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La historia de la estación televisiva que adquirió Álvaro Saieh

José Ignacio Stark
Por : José Ignacio Stark Director del área digital de Aldea Santiago. Experto en tecnología y gadgets.
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Pasaron trece años para que Álvaro Saieh, el controlador del 20% de VTR y de COPESA, se aventurara a incursionar en la industria de la televisión, luego de la fallida aventura de La Red en la que se entrampó más de seis años con una rotativa de socios, y con pésimos resultados de audiencia y económicos. Esta es la historia del canal 22 de Santiago, el que adquirió ayer en una transacción valorada en USD$2,5 millones… justo a tiempo para la llegada de la televisión digital.


La imagen que los que quizás recuerdan algo de Gran Santiago Televisión (GSTV), el primer nombre del canal 22 UHF de Santiago, es una de mediados de 1995. A eso de las seis de la tarde, el canal iniciaba sus transmisiones con «Y pasó por un zapato roto», conducido por un tipo bonachón que, en un cuarto infantil, leía cuentos clásicos en pantalla. Definitivamente, era otra televisión la de la época, y la programación de GSTV iba con ella: su declaración de «principios y valores» que regían su pantalla dejarían al Canal 13 de hoy como chabacano; mal que mal, José Artemio Espinosa Mc., su principal impulsor y socio, al dejar la arena televisiva se dedicaría al sacerdocio jesuíta.

En ese entonces, la pantalla del 22 era ocupada por sus socios Enrique Evans , quien llevó su programa radial Gente de Mundo, y Gonzalo Chamorro, que importó «La Bolsa de Comercio a sus Órdenes»— que entonces vivía en UCV – a la naciente primera señal UHF del país bajo el nombre de «Signos Más, Signos Menos», un boletín financiero con los principales movimientos del día. A ellos se sumaban un par de espacios de televisión educativa para jóvenes — «La aventura de Aprender» y «El Columpio» — y el programa insignia de Espinosa, Tertulia, que también emigró desde la emisora viñamarina.

En ese panorama, Gran Santiago… era una alternativa lejana y poco atractiva para el televidente con una transmisión de baja calidad que cubría algunas comunas de Santiago — el transmisor ubicado en Praga 555, en el deslinde de Providencia y Ñuñoa, no poseía potencia suficiente para cubrir a la Región Metropolitana completa — y el estar instalado en una frecuencia que no era familiar para quienes no tenían cable hicieron que, para la mayoría, el canal pasara prácticamente desapercibido.

La primera venida de Saieh: ABT

Un par de años después que GSTV trasladara sus equipos de transmisión al Cerro San Cristóbal, mejorando la recepción libre de la señal, llegó la oferta de cinco de los entonces controladores de la Universidad Andrés Bello: Miguel Angel Poduje, Marcelo Ruiz, Juan Antonio Guzmán, Andrés Navarro y Alvaro Saieh. Los socios de Andrés Bello Televisión, como pasó a llamarse en septiembre de 2000, ya poseían una quinta parte del canal, y en una transacción valorada en un millón de dólares adquirieron el cien por ciento.

[cita]Saieh ya fue propietario del canal 22 que ahora adquirió en US$ 2.5 millones. En 2000 junto a Miguel Angel Poduje, Marcelo Ruiz, Juan Antonio Guzmán y Andrés Navarro, entonces controladores de la Universidad Andrés Bello, compraron el canal en un millón de dólares.[/cita]

Todo partió bien: los nuevos dueños renovaron completamente el equipamiento de producción y post-producción por equipos cien por ciento digitales, se construyeron nuevos estudios en Lo Barnechea, y la imagen corporativa — creada por Marco Silva, quien definía al nuevo canal como interactivo y multimedial — apelaba a una participación activa del público en espacios de discusión de agenda pública y enfocados en nichos específicos.

Sonaba coherente. Era el nuevo «canal universitario» de una de las primeras instituciones privadas del país y, por ese entonces, una de las más poderosas, que pretendía tener una pantalla de carácter «cultural, formador, alterantivo a todo lo que hoy existe», como declaraba a El Mercurio en agosto de 2000 Juan Pablo Moreno, el gerente de programación de la flamante Andrés Bello Televisión.

En los años de la administración UNAB pasaron nombres ligados a ella por puestos importantes, como Juan Pablo O’Ryan, ex decano de Periodismo que se convirtió en su director ejecutivo, o Vivian Maira, concejal de Puente Alto que fue la directora de Comunicación del Instituto Profesional AIEP y Gerenta general de ABT. Sin embargo, al igual que los cinco años anteriores, la televisora no tuvo mayor impacto entre los televidentes.

Para la historia quedarán un par de entregas de los premios APES en diferido — esto, porque el móvil comprado por la nueva administración era solo de producción y no contaba con enlace para realizar transmisiones en vivo desde terreno -, la polémica que el 2003 protagonizó la ANFP con los canales de televisión abierta, que dio pie para la creación del Canal del Fútbol (CDF) y que puso los goles por al menos un fin de semana en las pantallas de ABT, y la desaparición de los programas históricos de Gran Santiago Televisión a manos de películas clásicas, infomerciales y repeticiones de noticieros y espacios del Canal Vasco.

TVO y Más Canal: Peso pluma

Ruido era lo que quería provocar el empresario Bernardo Carrasco al hacerse de ABT en 2005. El ex dueño del Teatro Baquedano — hoy el Teatro de la Universidad de Chile – y empresario de espectáculos llegó armado con partidos de la Primera División «B», la elección de Miss Chile para Miss Universo y una batería de rostros como la Psiquiatra María Luisa Cordero, Pamela Jiles, Elías Figueroa, Peter Rock y Margarita Hantke, seguro lo logró. Así nacía Televisión Óptima (TVO).

Y para hacerlo, el equipo liderado por Sergio Riesenberg no lo dudó un minuto: Pamela Jiles y sus programas «La Pluma» y «Pamela Chile» fueron un ejemplo de ello. Gracias a la periodista, el canal comenzó a ganar notoriedad en los medios tradicionales y a ganar algo de sintonía. Todo cambiaría el primer día de la franja política presidencial de ese año, cuando Jiles dio la bienvenida a los televidentes al espacio del Juntos Podemos. A los pocos días, el canal emitiría un comunicado en el que, «respondiendo a su línea editorial, pluralista, creativa y tolerante», daba «por terminado su contrato».

Pero no fue la única salida intempestiva. Mientras los televidentes se topaban con las películas eróticas de Estrictamente para mayores, Eduardo Bonvallet — con un espacio homónimo que fue blanco constante de las bromas de CQC -, Cordero, Hantke y Pamela Hinzpeter — una actriz participante de la versión de Gran Hermano orquestada por los canales de Ángel González, que estaba a cargo de un programa de sexualidad- dejaron el canal tras permanecer en él por menos un año y tan solo dos semanas antes del lanzamiento de la programación 2006.

La historia del canal 22 daría un nuevo giro en noviembre de ese año. En una operación que ascendió a los USD$4 millones (US$2,5 millones por la propiedad más US$1,5 millones en inversión en equipos y lanzamiento), el Pabellón de la Construcción se hacía de TVO y lo renombraba Más Canal, con cambios drásticos en su programación: «Nosotros no vamos a tener ni política ni farándula. Va a ser una parrilla para la familia, entretenida», declaraba entonces a Invertia Eduardo Risso, gerente comercial del showroom inmobiliario y de la nueva empresa.

A pesar de la inversión y el empuje del proyecto de Maximo Sotta – ex-controlador del Pabellón, el que vendió más tarde a El Mercurio -, liderado por los hermanos Eduardo y Ximena Ravani, el canal siguió teniendo un peso nulo en la industria, como venía siendo la tónica en la última década. De nada sirvió la presencia de rostros como Rita Cox, Andrea Tessa, Alicia Pedroso o Rodolfo Baier, y menos tener ocho horas diarias de programación en vivo.

Las pocas apariciones que ha hecho Más Canal en la prensa ocurrieron por los despidos masivos de trabajadores de la televisora por notorias faltas de presupuesto, los que denunciaron en su momento a La Nación a los hermanos Ravani por constantes abusos verbales, tratos displicentes y «hasta agresivos»; y por un intento de demandar a VTR cuando fueron reemplazados por una cadena evangélica en el cableoperador, despidiéndose definitivamente del último espacio de la parrilla que fue ocupado por cuatro intentos programáticos fallidos durante una década. Mirando hacia atrás, por algo habrá sido.

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