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Guillermo Blanco: «La gente que hace autobiografías se siente importante»

El escritor y Premio Nacional de Periodismo hace memoria sobre los acontecimientos históricos que vivió entre 1931 y 1973, mezclando su existencia con la del país, pero sin darse protagonismo. Paralelamente, afina los detalles de la publicación de sus cuentos completos, que incluyen cuatro libros de relatos inéditos.


"Lo que importaba no era yo. Pero toda persona es importante en algún grado; asiste, desde un ángulo aunque sea, al curso de la historia. Sin mérito de nuestra parte, el azar nos pone en ciertas ocasiones cerca de acontecimientos o personajes especiales. Aunque no intervengamos, lo vemos."



G.B.



Cuando tenía apenas 12 años, Guillermo -probablemente Guillermito, en esa época-, comenzó su autobiografía, con intención de dejar testimonio sobre una vida que todavía no vivía. Algún tiempo después, leyó algo que lo llenó de pudor: los que incursionan en este género lo hacen porque se sienten importantes. Secretamente avergonzado, desechó la idea y no la retomó nunca más. Ni siquiera ahora, que acaba de publicar sus Recuerdos no siempre cuerdos.



Aunque publicitado como memorias el libro no responde, según su creador, a los típicos parámetros de las autobiografías. Eso, porque el recorrido de Blanco por su historia es en realidad una mirada de la historia del país. Es lo que Miguel de Unamuno llamó "la intrahistoria", un concepto que el autor de Gracia y el forastero hace suyo en este trabajo para narrar lo que vivió entre 1931 y 1973.



En el relato del Premio Nacional de Periodismo se suceden la matanza en el edificio del Seguro Obrero, el triunfo de Pedro Aguirre Cerda, la promulgación de la "ley maldita" por González Videla, la formación de la Democracia Cristiana, la publicación de libros como Hijo de ladrón, de Manuel Rojas, la polarización de los 70 y el golpe de Estado. En cada una de esas instancias, Blanco se retrata a sí mismo tenuemente, como un testigo sutil, pero con voz. Nunca un protagonista. "No son memorias -explica. Este libro está escrito de memoria, no he consultado datos, pero no son memorias mías, y mal podrían ser memorias del país. Tampoco es historia. Es lo que yo recordé de lo que me tocó vivir, ver y oír en ese período."



– ¿Cómo se hace para recordar, situándose en los escenarios pero restándose protagonismo?
– Carlos Peña dice que yo me las arreglo para borrarme todo lo posible dentro del libro. Ése fue mi propósito, no quería ser protagonista, pero tengo conciencia de haber vivido en una época interesante, y dentro de esa época, momentos interesantes. Me empecé a dar cuenta por cosas sueltas. Dije ‘he conocido personalmente a siete presidentes de la República, a tres premios Nobel, a no sé cuantos cardenales y generales’, y por lo mismo me ha tocado estar metido en los entretelones de lo histórico. Trabajé mucho tiempo con el cardenal Silva Henríquez, por ejemplo.



– ¿Pero por qué restarse el protagonismo, si usted conoció a todas esas personas?
– Tiene un origen anecdótico. Yo empecé a escribir mi autobiografía a los 12 años -cuando no tenía biografía ni tenía auto-; por supuesto era una cosa ridícula, pero la idea era que la historia no pasa por el lado. Está ahí, y uno está adentro. Don White escribió sus memorias, y les puso por título En busca de la historia, que es lo más lindo que puede hacer un periodista: buscar la historia hoy. Mi intento fue, por un lado, ser objetivo, y por otro, defender el que mis opiniones son válidas. Es bien complicado.



– Es una ecuación extraña, difícil de lograr.
– Me salió muy espontáneamente. Pero si me hubiese propuesto hacerlo a partir de esta definición, me habría enredado.



– ¿Cuánto tiempo le tomó la recopilación?
– Es difícil de medir. Yo tomaba notas, las dejaba y las olvidaba. De pronto salió la idea porque tengo hijos, nietos y dos millones de ex alumnos. Uno quisiera transmitirles algo de lo que vivió. Es la mejor herencia. Pero no quería hacer autobiografía. A los 16 años leí que la gente que hace autobiografías es porque se siente importante. Y a eso no juego.



"El chileno de hoy es más provinciano que el del año ’30"



– Dice que empezó a escribir estas "memorias" a los 12 años, y que las borró…
– No, no las borré. Nunca supe qué pasó con ellas. A veces me da la idea de que las rompí o las boté, porque eran abominables. Recuerdo exactamente la fecha en que las empecé: el 5 de septiembre de 1938.



– ¿Por la matanza en el edificio del Seguro Obrero?
– Sí. Ése es el móvil, lo que me empujó.



– Le impresionó muchísimo, asumo, porque empezar a escribir las memorias a partir de un hecho histórico no es muy habitual.
– Aquí entra otro ingrediente. En esa época yo estaba leyendo los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós. En ellos se cuenta la historia de España a comienzos del siglo XIX a través de un personaje ficticio, al que le toca estar en distintos momentos y lugares. La gracia del novelista es que lo lleva bien. Yo estaba fascinado por esto, y me dieron ganas de hacer algo por el estilo.



– Es extraño que un niño de 12 años haya estado tan compenetrado con la historia del país.
– Yo me crié en una familia muy interesada en la política. Alguna vez lo describí diciendo que a mi familia le importa el mundo. No somos de ‘ombliguito’ nomás. Llegué a ser democratacristiano porque les oía a mis padres – radicales- que eran jóvenes idealistas, y hablaban muy bien de ellos, lo cual también habla muy bien de la tolerancia de mis padres. Todo eso me daba conciencia de que la historia no es una cosa que se haga afuera de la vida. Después me encontré con Miguel de Unamuno, que le llama intrahistoria, y me encantó.



– ¿Qué impacto tiene la mundialización de la historia -porque hasta la segunda guerra mundial los conflictos se suscribían a cada región- en su propia escritura y en su tendencia a romper el criollismo?
– Yo he leído desde hace mucho tiempo a muchos escritores extranjeros, y son los más. La mundialización mía, en ese sentido, empezó antes. Por eso no noto mucha diferencia, pero es muy probable que la tenga.



– Se lo preguntaba por el cambio de temática en la literatura respecto del paradigma imperante entonces, que era el criollismo, y ese tránsito de usted y sus compañeros hacia otro tipo de escritura.
– De hecho, yo estaba en preparatoria -básica- cuando Italia invadió Abisinia. Y nosotros -los chiquillos- tomamos partido en esa guerra, y después en la segunda Guerra Mundial. Yo todavía era adolescente y ya teníamos discusiones muy vehementes con mis compañeros. El chileno de hoy es mucho más provinciano que el del año 30.



¿En términos de no interesarse en lo que pasa más allá de sus fronteras?
– Claro. Fijémonos en los noticiaros de televisión: ¿qué sale de noticias extranjeras? De las pocas que eligen, muchas son de crónica roja.



La Mesa de Diálogo al papel



Tiene por cábala no hablar de los libros en los que está trabajando. Es un poco superstición, explica, y otro poco precaución, para no prometer libros que después no saldrán. Lo que sí tiene claro es que este año Alfaguara editará sus cuentos completos, que incluye cuatro libros de relatos inéditos.



Son creaciones que datan, en su mayoría, de la época del régimen militar. "Durante la dictadura no quise publicar nada -cuenta. Al comienzo publiqué algunos textos, y una o dos cositas mini subversivas, pero no libros. Elaboré mi fórmula: ‘no sé qué es peor, si la rabia de que la censura me rechace o la vergüenza de que me apruebe’. Entonces guardé los libros, porque no creía que iba a durar tanto la dictadura. Cuando llegué la democracia, los releí y me puse a corregirlos. Hasta ahora."



¿No cree que a algunas de las personas que admiran su literatura les interesaría saber más sobre el hombre Guillermo Blanco que del tránsito de Guillermo Blanco por la historia?
– No sé. Yo tengo un sentido muy fuerte de la privacidad, no me sale abrir ciertos ámbitos. Me costaría mucho darles el gusto si quisieran eso.



Su libro empieza en el período de Ibáñez y termina en el 73. Expresamente no quiso abordar el período de la dictadura, pero ¿por qué no incluir su participación en la Mesa de Diálogo, por ejemplo?
– Es que eso viene después. Quise centrarme en el período republicano, hasta el 73. Tuve la tentación de incluir la segunda república (después de 1990), pero habría descoyuntado el libro. Y di hubiera metido la dictadura, todavía estaría escribiendo. Además, me propuse escribir el libro de memoria sin acudir a documentos, y la dictadura tiene un efecto curioso: las cosas de la dictadura se dan en una especie de noche plana, no hay volumen. Y yo no podría saber con seguridad qué pasó primero y qué después -algunas cosas sí, por supuesto, pero la mayoría no. En segundo lugar, en dictadura fue todo tan negro…



¿Y piensa escribir sobre la "segunda" república?
– No sería extraño que escribiera algo sobre la Mesa de Diálogo, concretamente. Y lo escribía en el mismo tono que esto: lo que yo recuerdo. Y tengo apuntes. Fue una experiencia maravillosa, por eso me gustaría contarlo. Hay una especie de jucio rápido sobre que la Mesa de Diálogo fue un fracaso; yo estoy convencido de que no. No podía ser un éxito desde el punto de vista que mucha gente esperaba. No es que nos conformáramos con menos: es que logramos lo que podíamos. Por ejemplo, que las Fuerzas Armadas reconocieran que habían violado los derechos humanos, cosa que no habían hecho. O que nunca más se hablara en Chile de presuntos detenidos desaparecidos. Además las Fuerzas Armadas se comprometieron a no volver a caer en eso.

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