Publicidad
Ser despedido en Chile Opinión

Ser despedido en Chile

El script recurrente es el siguiente: “Estimada María, como bien sabes tu área es la mejor evaluada de esta empresa y tu gestión ha sido clave y destacada para lograr dicho éxito, pero como también debes saber estamos en periodo de reestructuración y a partir de hoy ya no requeriremos más de tus servicios profesionales”. A continuación la persona vuelve a su oficina, donde había un almuerzo a medio terminar sobre el escritorio, porque no en vano contaba con el área mejor gestionada, un café a medio tomar porque trabajaba mucho y dormía poco, un computador abierto con trabajo en curso, el cual al momento de entrar de vuelta a su estación de trabajo (y no digo oficina, porque ya casi no existen) está bloqueado. Acto seguido, recibe a una persona de Recursos Humanos que, impersonalmente, “le lee la cartilla”, agregando que sus condiciones de salida aún no están claras porque el proceso tarda unos días, mientras vigila con ojo de halcón y no se mueve de ahí hasta ver firmado el documento de despido.


Como bien sabemos, en el último tiempo las grandes empresas han estado efectuando despidos masivos, por diversos motivos, con o sin razón justificada.

Muchos de ellos esgrimen que la reforma laboral desincentiva la contratación y a las empresas les conviene tercerizar servicios más que mantener colaboradores expertos que aportan valor, y así es como están aplicando un criterio general de “recorte” que incluye hasta borrar del mapa corporativo áreas completas. Otros motivos se amparan en el estado actual de los negocios, la baja inversión y otros factores que están afectando a nuestra economía.

Mientras tanto, nos visita hace unos días el doctor en Economía sueco Kjell A. Nordström, quien pronostica que un porcentaje relevante de empresas más grandes del mundo van a desparecer o perder importancia y eso ocurrirá luego. ¿Por qué? Porque, si bien la economía de libre mercado seguirá operando, esta se ha vuelto más colaborativa que competitiva, debido a la democratización del acceso a la información que ha provocado la apertura y transparencia total que nos proporciona el mundo digital. El mundo y los negocios evolucionarán cada vez más rápido y obviamente los grandes transatlánticos no contarán con la suficiente movilidad y velocidad para adaptarse.

Pero volvamos al tema de los despidos en el mundo corporativo, porque más allá de lo que esté ocurriendo en el mercado, que puede justificar o no dichas medidas, lo que no es en lo más mínimo justificable son las formas que se siguen utilizando, que responden más bien a la época de la esclavitud que al siglo XXI, por su deshumanización.

El script recurrente es el siguiente: “Estimada María, como bien sabes tu área es la mejor evaluada de esta empresa y tu gestión ha sido clave y destacada para lograr dicho éxito, pero como también debes saber estamos en periodo de reestructuración y a partir de hoy ya no requeriremos más de tus servicios profesionales”.

A continuación la persona vuelve a su oficina, donde había un almuerzo a medio terminar sobre el escritorio, porque no en vano contaba con el área mejor gestionada, un café a medio tomar porque trabajaba mucho y dormía poco, un computador abierto con trabajo en curso, el cual al momento de entrar de vuelta a su estación de trabajo (y no digo oficina, porque ya casi no existen) está bloqueado. Acto seguido, recibe a una persona de Recursos Humanos que, impersonalmente, “le lee la cartilla”, agregando que sus condiciones de salida aún no están claras porque el proceso tarda unos días, mientras vigila con ojo de halcón y no se mueve de ahí hasta ver firmado el documento de despido.

Mientras otra persona, a modo de “paco de punto”, permanece en la oficina esperando que “el bien evaluado” saque sus cosas y desaparezca para siempre. Inmediatamente sus tarjetas de acceso, hasta para ir al baño, están bloqueadas y debe circular en compañía de esta suerte de PDI interna. Colaboradores que han dedicado 3, 4 u 8 años a una compañía en cargos gerenciales son despedidos así en Chile, se van humillados, no tienen claro si se les dijeron los verdaderos motivos, son maltratados, no pueden despedirse del resto de la organización que fue su familia durante años, quedando deprimidos, con el corazón roto y la autoestima en el suelo. Además, si quieren volver a encontrar trabajo en el mundo corporativo, deberán morir en la rueda y guardar silencio.

A quienes les toca vivir o escuchar estas historias no pueden menos que desear que grandes empresas que aún permitan este tipo de prácticas, que, créanme, son recurrentes y se consideran “parte del proceso”, desaparezcan y lo hagan lo antes posible.

No se a qué siglo de la historia del mundo podrían pertenecer prácticas de este tipo y parecer adecuadas, pero sí sé que en la actualidad, cuando la empresa cuenta con una mala imagen por parte de la ciudadanía, baja afección y alta desaprobación, aparecen como aberrantes.

Lo más increíble es que todavía para varios esto no constituya motivo para cambiar dichas prácticas que son su peor propaganda, ya que cada uno de sus colaboradores y ex colaboradores son sus principales embajadores.

¿Dónde podemos poner nuestra esperanza por estos días entonces? Me inclino a que el mundo evolucione y avance a gran velocidad para pasarle la aplanadora y la retroexcavadora a toda la aberración antes descrita.

Mónica Reyes

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias