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“El Capital” de Marx, un siglo y medio después Opinión

“El Capital” de Marx, un siglo y medio después

El reordenamiento post crisis, exige un nuevo arreglo social que vuelva a hacer posible la reproducción del capital a escala ampliada. Esto supone la operación del mecanismo que Marx definía como plusvalía relativa. La mayor eficacia del tiempo de trabajo, apoyado en las innovaciones que transforman los procesos y la presión constante del ejército industrial de reserva que amenaza los puestos de trabajo existentes y ayuda a contener la expansión salarial, aparecen como los recursos más utilizados a la hora de recomponer la tasa de ganancia.


Luego de incontables retrasos e inconvenientes y de haber invertido quince años de arduo trabajo, Karl Marx tuvo la primera edición de “El Capital. Crítica de la Economía Política” entre sus manos. En septiembre de este año 2017 se cumple un siglo y medio de la publicación de la obra que probablemente ha tenido la mayor influencia político social durante el periodo. En el mes de abril de ese lejano 1867, el propio Marx escribía a su amigo y camarada Friedrich Engels para informarle de la noticia tan largamente esperada. El primer volumen estaba terminado.

No es necesario referir las transformaciones que la civilización y el propio capitalismo han experimentado en ciento cincuenta años. Más significativo es, el que la velocidad de esas transformaciones, pareciera no tener límites en su tendencia incremental, delineando constantemente un mundo en construcción permanente.

Resulta indudable la imposibilidad de reseñar en un espacio tan breve los aportes de Marx en su obra fundamental. Sin embargo, nos detendremos en uno de sus principales aportes, que esperamos nos permita explorar su vigencia. Se trata de la caída tendencial de la tasa de ganancia capitalista.

Para Marx, la acumulación del capital supone que los capitalistas reinvierten la ganancia en el proceso productivo, transformando así ese dinero en capital. Pero ocurre que ese nuevo capital que se incorpora, tiende a materializarse en mayor proporción en tecnología y medios, antes que en fuerza de trabajo. Teniendo como resultado un descenso del valor de las mercancías producidas, en tanto es el trabajo el único creador de valor. Con menos trabajo se crea menos valor y, por cierto, menos ganancia porque esta corresponde a ese valor nuevo que crea el trabajo y apropia el capitalista. Así, la tasa de ganancia, medida como porcentaje sobre el capital total invertido, disminuye a lo largo del tiempo. Dado esta condición, el desafío de los capitalistas es contener esa caída tendencial mediante distintos medios, siendo el incremento de la productividad una de las respuestas. Sin embargo, todos sus esfuerzos no logran evitar el derrotero final por el que debe encaminar sus pasos el capitalismo.

Esta visión pesimista sobre el futuro de la economía capitalista no es invención de Karl Marx, Adam Smith y David Ricardo ya veían en los rendimientos decrecientes, la condición de un futuro aciago en que la economía llegaría a una posición estacionaria, pero que al creer muy lejano, prefirieron pasar por alto.

Por otra parte, Keynes, mucho después que los clásicos, aludiría a una eficacia marginal del capital también decreciente para una economía regida solo por el mercado.

En distintos momentos de la historia económica de este siglo y medio que nos separa del momento en que Marx publicó su obra máxima, hemos sido testigos de distintas crisis, algunas en extremo violentas y devastadoras. En que las condiciones de vida de la amplísima mayoría de las personas, experimentaron dramáticos retrocesos. En todas ellas encontramos el rastro del carácter anárquico del capitalismo, que entregado a las fuerzas ciegas del mercado, desata espirales de sobreproducción sea en sectores productores de bienes o servicios.

Hace una década ya, estalló la última gran crisis del capitalismo, que ha devuelto a las economías del primer mundo a escenarios de hace varias décadas en términos de bienestar. Lo que encontramos en su inicio, no dista de lo descrito en otros momentos; sin embargo, lo significativo es que como fenómeno y objeto de atención, es rápidamente superado por la etapa posterior, la recuperación. Es decir, lo que se vuelve relevante y queda en la historia, no es un sector inmobiliario hipertrofiado en Estados Unidos y otros países de Europa y un sistema financiero que genera sin control todo tipo de instrumentos que permitan sostener la dinámica de producción y consumo. En lo que nos detenemos, es en el largo proceso de la recuperación luego del colapso. Salvo excepciones notables, los analistas fijan su atención en el proceso posterior, para desde allí mirar el pasado. La prospectiva y la anticipación, aún están en pañales en el pensamiento social.

El reordenamiento post crisis, exige un nuevo arreglo social que vuelva a hacer posible la reproducción del capital a escala ampliada. Esto supone la operación del mecanismo que Marx definía como plusvalía relativa. La mayor eficacia del tiempo de trabajo, apoyado en las innovaciones que transforman los procesos y la presión constante del ejército industrial de reserva que amenaza los puestos de trabajo existentes y ayuda a contener la expansión salarial, aparecen como los recursos más utilizados a la hora de recomponer la tasa de ganancia.

La economía del primer mundo se enfrenta a los desafíos incentivar a los capitalistas para que vuelvan a tener una inversión robusta y para ello no han trepidado en llevar a los trabajadores a un pasado remoto en cuanto a sus condiciones en el mercado laboral y al Estado a una política de austeridad que no le permite compensar las injusticias sociales de la recuperación y en general de la relación capital trabajo.

En Chile, el año 2011 nuestros capitalistas comenzaron a entender que el mundo estaba cambiando y que ya no podrían mantener el estilo de desarrollo que arrastraban sin grandes alteraciones desde los años ochenta. De allí en más comenzó el paulatino decaimiento de la inversión, al tiempo que se busca afanosamente un nuevo marco para la reproducción del capital.

La inversión privada espera un concierto de condiciones que permitan un plusvalor relativo creciente. En esas condiciones ideales, parte de las utilidades empresariales volverían a ser inversión productiva. Sin embargo, la sociedad y las expectativas, pareciera ir en dirección contraria.

Hace un siglo y medio Marx, de regreso en Londres desde Hanover, tras corregir las últimas pruebas de su libro, observaba el devenir del capitalismo en dirección a su inexorable final. Final que no ocurrió en lo inmediato y, lejos de ello, ha acabado mostrado una admirable resiliencia. Sin embargo, atado al mismo imperativo de sostener una tasa de ganancia que tiende a decaer, encuentra una sociedad más descontenta a la que cada día es más complejo disponer para un incremento de la productividad.

Patricio Escobar, economista y director de la Escuela de Sociología de la U. Academia de Humanismo Cristiano

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