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Opinión: El Golpe, los logros económicos y lo poco que hemos aprendido en 40 años

Opinión: El Golpe, los logros económicos y lo poco que hemos aprendido en 40 años

Parecíamos haber aprendido algo cuando pasamos del “avanzar sin transar” a la “democracia de los acuerdos” luego del paréntesis dictatorial, pero ahora se nos dice que los cambios vendrán por las “buenas o por las malas” y la presión de “la calle”.


(*) Escrito por Alejandro Fernández

Se dice que la historia la escriben los vencedores, pero ésta tiene sus giros que llevan a que, por ejemplo, Alemania, derrotada en dos guerras mundiales, hoy controle el destino económico de toda Europa. Por otro lado, la guerra fría la ganó Estados Unidos, u occidente si se prefiere, pero no es aventurado pensar que China, uno de los derrotados ideológicamente en ella, se transforme en la potencia global que ocupe el lugar que hoy tiene Estados Unidos. El curso de la historia no se puede torcer. En Chile, por otro lado, no sólo se está imponiendo la tesis que el Golpe de 1973 fue injustificado, sino que el gobierno derrocado y sus simpatizantes no hicieron nada que llevara a que una solución extrema se hacía necesaria y se viera como inevitable. El Golpe de Estado fue el fracaso de la generación de políticos y de chilenos que tenía responsabilidades de diversa índole en esa época. Todos son culpables, pero nada justifica lo que ocurrió después, durante la dictadura.

En Chile, la mitología vigente dice que éste ha sido un país que tiene una trayectoria democrática ejemplar, lo que puede ser cierto cuando nos comparamos con América Latina, pero en ningún caso cuando lo hacemos con países verdaderamente civilizados, que son capaces de resolver sus diferencias sin pasar la aplanadora. En 1829-30, 1851 y 1859 se produjeron breves guerras civiles y, en 1837, el asesinato de Portales marcó el inicio de una revolución abortada, pero la guerra civil de 1891, el período de inestabilidad y excepcionalidad política de 1924-32 y 1964-73 marcan los puntos más bajos en el currículo de la clase política nacional. En los tres casos mencionados la intransigencia civil se tradujo, con muy poco tino, en la politización de las fuerzas armadas que pagaron cara su división en 1891 mientras los políticos volvieron rápidamente al “business as usual”. Los militares se avivaron en 1924 cuando Ibáñez terminó doblegando a Arturo Alessandri en la lucha por el poder, y evitaron la división en 1973, cuando la alternativa al golpe militar, al igual que en 1891, era, tal vez, la guerra civil, o una realidad respecto de la que solo se puede especular, pero que, para la mayoría (si tomamos como referencia las elecciones de marzo de 1973), se veía como una grave amenaza. Parecíamos haber aprendido algo cuando pasamos del “avanzar sin transar” a la “democracia de los acuerdos” luego del paréntesis dictatorial, pero ahora se nos dice que los cambios vendrán por las “buenas o por las malas” y la presión de “la calle”. O sea, de nuevo la fuerza bruta por sobre la razón y el dialogo. De nuevo las vueltas sorprendentes de la historia donde el río busca y sigue su cauce natural.

¿Estaremos condenados al subdesarrollo económico y político por una suerte de “path dependence”?, es decir, por un determinismo histórico que nos condena a repetir los mismos errores aunque no haya una conexión lógica directa entre ellos. ¿Es éste el tipo de fenómenos que lleva a que países como Argentina y Venezuela se mantengan en declinación casi permanente y que, por escasez de “capital social” ningún país latinoamericano hay podido salir del subdesarrollo, mientras Alemania y Japón, aniquilados por la guerra recuperaron su status de potencias con bastante rapidez?

En 1950 el PIB per cápita del promedio de 15 países de América Latina representaba un 82,0 % del PIB per cápita promedio del mundo. Esta relación bajó sistemáticamente, hasta alcanzar un mínimo de 56,0 % en 2005, recuperándose un tanto en los años siguientes, principalmente como resultado de la crisis financiera internacional. Este dato es suficiente para poner en evidencia el mal desempeño de nuestra región en el concierto mundial, siendo superior únicamente al de África, pero sólo hasta 1995 ya que después África ha tenido mejores resultados que nuestra región. Con todo, dentro de América Latina, los resultados han sido bastante dispares y, si nos concentramos en los países más grandes, el mayor fracaso es el de Venezuela, que tiene un ingreso per cápita inferior al de los años 60 y 70 y Argentina, que se mantuvo estancada desde los años 70 hasta recientemente, pero manteniendo una situación económica insostenible. Ambos pudieron ser o fueron desarrollados.

Los datos del párrafo anterior sirven para dar contexto al análisis del caso particular de Chile, que mantuvo el tercer o cuarto ingreso per cápita más alto de la región en los años 50 y 60 (generalmente lo último y que, en realidad, era bastante bajo), tras Venezuela, Argentina y Uruguay. En particular, en 1973 era superado por los tres países mencionados, mientras que en 1975, además, era superado por México, Perú y Costa Rica. En 1983 habíamos vuelto a pasar a Perú y Costa Rica, pero Panamá ahora se colocaba más arriba y, para 1989, volvíamos a superarla, lo mismo que a México y nos acercábamos a dos de los tres primeros (Argentina y Uruguay), mientras que, desde 1996, tenemos el ingreso per cápita más alto de la región (esto varía según la fuente, pero la evolución relativa es similar en todas ellas). Así, respecto de 1973 (hasta 2010) el PIB per cápita de Chile se ha multiplicado por 2,8, registrando el mejor rendimiento regional. Con todo, respecto de la economía mundial como un todo Chile no ha hecho más que recuperar el lugar que tenía en 1950. En efecto, en dicho año el PIB per cápita del país era 174,0 % del PIB per cápita promedio del mundo. La tendencia hasta 1976 fue casi permanentemente descendente, llegando a 103,0 % del PIB per cápita mundial. Luego de un período de volatilidad e inestabilidad, desde 1986 recuperamos terreno hasta llegar a un 178,0 % del PIB per cápita mundial en 2010, cifra que claramente ha subido en los últimos tres años.

El éxito económico de Chile en las últimas cuatro décadas es innegable y el contraste con las cuatro décadas anteriores es notable. Así como la orientación general de las políticas seguidas por Chile en estos 40 años, lo mismo que su continuidad constituyen un ejemplo a imitar, las de los 40 años previos son un ejemplo a evitar. Estos resultados no son algo abstracto e irrelevante. Por el contrario, se han traducido en mejorías notables en la calidad de vida: en esperanza de vida, desnutrición, mortalidad infantil, pobreza, disponibilidad de agua, escolaridad y luz y alcantarillado, solo por mencionar algunas. No es para estar satisfecho, pero sí para afirmar con autoridad y confianza que, para los próximos 40 años necesitamos mantener políticas similares y cambios en los que esté de acuerdo el 80,0 % y no mayorías circunstanciales, que nos devuelvan al camino que ya recorrimos en el pasado.

La conmemoración de los 40 años del último Golpe de Estado nos muestra que los políticos, o la mayoría de ellos, han aprendido poco de dicha experiencia. En estas circunstancias, el “nunca más” que se repite insistentemente, suena vacío. Hay poca disposición a aceptar que, como otras veces en el pasado, la solución de fuerza ha sido el resultado del fracaso de los civiles, en general, y de los políticos, en particular y del intento de envolver a las fuerzas armadas para que apoyen a uno u otro bando.

Con todas las críticas y deficiencias que subsisten, no se puede negar que los últimos 40 años son los mejores que ha tenido el país desde una perspectiva económica. Y sí, los beneficios que han traído las reformas económicas no justifican los costos de los 17 años de dictadura, pero sería torpe descartarlas simplemente porque fueron impuestas por la fuerza y un gobierno no democrático.

(*) Este análisis apareció originalmente en el informe mensual de septiembre de la consultora Gemines

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