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Argentina es siempre una situación compleja

Su estilo directo, la chaqueta cruzada abierta, los mocasines, la siesta y el control al dedillo de los actos de gobierno son la marca del primer presidente patagónico de la Argentina. Gusta a sus compatriotas, pero no todo es miel sobre hojuelas: los primeros fuegos han sido cruzados entre él y quien aparecía como su mentor, el ex presidente provisional Eduardo Duhalde.


Néstor Kirchner asumió la presidencia hace seis meses con apenas el 20% de los sufragios; en estos días, en que realmente inicia su período presidencial -puesto que el tiempo que lleva en la Casa Rosada debe considerarse un plus debido a que las elecciones se adelantaron-, cuenta con el apoyo de hasta el 89% de sus conciudadanos. Semejante plataforma no es construcción gratuita. El primer ladrillo lo puso poco después traspaso de mando, cuando sin aviso previo solucionó un conflicto gremial del profesorado: fue entonces que los argentinos constataron que tenían un presidente distinto a los anteriores.



El primero de esta etapa histórica fue Raúl Alfonsín: un teórico al que le empantaron la economía y le hicieron una rebelión militar. Entregó el mando antes de tiempo a Carlos Memen, una rápida y vigorosa conversión de rebelde provinciano a play boy capitalino, del que se conocen jugosas aventuras con la farándula y entre las transnacionales que operan en su país. Luego vino la siesta conservadora de Fernando De la Rúa, el piso del abismo económico y un despertar brutal -muertos incluidos- poco antes de la Navidad de 2001.



Los piqueteros</b



Tras la fuga de Dela Rúa asumió la presidencia provisional, después de algunos confusos episodios, el senador Eduardo Duhalde, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, por sí misma entre las economías más grandes de América Latina -a la que dejó postrada, tarea que sus sucesores prosiguen con empeño-. Su misión era calmar al país, tranquilizar la economía y entregar el mando. Duhalde -un fanático de sondeos y encuestas- gobernó de acuerdo con las pulsaciones de la opinión pública y logró esos tres objetivos.



No pudo hacer nada -tal vez porque nunca los encuestan- con los cientos de miles de cesantes crónicos agrupados en los movimientos piqueteros que desde la segunda presidencia de Menem sacuden la vida social y política trasandina. Dos jóvenes piqueteros -Maximiliano Kostekis y Darío Santillán, ambos organizadores de microemprendimientos populares- asesinados por fuerzas policiales marcaron su final. Hoy los piqueteros, divididos como casi todo en la Argentina, contribuyen a empañar las relaciones entre el bonaerense y su "protegido" Néstor Kirchner. La luna de miel acabó.



Duhalde es el caudillo de la poderosa maquinaria justicialista de la provincia de Buenos Aires y Kirchner necesita al menos neutralizarlo. Los campos de batalla visibles -eufemísticamente se hablaba de diferencias cordiales, aunque en los últimos días impera el silencio- son la seguridad ciudadana, relacionada con la Gobernación de la provincia de Buenos Aires, y la conducta que debe asumir el gobierno ante los piqueteros.



Kirchner eligió una aproximación cauta ante los desbordes de aquellos grupos. Dialoga, consulta, pacifica. Duhalde -tal vez con sangre en el ojo- pide mano dura. Las encuestas le han dicho que la opinión pública está cansada de bombos, protestas, cortes de calles y autopistas. La tentación conservadora extrema es fuerte en Argentina. Lo cierto, en todo caso, es que cualquier comienzo de solución para el conflicto piquetero pasa por la apertura de fuentes de trabajo, pero su éxito dependerá de una negociación política.



Se dice en Buenos Aires que el gobierno tiene un plan de obras públicas que consulta la creación empleos para este sector, pero una de las dos agrupaciones mayoritarias se opone a ese proyecto por estimar que es una maniobra divisionista del gobierno, y que serán trabajos temporarios y mal pagados. No se comentan las herramientas ni las influencias políticas en juego. Apurar la contradicción piqueteros-ciudadanía podría favorecer al aparato justicialista -es decir, a Duhalde- al agitarse el espectro de la falta de seguridad y la ingobernabilidad, que destacaría la orfandad partidaria de Kirchner



La gobernación, la delincuencia



Poco después del mediodía de ayer se concretó la anunciada renuncia de Juan José Álvarez a la secretaría (ministerio) de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Álvarez, hombre cercano al ex gobernador, Duhalde cumplía además el rol político de mediador entre la Casa Rosada y la Gobernación. Desde el gobierno nacional se le reprochaba a Álvarez falta de voluntad e ineficiencia para acotar la delincuencia bonaerense, que incide fuertemente en la inseguridad en las calles de la capital argentina.



Kirchner y su ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, habían reclamado al gobierno provincial que aceptara coordinar medidas de seguridad con los organismos federales particularmente en el llamado Gran Buenos Aires, baluarte indiscutido del duhaldismo, y en cierto modo "sede" de la ola de homicidios, secuestros extorsivos y robos, que padece la capital federal argentina.



El Gran Buenos Aires comprende un cinturón de unos 20 municipios, con más de nueve millones de habitantes, muchos sumidos en la pobreza y marginalidad. Algunos de sus alcaldes están acusados de connivencia con policías corruptos y delincuentes. Pocos días atrás el ministro Béliz dijo que en la mayoría de los secuestros extorsivos, "aparecen involucrados policías de la provincia", y afirmó que existe "complicidad entre políticos, delincuentes y policías corruptos".



Puede ser casualidad, pero llamó la atención este reciente fin de semana que tras la confirmación de que Álvarez saldría del gabinete provincial, y la nueva arremetida del gobierno federal para intervenir en la tarea de reestructurar a la "maldita policía" -como bautizó la revista Noticias a ese organismo- se hayan producido dos asaltos a cara descubierta y en horas previas a la llegada de la clientela contra sendos restoranes de la capital, en uno de los cuales hubo un muerto.



Popularidad y realidad</b



Los resultados de los dos sondeos conocidos recientemente en la Argentina, que otorgan al "señor K" un índice de popularidad del 85.9 y del 89 por ciento, respectivamente, parecen señalar un fortalecimiento real de su imagen. Duhalde no superó el 34%. Lo que se preguntan los observadores es cómo el presidente intentará usar este capital político, que en Argentina suele ser mucho más volátil que en otros países.



Por lo pronto Kirchner y Duhalde dejaron de hablarse. El último, se dice, esperó hasta subir por la escalerilla del avión que lo condujo a Brasil, desde donde en su calidad de futuro presidente del Mercosur partió acompañado a Lula a los países árabes. Se dice que también espero hasta última hora una llamada fue Kirchner.



Los argentinos, probablemente, podrán apreciar en los próximos meses una faceta poco conocida de su presidente: habilidad en la negociación y probablemente su capacidad para manejar una crisis.




















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