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Lo que Trump construyó (o destruyó)

Lo que Trump construyó (o destruyó)

Rafael Sousa
Por : Rafael Sousa Director General de ICC CRISIS. Magister en Comunicación de la UDP, Profesor de la Facultad de Comunicación y Letras de la UDP.
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«La base para entender lo que ha pasado es el descontento de muchos estadounidenses con el curso que ha seguido su país. Trump les habló a ellos y a nadie más, por eso a los extranjeros nos resulta difícil compartirlo, siquiera entender la fuerza de su discurso. Los motivos del descontento al que apeló son diversos, pero tres temas fueron centrales en su retórica: el curso de la economía, la seguridad y las minorías raciales e inmigrantes. Sobre estos asuntos se han generado, a lo largo de los últimos veinte años, posiciones que hoy parecen irreconciliables, y que redujeron esta campaña a una gran decisión: mantener las puertas de Estados Unidos abiertas al mundo o cerrarlas».


Para todos quienes no somos ciudadanos estadounidenses es extremadamente difícil entender cómo Donald Trump llegó a ser elegido presidente de la democracia más fuerte del mundo. Pero después de una semana en Estados Unidos siguiendo estas elecciones, asistiendo a los rallies finales de campaña de ambos candidatos y hablando con expertos locales, algunas pistas permiten entender el fenómeno y sus proyecciones.

Pese a que muy pocos le daban posibilidades reales al candidato republicano, resultó ser muy sintomática la diferencia entre sus actos de cierre de campaña y los de Hilary Clinton. Por el lado de la candidata demócrata grandes artistas, ambiente festivo pero poco entusiasmo político. Ella parecía una invitada donde debía ser la estrella. Por parte de Trump, un electorado comprometido, con el sentimiento de estar haciendo historia y capaz de esperar de pie por seis horas hasta la madrugada para ver a su candidato, después de escuchar un CD (sí, un CD) con música de relleno que se repetía una y otra vez.

La base para entender lo que ha pasado es el descontento de muchos estadounidenses con el curso que ha seguido su país. Trump les habló a ellos y a nadie más, por eso a los extranjeros nos resulta difícil compartirlo, siquiera entender la fuerza de su discurso. Los motivos del descontento al que apeló son diversos, pero tres temas fueron centrales en su retórica: el curso de la economía, la seguridad y las minorías raciales e inmigrantes. Sobre estos asuntos se han generado, a lo largo de los últimos veinte años, posiciones que hoy parecen irreconciliables, y que redujeron esta campaña a una gran decisión: mantener las puertas de Estados Unidos abiertas al mundo o cerrarlas y, como mucho, mantener algunas ventanas abiertas.

Las posiciones de los estadounidense sobre estos temas se movieron cada vez más hacia los polos y permitieron el surgimiento de Trump, un hombre de negocios blanco, exitoso, agresivo, famoso, de personalidad magnética y externo a la política, urbano con valores rurales y conservador con rasgos de playboy.

Así, Trump se transformó en un intérprete de los más enrabiados, los que sienten que ya no pueden reconocer el país en que viven y han vivido sus abuelos y bisabuelos. Para transformar esta rabia en un llamado a la acción prometió y encarnó un regreso a los días de gloria de Estados Unidos. De eso se trató «make America great again»: un retorno a los valores del Estados Unidos rural, religioso, de trabajo duro, familia tradicional, sin amenazas terroristas como las conocemos, donde las minorías eran realmente minorías, los empleos se quedaban en el país y los bienes se producían dentro de la frontera.

Pero hasta la irrupción de Trump en la política, esta retórica de un Estados Unidos para los estadounidenses había entrado en una espiral de silencio que duró quizás una generación. El mayor éxito de Trump fue sacar ese discurso de la zona políticamente incorrecta, y nos dimos cuenta de que paralelamente al Estados Unidos cosmopolita y abierto de las grandes ciudades, existía una enorme masa que quiere lo opuesto, porque no les gusta aquello en lo que su país se ha transformado.

Lo más fácil es caricaturizar a los votantes de Trump como campesinos racistas e intolerantes, pero las simplificaciones siempre son dañinas. Ellos sienten que construyeron el mejor país del mundo y ahora lo tienen que compartir con otros que, en muchos casos, llegan a este país al margen de la ley para quedarse con un pedazo de lo que ellos sienten haber edificado, frenando el desarrollo del país y cambiando las costumbres y valores de lo que ellos entienden como comunidad.

Lo que muchos se preguntan ahora es qué va a pasar con lo que Trump construyó (o destruyó), más allá de lo que resulte ser su administración. Probablemente él deberá pagar un costo alto por los heridos que dejó en el camino, tanto en el Partido Republicano como en el establishment en general, lo seguirán investigando y le será difícil gobernar por el alto rechazo que genera. Sin embargo, lo que el ahora presidente electo logró entre los estadounidenses es más que ganar una elección, es un movimiento del que otros actores conservadores probablemente buscarán ser nuevos intérpretes.

Trump no solo ganó la Casa Blanca sino también –nos guste o no– el corazón de quienes añoran un pasado que consideran glorioso, en que las caras les resultaban conocidas y los productos que consumían no decían Made In China, pese a que paradójicamente ese era el origen de las gorras sobre las cabezas de miles de estadounidenses que gritaban «make America great again».

Rafael Sousa

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