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Irak: el gigantesco laboratorio del «Gran hermano» de la globalización

La guerra contra Irak y la ausencia de pruebas legítimas para la invasión, no solo expone la fragilidad actual de los Estados y de la política que los alimenta, sino que también cuestiona el hedonismo de la matriz pensante de la modernidad que se acopla a la globalización como si fuera su melodía de acompañamiento o, en rigor, su banda de guerra.


El debate en torno a la posesión de armas químicas, que justificó la guerra en Irak, cobra mayor relevancia ahora que el caos y el desastre humanitario se han instalado en el asolado país del Golfo Pérsico, abatiendo la credibilidad de los tres Jefes de Estado y los organismos internacionales que promovieron o no impidieron la invasión. Ahora, estamos a un ápice de que los países más comprometidos con un posible fraude inicien un proceso de investigación.



A cada día que pasa queda más claro que, en medio de la globalización que vivimos, no son las redes terroristas las principales amenazas que acechan a los Estados y su población, sino la falta de reales políticas de seguridad, consultadas por los gobiernos y sus ciudadanos, y la vigencia de políticos inoperantes encaramados en la cúspide del poder.



El episodio iraquí -y su multiplicidad de claves inexplicables- coloca al mundo de la reflexión política y sociocultural, ante un abismo. Los autoproclamados teóricos de la globalización, que intentaban ensamblarla en la médula de la modernidad, con el capítulo Irak se enfrentan a un hecho degradante y despiadado que muestra la decadencia de las instituciones que la sustentan como concepto y posible realidad.



Es difícil que todo lo sucedido en Irak siga "habitando" solo el ámbito de la abstracción con credenciales intelectuales. Es tan concreta la imagen de la miseria humana y su inconsistencia moral que se observa en torno a lo que se hace y se habla sobre Irak, que un tour por las laderas del Eufrates y el Tigris, para los que sostienen que es un capítulo del progreso y que no tiene nada de apocalíptico, es más que recomendable.



"Curiosamente, varios reporteros del periódico que ahora es atacado por todos sus flancos -The New York Times- reportearon lo apocalíptico de la situación. El método es conocido. Buscar el error específico e intentar la falta de credibilidad general en un período de gestión", nos dice un triple NN.



"Ha habido cosas peores que lo sucedido con Irak", señaló, recientemente, un escritor y filósofo occidental de la renovada modernidad. Su nombre es preferible omitir porque las lista de opiniones similares es larga. Están representados por la cúpula de revistas como The Economist y Foreign Affairs. Las opiniones de este tipo se deslizan en órganos como The Wall Street Journal, que aplaudió en su editorial las renuncias de Raines y Boyd del Times. Son las opiniones que repiten la fatigada monserga propiciada por Paul Wolfowitz, de que el estalinismo soviético y el holocausto nazi, fueron hechos más contundentes de lo que sucede en Irak, para justificar la invasión y una larga ocupación.



Pedido de cuentas



El período de debate, crítica, investigaciones y recriminaciones se expande en EEUU, Inglaterra y España. Países que hoy, a la luz de los hechos, se enfrentan a un creciente cuestionamiento interno y externo a su inexplicable ansiedad por invadir Irak. Mientras no se encuentren las armas químicas, quienes sepultaron la vías de negociación para evitar la guerra, hace tres meses, se encuentran obligados, ahora, a «fabricar» otra estrategia comunicacional para salir del hoyo negro de la falta de credibilidad que los rodea.



La incertidumbre crece, porque los tres jefes de Estado que decidieron ir a la guerra -Bush, Blair y Aznar-, se juegan sus posibilidades de continuar en el poder en los próximos 18 meses. Asi como se concertaron para invadir Irak con un plan maestro mediático, que funcionó parcialmente, ahora intentan armar otro puzzle para justificar y legitimar sus acciones. Tinglado que esperan les permita permanecerse en el poder.



Coincidentemente, los regímenes que los eligen no son puestos en duda y se refuerzan apoyados por un sistema mediático que los legitima. En síntesis, la sociedad civil nunca había estado más alejada de participar en los diseños que afectan más a sus destinos, y más desprovista de información confiable.



Detrás de todo esto se esconde un proceso de descomposición de lo que se llama Estado Global, que es más tenebroso de lo que le sucede con los iraquíes, quienes aún no cuentan con energía, sistemas de salud y de distribución de alimentos. Este último no ha recuperado ni al 10% de lo que era días antes de que estallara la guerra.



Top secret



Cuando señalamos, el 5 de febrero, con datos en terreno, que no se encontrarían las armas de destrucción masiva y que existía un plan de implantarlas con gran despliegue mediático para legitimar la guerra, una fuente aparentemente bien informada en la materia indicó, que tales informes estaban equivocados.



"Irak estaba lleno de armas de destrucción masiva dispuestas a ser utilizadas de inmediato", retrucó la fuente que manejaba al dedillo la información establecida por los medios y los políticos y aquella que no podía ser divulgada.



Como la noticia de la implantación de armas causó impacto, simultáneamente, recibí un e-mail, de un experto en sistemas digitales y satelitales para detectar armas de destrucción masiva. Esta persona, me indicó que el artículo del 5 de febrero no estaba alejado de la realidad.



Me señaló: "Irak, bajo las condiciones de vigilancia de armas a las que se sometió hasta 1998, por su estado económico producto del bloqueo, y porque el almacenamiento y la mantención del tipo de arsenal químico utilizable por sistemas de cohetería, requieren de sistemas subterráneo o de superficie complejos y onerosos, no tiene capacidad para poseer el arsenal de que se le acusa".



"Aún más -agregó-, los sistemas de detección satelital que poseen, principalmente, EEUU y el Reino Unido -y hasta Francia, la URSS y China- están en capacidad para detectar cualquier mancha dudosa en el espectro de la detección satelital".



En ambos casos debí acudir al principio de protección de la fuente. La primera estaba equivocada, al menos que las investigaciones en los EEUU y el Reino Unido acrediten que había armas y que desaparecieron por arte de magia. La segunda está en lo cierto, al menos hasta el momento.



Ahora, un grupo pequeño de inspectores de la ONU está de vuelta en Irak, después de que 1.600 verificadores de armas químicas, colocados por EEUU y el Reino Unido, no pudieron dar con los supuestos arsenales.



En este plano, se hace indispensable que algún órgano de justicia internacional, con capacidad neutral para monitorear naciones ocupadas como Irak, intervenga en esta etapa de la búsqueda del arsenal químico. La posibilidad de que las fuerzas de ocupación planten las evidencias, está más vigente que nunca: las necesitan con urgencia. Existen copiosos antecedentes, que empiezan a ser difundidos por la prensa, de que este sospechoso plan continúa operativo.



Un órgano más allá de la ONU es indispensable porque el organismo mundial, hasta la fecha, no ha garantizado la independencia necesaria en todo el episodio iraquí, como lo demuestran las resoluciones y las diferencias que aún persisten entre los miembros del Consejo de Seguridad. Más aun, en los momentos previos al desenlace final, antes del inicio de los bombardeos a Bagdad, hay que tener presente, que se abrió la compuerta de las interacciones entre los organismos de inteligencia de los EEUU, el Reino Unido y la oficina de Hans Blix, el inspector jefe de la ONU que esta semana calificó de "bastardos" a sus pares norteamericanos, a quienes acusa de falsear la información que le entregaban.



En los tiempos de las inspecciones de la ONU, previas a la guerra, el gobierno de Bagdad declaró que muchos de estos inspectores actuaban en coordinación con los organismos de inteligencia de los aliados. Información que nunca fue desmentida oficialmente y que fue tratada como otra "maniobra" propagandística del régimen de Husein.



La interacción entre una nueva ronda de inspecciones de la ONU en búsqueda del arsenal químico, y los organismos de inteligencia de las fuerzas de ocupación, es inevitable, y es una situación que debe ser expuesta a la comunidad internacional. Los países miembros del Consejo tienen una tarea inmediata que abordar en el sentido de evitar una falsa legitimación de las pruebas.



Existe un cuerpo consistente de declaraciones de los líderes de la ocupación y de hechos contingentes, que se contradicen y que apuntan a la posibilidad de plantar las evidencias que legitimen la guerra.



El proteger las fuentes que señalan que las armas químicas serán plantadas tarde o temprano, es consustancial a la necesidad de denunciar un posible fraude de proporciones globales inéditas en la historia de las relaciones internacionales. Cualquier intento de bajarle el perfil al asunto no es pragmatismo político para resguardar el orden internacional o el decoro de las instituciones involucradas.



El mundo presencia una peligrosa proximidad de intereses entre poderes informativos y mediáticos y económicos a nivel global, que se cruzan con los consorcios de la industria del armamento. Más allá que esto se constate como una interdependencia propia de la globalización -los políticos en la cúspide así lo quieren ver-, la virtual promiscuidad del poder, concentrado en un puñado de países y consorcios, perfila un mundo muy similar a soñado por el Tercer Reich, o el estalinismo.



Los procedimientos de control total y centralizado desnudan las mismas carencias éticas del motto: "el fin justifica los medios". El que los procedimientos se apliquen en un ambiente tecnológico de mayor resolución, no los hacen más modernos ni más eficientes, sino que más imperceptibles.



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