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Reforma al sistema de pensiones: Despacito Opinión

Reforma al sistema de pensiones: Despacito

Rodrigo Córdova
Por : Rodrigo Córdova Periodista en El Mostrador
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Así como ‘Despacito’ no se compuso para perdurar en el tiempo sino que para tener un éxito inmediato y efímero, por lo que su letra es burda y su melodía pegajosa pero tosca, la reforma de pensiones anunciada por el Gobierno no pretende ser la real transformación que Chile necesita en este campo sino que se limita a cumplir un compromiso de campaña y aliviar la presión social derivada de un tema candente (una gran forma que tiene el Ejecutivo para desviar la presión social sobre cualquier materia es enviando un proyecto de ley al Congreso).


Desbordando las fronteras musicales, ‘Despacito’, el hit de Luis Fonsi y Daddy Yankee, parece haberse convertido en la inspiración de los autores de la reforma previsional, moviendo la vara desde la medida de lo posible de Patricio Aylwin, al «peor es na’» que estamos presenciando.

El Gobierno cumple con enviar un proyecto de reforma al sistema de pensiones, pero lo hace a última hora (y dos años después del informe de la Comisión Bravo convocada por el propio Gobierno), en materias que requieren cuórums parlamentarios que no puede asegurar y tratando de no molestar mucho a las AFP (¿de qué otra forma se entiende que, mientras la Presidenta anuncia un cambio en el corazón de la generación de utilidades de la industria, como es la transferencia del costo de las comisiones de intermediación, el ministro de Hacienda salga al día siguiente a decir que ese cambio no se realizará?).

Por supuesto, la idea es avanzar, pero pasito a pasito, suave, suavecito.

Canción equivocada

Así como ‘Despacito’ no se compuso para perdurar en el tiempo sino que para tener un éxito inmediato y efímero, por lo que su letra es burda y su melodía pegajosa pero tosca, la reforma de pensiones anunciada por el Gobierno no pretende ser la real transformación que Chile necesita en este campo sino que se limita a cumplir un compromiso de campaña y aliviar la presión social derivada de un tema candente (una gran forma que tiene el Ejecutivo para desviar la presión social sobre cualquier materia es enviando un proyecto de ley al Congreso).

Un ejemplo de lo expuesto es precisamente la forma en que se abordó el problema de las bajas pensiones. Nada menos que el motivo central de la reforma.

En el diseño de la solución se dejaron de lado todas las consideraciones sociológicas y de filosofía política que necesariamente actúan en la seguridad social. Para los autores de la reforma lo único importante era poder anunciar posibles mejoras a las pensiones, pero sin tocar mayormente los intereses de los actores actuales del sistema de pensiones, a fin de eludir posibles turbulencias en el mercado financiero local y descartando cualquier medida que pudiera tener impacto en las cuentas fiscales. En este Gobierno ya no hay espacio ni tiempo para otra reforma tributaria, por lo que los recursos tenían que salir de un bolsillo distinto al del fisco.

Un tecnócrata enamorado de la economía podría estar muy satisfecho, pero, lamentablemente la seguridad social es mucho más que recursos para un fin. Es el terreno en donde se advierte con mayor claridad la visión de sociedad que cada nación construye, por lo que las soluciones no se pueden separar de los medios sin tener un impacto positivo o negativo en la conformación de tejido social.

Ese pecado de origen de la reforma previsional, se convirtió en el árbol que cortó la vista del bosque.

En efecto, la problemática de pensiones en Chile incluye al menos dos situaciones diversas: una transitoria relacionada con el problema de las bajas pensiones de quienes pasaron toda o gran parte de su vida activa en el Mercedes Benz de José Piñera, para quienes las transformaciones de largo plazo no alcanzan; y otra relacionada con la población más joven que todavía está a tiempo de aspirar a una pensión digna generada por el sistema de pensiones.

Al abordar el problema del primer grupo de personas, habría sido normal reconocer que su problema se debe a una falla que tuvo Chile como sociedad, al tolerar de manera prolongada un sistema de pensiones que requería condiciones de funcionamiento, particularmente un mercado laboral, lejanas de las que tiene Chile.

Es cierto que el sistema se instauró en dictadura, pero pasaron largos años de gobiernos democráticos y no hicimos nada.

Fallamos como sociedad y como sociedad deberíamos responder y solucionar el problema de los trabajadores y pensionados afectados. La forma de hacerlo es mediante rentas generales. Impuestos, idealmente a la renta y apuntando a los segmentos de ingresos más altos.

Sin embargo, las rentas generales no pueden ser la base de las pensiones. El sistema de pensiones debe propender a ser autosuficiente en la generación de pensiones dignas, a fin de evitar presiones fiscales permanentes y, por lo mismo, debía limitarse al grupo de transición que he descrito.

Para el futuro, el aumento de la cotización era parte de la solución correcta, pero la forma de implementarse (suave, suavecito), tratando de no dejar a nadie sin su miga, dividiendo su uso entre mejoramiento de pensiones, capitalización individual administrada por el Consejo de Ahorro Colectivo (CAC) y minisistema de reparto, diluye fuertemente sus posibles efectos.

Es el problema de andar despacito.

Bailando a otros ritmos

Debido a mi cercanía con la experiencia del sistema de pensiones canadiense y todo el cacareo que se hizo respecto a inspirarse en el modelo canadiense de administración de activos, me llama profundamente la atención que ningún asesor de Hacienda o Trabajo haya estudiado la experiencia del origen del plan de pensiones de Quebec, desde donde se podrían haber extraído ideas muy aplicables al caso chileno para el diseño de la solución definitiva.

El Quebec Pension Plan (versión de la Provincia de Quebec del Canada Pension Plan y que tiene sus inicios a mediados de los años 60) paga beneficios definidos directamente relacionados con la contribución que cada uno hace durante su vida activa. Una sola cotización es suficiente para acceder a beneficios, pero el monto aumenta en la medida que se prolongan las contribuciones.

Para el financiamiento del Plan, a diferencia del resto de Canadá, Quebec optó por un sistema de reparto financiado, en donde, en lugar de utilizarse todos los recursos que entran en el pago de beneficios (sistema de reparto puro), se apunta a crear al principio del sistema una situación en donde los ingresos superan los egresos, con la diferencia que se genera un fondo de reserva que se invierte y esa rentabilidad contribuye a la estabilidad financiera de largo plazo del Plan.

Algo similar pudo hacerse en Chile, reservando la labor del CAC a la administración de este fondo, el que recaudaría el 5% adicional y lo pagaría a quienes fueran jubilando, reflejando esos pagos la contribución al sistema y de ingresos de la vida activa de cada uno.

El 5% completo iría a este Pilar Contributivo Solidario. Nada de cuentas individuales duplicadas ni de usar esos fondos para mejorar malas pensiones generadas por un sistema de pensiones mal diseñado. Nada de un poquito para esto, otro poquito para lo otro, para que nadie se enoje.

Durante los primeros años, el fondo recibiría muchos más recursos que los que pagaría (ya que la cantidad de contribuciones a este fondo de quienes se jubilen al principio serían bajas), lo que permitiría formar un fondo de reserva importante.

Con el tiempo, los pensionados se aproximarían a los pagos máximos de este pilar contributivo solidario, disminuyendo la necesidad de recurrir a recursos del pilar no contributivo financiado con impuestos generales.

Así se iría produciendo la transición hacia un verdadero sistema multipilar que conservaría la capitalización individual obligatoria, la capitalización voluntaria (individual y colectiva), incorporaría un pilar contributivo obligatorio solidario (financiado por el 5%) y mantendría el pilar no contributivo.

Dentro del modelo que propongo, el 5% no podría ser considerado un impuesto al trabajo, porque el aporte beneficiaría directamente a quienes lo generan, su naturaleza jurídica de cotización de seguridad social sería irrebatible, eliminando el cuco del Tribunal Constitucional; se evitaría una duplicidad de administración de cuentas individuales, ya que se destinaría exclusivamente al pilar de reparto, lo que a su vez terminaría con el argumento de la duplicidad de comisiones y la falsa generosidad de las AFP (se lo administro gratis), y contendría un incentivo claro para contribuir a él (a mayor contribución, mayor beneficio).

A futuro, si el CAC demuestra un buen desempeño en la gestión de recursos, iría rompiendo el prejuicio ideologizado de que todo administrador estatal es inepto o corrupto, lo que podría dar pie a otra reforma relacionada directamente con la existencia de las AFP o sus utilidades. No olvidemos que las utilidades anuales de las AFP superan los US$ 500 millones, esos fondos –que salen de los aportes de los afiliados, pero van al bolsillo de las AFP– podrían destinarse a beneficiar el pilar contributivo de reparto, asegurando su financiamiento de largo plazo sin tener que recurrir a más impuestos o mayores contribuciones.

Una reforma como la que propongo está lejos de ser una invitación a destruir todo para empezar de nuevo, no se trata de una revolución, pero supone atreverse a mirar lejos, trazar una ruta de largo plazo y dejar de lado el fastidioso ‘Despacito’.

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