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Papa condena la Guerra Santa Islámica y entra en la espinuda arena política

Teólogo católico suizo Hans Kueng, inhabilitado por el Vaticano para la docencia en la Universidad de Tubinga por rebelde en 1980, señaló que declaraciones papales no serán bien recibidas en el mundo musulmán, lo que no es precisamente una señal de aliento en los planes de Benedicto XVI de estrechar lazos con otras religiones y menos para el viaje que proyecta realizar pronto a Turquía.


Cuando parecía que la visita esta semana del Papa Benedicto XVI a su tierra natal en Baviera, Alemania, iba a transcurrir como otras, sin discusiones teológicas y en el marco de la más absoluta espiritualidad y cordialidad religiosa, el tema del terrorismo y de la violencia musulmana hizo cambiar abruptamente las cosas. El Santo Padre no sólo condenó la Jihad -la guerra santa islámica- sino que en el fondo trasmitió, como interpretaron analistas europeos, una directa "excomunión a la espada de Mahoma".



Este hecho, que ocurrió en la ciudad bávara de Ratisbona, casi pasa desapercibido en el planeta por la conmemoración del quinto aniversario del más atroz y cruento acto terrorista ocurrido en la historia de la humanidad, el de las Torres Gemelas de Nueva York, perpetrado precisamente por musulmanes radicales guiados por Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, que costó la vida a más de tres mil personas.



No todos escucharon al Papa. La gran mayoría mundial concentró su mirada en el rostro del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, quien sin reconocer su fracaso en lo que él llama "la guerra global contra el terrorismo", trasmitió un optimismo gris sobre la violencia occidental en los escenarios bélicos del Medio Oriente, donde la situación es crítica, entre otras causas, por el odio esparcido y los desmanes cometidos por los soldados estadounidenses.



En Baviera, el Papa aludió a los musulmanes de hoy con palabras de hace 615 años cuando un emperador bizantino (Manuel II Paleólogo), en un diálogo que sostuvo en Ankara con un investigador persa, se refirió a la religión y a la violencia diciendo "muéstrame lo nuevo que ha traído Mahoma y ahí sólo encontrarás cosas malas e inhumanas como las que ha ordenado difundir, con la espada, la fe que predica".



"A Dios no le gusta la sangre»



"A Dios no le gusta la sangre», añadió el pastor Joseph Ratzinger y el hecho de no actuar racionalmente, se opone a la esencia de Dios. Esto marca una diferencia muy nítida entre el cristianismo y la doctrina musulmana. En esta última, "Dios es absolutamente trascendente y su voluntad no está unida ni siquiera a la razón». La diferencia está frente a la imagen de Dios, que "es el gran peligro entre el cristianismo y el Islam", dijo.



Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, Bush, con un tono triunfalista intentaba explicar los últimos cinco años de su relación más directa con el mundo islámico actual, que ciertamente es inexplicable: las guerras en Afganistán e Irak con miles de muertos y gran destrucción moral y material; el bombardeo de El Líbano por Israel, un estrecho aliado de EE UU; los atentados de Al Qaeda en Londres y Madrid; las amenazas de Washington contra Irán y Siria; la inseguridad mundial que hoy afecta por igual a los pasajeros de los aviones comerciales como a los habitantes y visitantes de las grandes ciudades; y la decepción del pueblo estadounidense frente a su "líder" que, según las encuestas, lo ven equivocado y enredado en su propio fracaso.



El objetivo de la guerra, iniciada en Afganistán, se mantiene: apresar a Osama bin Laden y a todos los líderes de Al Qaeda, lucha que ya se extiende por cinco años, sin saberse cuánto más durará, porque como dijo Bush "sin importar" el tiempo que esto demore, "EE UU los encontrará y los enjuiciará". Su ingenuidad aflora cuando cree o hace creer que con estas detenciones se terminará el terrorismo en el mundo, como creyó también que con el derrocamiento de Saddam Hussein en Bagdad se evitarían cruentos atentados, la tortura, los secuestros, los apresamientos ilegales, las cárceles clandestinas, los asesinatos y la guerra civil o que en Afganistán los talibanes renunciarán al fanatismo y aceptarán sin más la democracia estadounidense de los "MacDonalds" que Bush trata de imponerles.



Hay si otro objetivo mucho más contundente y que completa la reflexión anterior. Los planificadores de la guerra en Irak querían confirmar en el mismo escenario bélico en el Cercano Oriente, en forma absoluta y definitiva, la supremacía mundial de Estados Unidos, lo que hasta hoy no les ha sido posible y este fracaso se vislumbra como el gran lastre que acompañará a Bush para siempre en la historia.



Arrogancia y poca sensibilidad



"Esta lucha ha sido denominada choque de civilizaciones, pero en verdad es una lucha por la civilización", destacó Bush en su discurso del 11 de septiembre en referencia a la tesis del politólogo Samuel Huntington. Sin embargo, el Papa desde la lejana Baviera, en medio de bosques que comienzan a perder sus hojas al entrar al otoño, acotó que la razón y la religión no son en ningún caso separables y criticó que en la "lucha de las culturas" de corte religioso y la confrontación con el mundo del Islam, Occidente se maneje con arrogancia y poca sensibilidad.



En esta forma, Ratzinger separó claramente las responsabilidades de cada "bando" y remarcó las inclinaciones violentistas de cada uno, tanto de los musulmanes como de la denominada "coalición de Occidente" que de paso le ha dañado la carrera a importantes políticos europeos como el español José María Aznar, el italiano Silvio Berlusconi y el británico Tony Blair, que ya inició su caminata por la senda del adiós.



El teólogo católico suizo Hans Kueng, que el Vaticano inhabilitó para la docencia en la Universidad alemana de Tubinga por rebelde en 1980, señaló que las declaraciones papales no serán bien recibidas en el mundo musulmán, lo que no es precisamente una señal de aliento en los planes de Benedicto XVI de estrechar lazos con otras religiones y menos para el viaje pastoral que él proyecta realizar pronto aTurquía.



Así y todo, entre Ratzinger y Bush hay coincidencias en cuestiones valóricas que el político republicano adoptó por razones y ventajas electorales y que algunos observadores consideraron en su momento como importantes para su llegada a la Presidencia de Estados Unidos en el 2001.



Con la influencia del fallecido Papa Juan Pablo II y del actual Benedicto XVI, la Iglesia Católica institucional estadounidense, que aparte de los protestantes, forma la comunidad religiosa más grande de EE UU con 65 millones de fieles (23 por ciento de la población), ha seguido en general un camino conservador y solidario con el proyecto de Bush. Esto no la libera de constantes crisis y divisiones internas que separan, por un lado, a los movimientos conservadores -opositores al aborto, a los matrimonios gays, al celibato y al papel de la mujer en la Iglesia-, y, por otro, a los sectores más progresistas influenciados por la Teología de la Liberación que claman por mucha más justicia social.



Bush y otros líderes conservadores estadounidenses hicieron suya la propuesta de Juan Pablo II "la cultura de la vida", que lanzó al mundo como un desafío para "valorar y cuidar la vida frente a los grandes peligros y amenazas", oponiéndose así a las reivindicaciones de grupos o movimientos católicos más progresistas.



Así expuesta las cosas, el mundo no vislumbra vientos de cambio. Mientras "la cultura de la vida" siga siendo parte de la doctrina tradicional de la Iglesia; no terminen las guerras indeseadas; y no se produzca un diálogo entre las culturas y civilizaciones, la incertidumbre será cada día mayor.



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walterk@vtr.net

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