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El ácido hipnotismo de La Maldición del Escorpión de Jade

Parodia del cine de novela negra hollywoodense de mediados del siglo XX, el nuevo filme de Allen aborda todas las variantes del género policial, en una delirante comedia -desde la parodia- que sabe mantener un humor constante a través de los diálogos irónicos e inteligentes que caracterizan a este genial realizador neoyorquino.


Con ese viejo atuendo con gabardina y sombrero que tantas satisfacciones otorgó al cine, Woody Allen retoma ese humor ácido y punzante que caracterizara innumerables y grandes filmes bajo su completo antojo. Nuevamente actúa, escribe y dirige, todo dentro de un marco de perfecta armonía, recurriendo a su clásica comicidad y sus eternos problemas con las mujeres.



Posiblemente su cinta más radiante y sincera en muchos años, La Maldición del Escorpión de Jade se muestra como una película nostálgica que busca el regreso a la apasionante década de los cuarenta en una especie de homenaje al género del cine negro de la época, reconstruyendo todas sus variantes y reglas para dejarlas al descubierto y generar una comedia desde la parodia.



En el Nueva York de 1940, un detective de una empresa de seguros llamado C. W. Briggs (Woody Allen) mantiene un constante conflicto con la nueva experta en eficiencia, Betty Ann Fitzgerald (Helen Hunt). Una noche, mientras celebran el cumpleaños de un compañero de oficina, Briggs y Fitzgerald son hipnotizados con un escorpión de Jade ante el placer y regocijo de sus amigos. Lo malo es que no adivinan las perversas intenciones del mago Voltan (David Odgen Stiers), quién mediante el poder de su mente, los obligará a robar preciadas joyas.



La Maldición del Escorpión de Jade recupera esa esencia de las comedias ligeras en su superficie pero que esconden ciertos toques parodicos o críticos sobre el cine en su estado más puro. Clásicamente formal, Allen recurre y pone énfasis a los diálogos sagaces, rápidos y con una fuerte carga humorística en donde los conflictos hombre-mujer detonan gran parte del atractivo que el realizador explota y que las poderosas interpretaciones materializan.



El regreso de Woody Allen a los años 40 resulta particularmente interesante en torno a la puesta en escena, la gran atmósfera de antaño y el tono en que la exagerada construcción de personajes conduce el relato hacia una genial pero calculada comedia (muy superior a su anterior trabajo, Ladrones de medio pelo) que pese a ser una estupenda obra cinematográfica, rescata hacia el final de la cinta una teatralidad como evidencia de un distanciamiento lógico y forzado.



El genial desarrollo del cine que genera Allen radica en el talento que caracteriza a su trabajo, fundamentalmente sustentado en su capacidad por crear de historias descabelladas o sin rumbo, notables obras cinéfilas. En esta ocasión, el detonante está en la hipnosis por un mago de show, vividor y ladrón, que provocará las hilarantes situaciones que le otorgarán al director la posibilidad de jugar con las relaciones entre su personaje y el de Helen Hunt -en una dinámica articulación de lucha de sexos-, y con el amor irreconocible, como en las clásicas comedias de los años en la que se desarrolla la acción.



Solamente un solvente y afinado guión permitirían que desde la más absurda de las historias, un filme se concrete de gran forma, con gracia y estilo. Sin bien el texto en términos de narrativa es simple, con resolución quizá un poco rápida, las líneas de los personajes protagonistas son sin duda notables. Además, la acertada inclusión musical apoyada en jazz y en sonidos de la época, dan como resultado una cinta asombrosa, ágil y hermosa en todos sus vértices.



Los dobles sentidos, los afilados diálogos, la crisis de todos los lugares comunes del género, la caracterización arquetípica y creación interna y externa de los clásicos personajes del policial negro -por ejemplo la de los detectives pocos sagaces que no logran interpretar indicios obvios o la hermosa rubia que fuma con boquilla en pose de "femme fatale"-, una gran puesta en escena visual y sonora, una poderosa iconografía de la época, un humor refinado e hilarante, los momentos de comedia clásicos, los roles maravillosamente retratados y por supuesto la habilidad de Woody Allen para construir sobre el absurdo, trasforman a La Maldición del Escorpión de Jade en una obra cinematográfica de finas características y geniales cerebros.

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