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De encuestas, encuestadores y «encuesteros»: ideas para reordenar la escena y reconstruir las confianzas Opinión

De encuestas, encuestadores y «encuesteros»: ideas para reordenar la escena y reconstruir las confianzas

Max Spiess
Por : Max Spiess Ex asesor de Hacienda del gobierno de Ricardo Lagos
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En lo micro, hay dos candidatos –Piñera y Sánchez– con resultados que están muy por fuera del error estadístico. Eso es técnicamente grave y merece la atención y reproche, tanto de la opinión pública como de los expertos. Las causas deben ser aclaradas. La cuestión es si estos errores en lo micro son relevantes como para “construir realidades políticas” e influenciar determinantemente el destino de una elección. Lamentablemente, no contamos con elementos científicos que nos permitan medir ese efecto; pero al menos podemos estar de acuerdo en que, en el contexto de un voto voluntario, información predictiva como la expresada consistentemente por las encuestas predilectas de los medios de comunicación –CEP y Cadem– pueden influenciar –no sabemos si incidental o determinantemente– el ánimo de los votantes para, al menos, concurrir a votar.


El ser humano necesita predecir el futuro y lo intenta desde que logró ponerse en dos pies.

Esta es una realidad irredargüible y en consecuencia, lejos de luchar contra esta natural inclinación sociológica, lo mejor sería canalizar estos esfuerzos para que se desarrollen dentro de marcos éticos y condiciones de razonabilidad que permitan darles a estas predicciones, nada, poco o mucho crédito. Decida usted.

Muy rápido entendió el homo sapiens que, junto con una veloz capacidad adaptativa, la posibilidad de adelantarse a los eventos podía dotarlo de poderosas herramientas para subsistir, surgir y, eventualmente, dominar. Por ejemplo, el clima: una buena parte de nuestras vidas diarias depende de un simple comentario climático al son del Concierto 21 para piano de Mozart. En buenas cuentas, poseer adecuadas herramientas de predicción es fundamental para tomar decisiones más certeras y eficientes. Mirado esto como un proceso continuo y masivo, las sociedades humanas necesitan bajar el costo de su decisión y contar con herramientas predictivas, lo que es económicamente más rentable que el costo de la pérdida de recursos y de competitividad derivada del error entre los efectos de una decisión y el contexto fáctico futuro.

Errar en el destino es socialmente intolerable para una grupo humano, porque es potencialmente determinante para su subsistencia.

Ahora, la capacidad predictiva puede constituirse también en un factor de dominación entre los que cuentan con la información y los que no la tienen. En este caso, la predicción puede convertirse en información privilegiada… con análogos efectos y tratamiento a la que se tiene en los mercados de capitales. En esa misma línea, la diseminación de información falsa con el ánimo de distorsionar los mercados es tratada como una violación grave de las normas que protegen el mercado; así, la predicción que busca “construir” un escenario con el fin táctico de distorsionar un resultado, es un hecho igualmente grave.

Entonces, ¿por qué si los emisores de valores en un mercado de capitales están sujetos a una parrilla muy rigurosa de normas que buscan asegurar la fidelidad y oportunidad de la información continua o extraordinaria que diseminan en el mercado, no existe algo análogo para los “predictores” de hechos en ámbitos sensibles del desarrollo social de un país?

El domingo 19 de noviembre pasado, las placas tectónicas de este país se movieron. No tembló en la tierra, pero el país político vivió un sismo de alcance mayor. Parte de los damnificados de este “fenómeno de la naturaleza humana” fue la credibilidad de las encuestas –las herramientas de predicción– y las dudas que se posaron sobre los encuestadores que pasaron, en un par de minutos, de ser tratados como oráculos a meros “encuesteros” o
“encuenteros”.

¿Merecen estos predictores ese trato, ese mote?

Veamos. Una encuesta no tiene animus. Es una mera herramienta, neutra. Las herramientas no son buenas ni malas, son encuestas simplemente. Como toda herramienta, es más eficiente para unas cosas que para otras. Muchas veces los problemas provienen de pedirle peras al olmo. Igualmente, la bondad o maldad, depende del que empuña la herramienta, no de ella en sí misma. Un martillo no es bueno ni malo en sí, pero el martillo en el clavo es muy bueno; no obstante que en la cabeza de mi vecino es muy malo.

Por lo tanto, no matemos la herramienta. Si las encuestas existen, es porque las necesitamos. Si intentamos matarla o al encuestador, algo parecido o igual se tomará el espacio. Por la tanto, más vale gestionar la actividad que intentar matar la herramienta y/o al mensajero… aunque sospechemos de ellos.

Luego, la cuestión levantada en la noche del 19 de noviembre es, si puedo resumirla adecuadamente, que las encuestas sobre resultados de una primera vuelta presidencial fueron o no capaces de influenciar determinantemente en el resultado de ese proceso electoral; y si la respuesta es sí, la pregunta obvia es si ese efecto fue o no premeditado.

Las encuestas, en cuanto herramientas, tienen composiciones técnicas que pueden variar y cada encuestador debe definir su método tanto de construcción de su “muestra”, de su “trabajo de campo”, como el de su “análisis”. La confiabilidad de sus resultados está largamente correlacionada a la calidad de estos componentes para capturar una representación lo más fidedigna con la realidad, pero en escala, y que estos procesos sean consistentes en una serie sustantivamente larga de mediciones.

En el caso de la encuesta CEP, no se han levantado dudas respecto del trabajo de campo –el que es llevado adelante por el mismo Cadem– ni de la muestra, pues se cree que esta encuesta es la más “seria” y predictiva en este ámbito, pero el análisis claramente llevó a resultados largamente desajustados de la realidad. Entonces, no era tan “decana” de las encuestas y, así, perdió su “virginidad”.

Por otra parte, la encuesta Cadem ha sido criticada por la calidad de la muestra, por no ser predictiva, por su trabajo de campo en puntos de afluencia y uso de teléfonos fijos, etc., y, además, por el posible sesgo de sus análisis. Así y todo, sigue siendo la favorita de los medios que la devoran semanalmente y, mal que les pese a sus críticos, se ganó su espacio.

La opinión pública tiene buenas y legítimas razones para sentirse frustrada y defraudada con sus encuestadores predilectos, y tener desconfianza respecto de las mediciones futuras. Sin embargo, un análisis desapasionado nos permite concluir lo siguiente:

1) En lo macro, las encuestas acertaron. Piñera ganó y Guillier fue segundo. Esta es, sin duda, una constatación gruesa y previsible, por lo que, si bien es un acierto estadístico objetivo, su significancia predictiva es relativa en el contexto de los desajustes de detalle.

2) En lo micro, acertaron en la potencia del voto de varios candidatos, a saber, Artés, Navarro, MEO y Goic, y respecto de Guillier y Kast hubo bastante cercanía.

3) Sin embargo, también en lo micro, hay dos candidatos –Piñera y Sánchez– con resultados que están muy por fuera del error estadístico.

Eso es técnicamente grave y merece la atención y reproche, tanto de la opinión pública como de los expertos. Las causas deben ser aclaradas.

La cuestión es si estos errores en lo micro son relevantes como para “construir realidades políticas” e influenciar determinantemente el destino de una elección. Lamentablemente, no contamos con elementos científicos que nos permitan medir ese efecto; pero al menos podemos estar de acuerdo en que, en el contexto de un voto voluntario, información predictiva como la expresada consistentemente por las encuestas predilectas de los medios de comunicación –CEP y Cadem– pueden influenciar –no sabemos si incidental o determinantemente– el ánimo de los votantes para, al menos, concurrir a votar.

¿Cómo salimos del atolladero? Ya lo decía anteriormente, podemos matar a la CEP y Cadem, pero otro oráculo tomará el lugar, pues mientras haya seres humanos tomamdo decisiones, habrá la necesidad de anticipar el futuro haciendo predicciones.

En consecuencia, yo soy de la opinión de que debemos aprovechar este escenario de descrédito y desconfianza para avanzar a un nuevo estado del arte: uno mejor que el que tuvimos hasta el 19 de noviembre pasado. ¿Cómo?
Dado que el problema, principalmente, es uno donde existe la posibilidad de estar en presencia de un conflicto de intereses, las herramientas que debemos usar debieran ser más o menos parecidas a las que usamos en otros ámbitos, y para eso vuelvo a recurrir al mercado de capitales. Es decir, la sospecha de los medios y de la opinión pública es que los analistas manipulen los análisis para dar pie a resultados mañosos que influencien a los votantes a favor de un candidato o de un sector político. O sea, que el conflicto de intereses del analista lo hace perder su independencia de juicio y lo lleva a diseminar información falsa al mercado para alterar los “precios” relativos y, con ello, introducir distorsiones en la demanda.

Entonces pasemos a la acción y propongamos alternativas de solución. Ahí donde hay desconfianza, lo primero es poner el foco en la transparencia. Por lo tanto, sugiero avanzar con las siguientes propuestas:

1.- Es clave que los encuestadores pongan siempre a disposición del público las bases de datos generadas por su trabajo de campo, además de una descripción detallada y razonada de: i) los procedimientos de trabajo de campo, (ii) los métodos de selección de la muestra y (iii) las fórmulas o parámetros de análisis y distribución de tendencias.

2.- Al nivel del gobierno corporativo, (i) la alta dirección de una empresa de encuestas debiera tener una integración de directores independientes, los que (ii) debieran constituir un comité independiente de control y auditoría de los procesos muestrales y de análisis.

3.- En caso de encuestas encargadas por, o que consideren alternativas de análisis que tengan un interés significativo y demostrable con un accionista mayoritario de la empresa, o con algún director de ella, o con el jefe de análisis, o con un cliente relevante de la empresa, la aceptación del encargo o la autorización para llevar adelante dicha encuesta deberá ser otorgada por un voto de supermayoría del directorio de la empresa, excluidos los directores implicados, si los resultados de tal encuesta debieren ser revelados públicamente.

4.- Las empresas de encuestas y la autoridad administrativa competente –Ministerio Secretaría General de Gobierno–, complementada por organismos de interés en estos asuntos –i.e., el Consejo para la Transparencia, Transparencia Internacional, la Sociedad Chilena de Estadísticas, la Academia de Ciencias de Chile, o Facultades de Ingeniería de universidades de reconocido prestigio–, debieran conformar una mesa público-privada que establezca un marco ético y de directrices generales en lo técnico e institucional aplicable a las empresas de encuestas; como asimismo requisitos exigibles a los miembros del directorio de una empresa de encuestas y sus analistas, a fin de garantizar su independencia de juicio e idoneidad técnica (sin que ello se convierta en una barrera de entrada para cerrar un mercado para unos pocos privilegiados: la élite).

5.- Ese organismo debiera tener competencia para exigir la revelación continua de resultados, de manera que se evite su uso como información privilegiada; y facultades para accionar criminalmente en caso de diseminación de resultados de encuestas respecto de las que se tengan fundadas sospechas de su manipulación maliciosa o por constituir o formar parte de un plan o artificio premeditado para alterar o inducir confusión o alarma en la opinión pública o difundir información falsa al mercado.

Max Spiess
Ex asesor de Hacienda del Gobierno de Ricardo Lagos

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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