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Oriente Medio, 55 años de frustraciones

Estados Unidos haría bien en aprender de la experiencia con Israel y no aumentar la gravedad de la situación en Irak, Palestina y alrededores.


Dos conferencias de trascendencia global convocaron a jefes de Estado en Asia. Aunque con temas diferentes, en ambas asomó el mismo fantasma: el rol expansionista asumido por EE.UU. Una es la reunión de la APEC, en Bangkok, la otra -que convocó a las naciones islámicas- acaba de finalizar en Kuala Lumpur.



La situación iraquí continúa en el primer plano de la agenda internacional y crece como una hidra de mil cabezas. En ambas citas hubo fuerte rechazo a la ocupación, aunque la preocupación por el terrorismo se le contraponga.



La invasión de Irak es considerada cada vez más como una aberración comparable con lo que sucede en Palestina desde hace 55 años. "Empiezan a hablar de negocios y terminan conversando de la ocupación de Irak y del tiempo en que tomará el sistema multilateral para operar como un sostén de contención de los EE.UU.", nos dice Deepak Arora, un analista internacional indio que cubre la conferencia de la APEC.

Un Estado secuestrado por una historia de 55 años



Liderar el mundo ha sido el anhelo de los gobernantes de Estados Unidos. El espíritu de Jefferson -no transigir en los derechos individuales del ser humano- ha estado presente en la cultura del hacer gubernamental en un país que -quizás legítimamente por su historia- se plantea expandir ese espíritu por el mundo, retroalimentando su no tan modesto desafío de imponer su impronta sobre el planeta.



Una vez más, en el epicentro de la crisis en Oriente Medio entre israelíes y palestinos, esa aspiración a liderar se pone a prueba. Sin una solución estable y previsible en el conflicto armado que se inicia con la creación del estado de Israel en 1948, la política internacional de la nación más poderosa del mundo apenas respira y subsiste. No puede ser de otra forma. Si bien es cierto Yasser Arafat es quien permanece secuestrado, también lo está el Estado norteamericano atrapado en su propio diseño político.



Más allá de que la confrontación entre palestinos e israelíes pueda ser tan antigua como la ideación misma de Occidente, es a instancias del presidente Truman que EEUU se introdujo en el conflicto a partir de 1948, cuando aún se respiraba la sangre y el humo de la Segunda Guerra Mundial. Las ansiedades de los protagonistas de esa guerra, paradojalmente no se extendieron al Oriente Medio. La expansión occidental apenas rozó Turquía, El Líbano y algunas zonas del Egipto.



Las respuestas de por qué una zona apetecida para establecer un enclave colonial no fue parte del engranaje de la Segunda Guerra ni de los diseños de expansión posteriores, son aun insatisfactorias. Es probable que el prolongado conflicto que se titula hoy palestino-israelí, no sea más que un capítulo inconcluso de las contradicciones inherentes y no resueltas en Occidente, que terminan por expandir guerras.



Hay opiniones, respetables por cierto, de que EE.UU. no comprende el problema palestino de hoy. Pero ese problema palestino de hoy surge en el corazón de la política expansiva y de control que diseña Norteamérica apenas termina el conflicto bélico de 1939-1945. En abierta contradicción con sus asesores y con el secretario de Estado de turno, George C. Marshall -el mismo que formuló el plan de contención de la expansión soviética- Truman reconoce al Estado de Israel, proclamado el 14 de mayo de 1948, cuando expira el mandato acordado al Reino Unido sobre Palestina, y las fuerzas británicas retiran su presencia -y sus efectivos militares- por las presiones de grupos terroristas judíos como Irgun, la Stern Gang y Haganah.



El nuevo Estado, si bien era el anhelo de un pueblo diezmado y repartido, también incubó las raíces del modelo del terrorismo moderno. Israel nace en un contexto caracterizado por las negociaciones políticas y las presiones de los grupos terroristas.



El líder sionista Chaim Weizmann -polaco de nacimiento y de nacionalidad británica- asume temporalmente la presidencia de Israel. El nuevo país ocupa las cuatro quintas partes del territorio palestino, donde permanecen 200.000 árabes en tanto 500.000 son obligados a abandonarlo. Israel abría el país a los judíos del mundo (James Trager, People´s Chronology, 1992), y EEUU asumía la responsabilidad histórica por su controvertida decisión, que después contará con el respaldo de la emergente nueva comunidad de naciones, en una resolución parecida a la última, del 16 de octubre, que intenta zanjar las diferencias en la ONU sobre la situación iraquí.



La vía rápida ¿un camino sin salida?



Con Israel también nacía una metodología para resolver conflictos: la vía rápida, la famosa "fast track" de que se habla ahora para los acuerdos comerciales. Pero esta vía rápida no es nueva: la utilizaron los emperadores romanos con sus generales descontentos y Enrique VIII con Tomás Moro. Se usó además con Napoleón, prisionero de Inglaterra. Al expulsar a Trotsky, le rindió frutos a Stalin. Los nazis, a su vez, la aplicaron con los judíos. Y en Ruanda hutus con tutsis y viceversa. América Latina está plena de vías rápidas para montar y desmontar gobiernos.



En 1948 el problema de Israel se despacha en forma rápida con el desarraigo de medio millón de palestinos árabes. La celeridad con que Truman apoyó su creación, coincide con la política de erradicar, también rápidamente, los brotes de comunismo y la expansión soviética. Para EE.UU. el Estado israelí coincide con su necesidad de rápida readecuación a las nuevas condiciones internacionales frente a una URSS poderosa y legitimada por su participación en la derrota del nazismo.



Hoy esa amenaza no existe, sin embargo EEUU e Israel construyen en Oriente Medio el peor escenario posible. No es sólo la ocupación de Irak lo que aliena al mundo árabe e islámico. Son 55 años de fracasos en negociaciones distorsionadas y diseños de dudoso altruismo. Estados Unidos e Israel realizan lo que ninguna potencia occidental había consumado antes: instalar una base operativa y disponer de un enclave en una zona cuya adhesión a los principios occidentales históricamente ha permanecido en el limbo.



Israel representó la oportunidad de resolver un conflicto milenario que ni la Segunda Guerra Mundial abordó con resultados aceptables. En la actualidad -y tal como se desarrollan los acontecimientos-, la zona dejo de ser una tierra de nadie para Occidente. Es decir: la tierra que los árabes reclaman para sí y que diariamente se les escapa de las manos.


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