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Bernanke: el hombre que encendió la máquina de hacer dinero

Bajo sus órdenes, el presidente de la Reserva Federal de EE.UU., que fue elegido para un nuevo período, ha extendido préstamos por valor de cientos de miles de millones de dólares a entidades financieras, ha comprado la deuda de General Electric y otros gigantes industriales, bonos a largo plazo del Tesoro y títulos inmobiliarios.


Ben Bernanke, que consiguió este jueves un segundo mandato al frente de la Reserva Federal, pasará a la historia como el hombre que barruntó la repetición de la Gran Depresión y se inventó medidas extremas para evitarla.

El economista de 56 años se ganó el apodo «Ben, el helicóptero» por un discurso de 2002 en el que sugirió que para combatir la deflación el Gobierno podría simplemente tirar dinero desde una aeronave.

Poco sospechaba entonces que seis años después él haría algo parecido como presidente de la Fed.

Casado y con dos hijos, nació en una familia judía de Georgia y desde la niñez despuntó por su inteligencia.

En la escuela secundaria aprendió cálculo por su cuenta, fue primero de su clase en la Universidad de Harvard y se doctoró en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Siguieron dos décadas como profesor de universidades de prestigio, donde demostró su capacidad para traducir el argot económico a un idioma comprensible para las personas comunes, aunque sus bromas son decididamente intelectuales.

Bernanke ha señalado que la mayor desventaja de ser presidente de la Fed es tener que llevar traje, pero entiende que usar ropa incómoda a propósito es una forma de demostrar que uno se toma su trabajo seriamente.

«Mi propuesta de que los gobernadores de la Fed deberían dar una señal de su compromiso con el servicio público mediante el uso de camisas hawaianas y pantalones cortos ha sido hasta ahora desoída», ha dicho.

Con trajes nuevos, en 2002 dejó la Torre de Marfil del mundo académico para mudarse al mausoleo de mármol de la Reserva Federal, a cuya presidencia llegó en febrero del 2006.

Con el cargo heredó una burbuja inmobiliaria instalada en las cuatro esquinas del país, mientras que en la punta sur de Manhattan, Wall Street estaba engordado con un endeudamiento exponencial y unas carteras de riesgo soterradas tras unos beneficios brillantes.

Todo le explotó en la cara a Bernanke. Él era quizá el mejor hombre para reaccionar a una crisis desconocida desde la década de 1930, porque pocos conocen tan a fondo los entresijos de la Gran Depresión.

Bernanke carece del talante de héroe, no es carismático, ni iconoclasta, ni le hervía la sangre por refundar el sistema financiero internacional.

En realidad, se imaginó como un académico de por vida, según ha confesado. Antes del 2002 su experiencia en cargos públicos se limitaba a seis años «agotadores» en una junta escolar municipal donde padres y contribuyentes le pusieron verde, ha dicho.

Bernanke había sido un republicano discreto, más interesado en debatir anomalías en una tabla de estadísticas con sus colegas en la Universidad de Princeton que en hablar de política.

Esa ausencia de estrecheces ideológicas le ha servido bien en su mandato en la Reserva Federal.

En 2008, tras el hundimiento del banco de inversión Lehman Brothers, se percató de que las intervenciones caso por caso para ayudar a instituciones en aguas bravas eran insuficientes y pidió al Gobierno republicano que dejara de lado sus principios en pro del libre mercado y apoyara un rescate de todo el sector financiero.

Además, bajó los intereses hasta el cero por ciento y le dio a la manivela de la máquina de hacer dinero. En lugar de arrojarlo desde un helicóptero, lo inyectó en los tejidos con signos de necrosis.

Bajo sus órdenes, la Reserva Federal ha extendido préstamos por valor de cientos de miles de millones de dólares a entidades financieras, ha comprado deuda de General Electric y otros gigantes industriales, bonos a largo plazo del Tesoro y títulos inmobiliarios.

Se trata de la mayor intervención del banco central desde su fundación en 1913.

Por ello ha recibido críticas de ambos lados, de los que creen que sus acciones alimentarán la inflación, y de los que le echan en cara no haber actuado antes y de haber hecho caso omiso del riesgo que representaban las hipotecas «basura».

Dejar hundirse en septiembre de 2008 al banco de inversión Lehman Brothers, que casi arrastra consigo al sistema financiero mundial, se cita como su mayor error.

Al menos la crisis ha sacado a Bernanke de la sombra de Alan Greenspan, su predecesor, llamado «maestro» y «gurú» por los más entusiastas, que dejó su puesto con un aura de una estrella de rock de las finanzas.

Fue durante los 18 años de hegemonía de Greenspan en la Fed cuando se gestó la crisis que le cayó en el regazo de Bernanke y que ya ha colocado su nombre en los libros de texto que tanto le gusta leer.

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