pierden por goleada

[Opinión] Hinchas, los que siempre pierden por goleada

El fútbol profesional olvida generalmente que existe no gracias a los grandes ídolos sino que a aquellos tipos menos dotados, que alguna vez soñaron con triunfar en las canchas, y que pagan sus entradas o se abonan a la TV para reflejarse en el éxtasis de otros. Un trato más decoroso en los estadios no estaría demás, como una mínima retribución a tanta pasión mal pagada.


Corría marzo de 2005. Era poco después de almuerzo y el sol agobiaba a Santiago como suele hacerlo en ese mes desde que el cambio climático dejó de ser solo una mala profecía. Miles de hinchas colocolinos colmaban la avenida Exequiel Fernández esperando ingresar al Estadio Monumental por el acceso que da a la tribuna Cordillera.

La expectación era justificada. El «Cacique» enfrentaba a Cobreloa, hasta entonces su rival más enconado en el fútbol chileno. Después de dos años de bajo rendimiento, el equipo albo daba muestras de recuperación gracias al aporte de jóvenes figuras como Matías Fernández, Jorge Valdivia y Claudio Bravo. Había esperanzas de vencer a los loínos, como efectivamente ocurrió esa tarde con un 2-0.

Las largas filas se contenían apenas gracias a los carabineros montados a caballo. En medio de la agitación, trotando desde avenida Departamental se deja ver un hombre alto y flaco, tan ansioso como el resto, que al llegar al acceso principal hacia Cordillera comprende que su apuro ha sido en vano. No hay como ingresar. Exhala su cansancio y se devuelve a paso lento con rumbo incierto.

Desde la muchedumbre, alguien le grita: ¿Se te perdió de nuevo Paul Schaefer?

Las carcajadas aliviaron la tensión. El bromista había reconocido en el frustrado y largirucho hincha al entonces subsecretario del Interior, Jorge Correa Sutil, que horas antes había regresado desde Argentina trayendo consigo al extraditado criminal alemán de Colonia Dignidad.

La mezcla de desprecio y estupidez con que los clubes suelen tratar a sus hinchas no reconoce clases. Quienes ingresaron ese día al Monumental -por supuesto con el partido en pleno desarrollo- comprendieron en las boleterías mismas el porqué de tantas demoras y trabas: la entrada no había sido fijada en un valor entero sino que se le había sumado 500 pesos más. Huelga describir cómo los boleteros y los hinchas hacían magia para pagar y recibir el vuelto.

Recordé el episodio al comprobar que la semana pasada los hinchas albos volvieron a sufrir esa ignominia, esta vez por culpa de las pocas boleterías abiertas y los escasos controles de huella digital. De nuevo la tribuna Cordillera fue el foco del problema. Varios cientos de hinchas ingresaron terminado el primer tiempo. Por culpa de errores directivos, desperdiciaron la mitad de su boleto. Hasta ahora nada se ha escuchado de alguna reparación económica.

A la dirigencia de Blanco y Negro le pareció suficiente con dar las consabidas excusas y prometer remediar el problema para el próximo partido de Colo Colo como local. De refilón, eso sí, deslizó una sugerencia que es la madre de todos los abusos de las sociedades anónimas deportivas (SAD): «Los hinchas están llegando sobre la hora de inicio del partido, deberían hacerlo más temprano».

Detrás de la frasecita se esconde la creencia directiva de que la culpa de todo la tienen otros. A veces son las autoridades civiles o policiales, en otras los ineficientes (y escasos) vigilantes que contratan con sueldos vergonzosos. En este caso, los desvalidos aficionados.

¡Qué frescura! En el caso en comento, una cosa es pedirle a los fanáticos buena conducta y pasión comedida, y otra la desfachatez de exigirle -sobre todo a los con responsabilidades familiares- que dejen de levantarse tarde en el único día de la semana en que posiblemente pueden hacerlo, no ir a la feria y saltarse el almuerzo familiar. Todo ese sacrificio -irresponsabilidad doméstica mediante- para tener que estar dos o tres horas antes en el estadio. Es como mucho.

Si bien los estadios han mejorado su estructura interna, suelen carecer de accesos adecuados y seguros. Baste ver, nomás, los zigzagueantes corrales para ganado por donde tienen que ingresar los hinchas en varios estadios. Cualquier desbande y no sería de extrañar una tragedia de proporciones. No es suficiente, como quieren creerlo los clubes y las autoridades de Estadio Seguro, con impedir los llenos totales. Hay que invertir en accesos más amplios, más boleterías abiertas y detectores de huellas suficientes para que no se conviertan en cuellos de botella que en determinados estados anímicos de las hinchadas pueden provocar una desgracia.

Ojo con esto último. Las autoridades civiles, policiales y deportivas parecen tener la mira puesta únicamente en impedir los enfrentamientos entre barras, como si estos fueran los únicos factores de inseguridad.

Al revés, como lo demuestran la tragedia de 1955 en la final del Sudamericano que Chile perdió con Argentina y, en abril pasado, durante un recital anarco punk en plena Alameda, los mayores peligros emergen cuando el frenesí se apodera de las multitudes en ciertas circunstancias para ingresar a como dé lugar.

Blanco y Negro tiene una buena oportunidad de enmendar rumbos y marcar pautas en el próximo partido que Colo Colo juegue como local. Habrá que ver si cumple su promesa de habilitar más detectores de huellas y de abrir más boleterías. Recuerden sus principales accionistas que no a todos los chilenos les va tan bien como a ellos: la mayoría debe pagar su entrada partido a partido porque no dispone de liquidez para abonarse por todo el torneo.

Basta de cariño malo para los que realmente sostienen al fútbol profesional.

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