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Primarias en Pennsylvania: un martes decisivo en un año decisivo

Los visos de macartismo en la campaña, las continuas evocaciones de Hillary Clinton favorables a Harry Truman, el más republicano de los presidentes según muchos analistas, los ataques de la extrema derecha contra Obama, señalándolo como un "izquierdista desbocado", apuntan a una polarización inevitable en la recta final de la elección presidencial, sumando la beligerancia reencontrada con los rencores del pasado.


La primaria de Pennsylvania este martes ha sido anunciada como decisiva en la contienda por la nominación entre los dos candidatos demócratas, la senadora por el estado de Nueva York Hillary Clinton, y el senador por el estado de Illinois Barack Obama.



De no vencer Clinton por una diferencia de 15 por ciento o más, se le hará muy difícil remontar la ventaja de 160 delegados que le lleva Barack Omaba. "La aritmética y el ritmo de las primarias hasta el momento favorecen a Obama", nos dice una fuente. "Si Clinton no vence en forma contundente, le costará remontar la ventaja en delegados de Obama", agrega.



Hillary llega a esta primaria con una ventaja de un 5 por ciento en los últimos sondeos en Pennsylvania, siendo que superaba a Obama en un 20 hace poco tiempo atrás. La ventaja de Clinton en superdelegados – los líderes del partido liberados para apoyar a cualquiera-, que suman algo más de 24, también disminuye.



Barack Obama enfrenta esta primaria con 1,645 delegados mientras que Clinton mantiene 1.507. Se disputan 158 delegados y en el mejor de los casos Clinton podría obtener 12 a 15 más que Obama, según Nancy Cook de la National Public Radio. De vencer Obama en Pennsylvania, la diputa por la nominación acaba aquí, según ha señalado Terry Madonna, profesor de ciencia política entrevistado por Cook. Aunque enfatiza de que es improbable que ocurra.



Lucha desigual



Barack Omaba enfrenta a varios oponentes que forman una especie de "frente anti Obama". El más conspicuo es encabezado por el bando que apoya a Hilary Clinton, más que por ella misma.



El otro, es liderado por John Mac Cain, visualizándolo como supuesto contendor para noviembre. A ellos se les suma el trasfondo de la ideología conservadora que inteligentemente se inculcó en las dos últimas administraciones republicanas, pero que proviene del "presidente teflón": el conservador por excelencia Ronald Reagan. El término fue acuñado por Patricia Schroeder, congresista demócrata, apuntando a un político al "que no se le pega nada, es decir no se hace responsable por nada". Por ejemplo, el fraude Irán-Contra en Nicaragua.



Los medios también hacen su parte. Desde The New York Times en el Este, hasta Los Angeles Times en el Oeste, comienzan a enrostrarle el atildamiento de un discurso poco firme; léase, no beligerante. La popular columnista del The New York Times Maureen Dowd, cautivada un instante por el nuevo aire de su discurso, lo condena por su aparente blandura y tendencia al discurso abstracto.



Apelando al instinto conservador del ciudadano, desde la prensa estadounidense se intenta inculcar a los tres candidatos el discurso conservador que ha servido en tiempos de guerra. Y de crisis.



A pesar de que no hay comunismo que amenace, y la contención del "peligro amarillo" del Asia está bien desarrollada, Occidente y su epicentro de poder que es Estos Unidos, continúan en guerra. Aparece un candidato como Obama con un diagnóstico diferente, y se le traduce como blando, indeciso, poco claro. Poco claro, porque no quiere guerra y porque en realidad la guerra fue inventada.



Los visos de macartismo en la campaña, las continuas evocaciones de Hillary Clinton favorables a Harry Truman, el más republicano de los presidentes según muchos analistas, los ataques de la extrema derecha contra Obama, señalándolo como un "izquierdista desbocado", apuntan a una polarización inevitable en la recta final de la elección presidencial, sumando la beligerancia reencontrada con los rencores del pasado.



El país tiene la oportunidad única en esta elección presidencial de reconciliarse consigo mismo y con el mundo que alienó por una política de supremacía global equivocada, pero está a punto de perderla. Todo, por la posibilidad de que Obama pudiera triunfar. Por esta vía el lenguaje de Mac Cain se desvirtuó tanto como el de Clinton.



Es un año decisivo. El Papa Benedicto 16 y Gordon Brown, Primer Ministro de Gran Bretaña, se reunieron con George W. Bush durante la semana pasada. Claramente las dos visitas responden a la transición que enfrenta Estados Unidos en el cambio de la administración que, con todo el poder a su disposición, más ha gravitado en las relaciones internacionales en las dos últimas décadas.



Como dos pinzas en la historia, la economía política de las dos administraciones de Ronald Reagan en la década de los años 80, y la filosofía política de las dos administraciones de G.W. Bush, al comienzo del nuevo milenio, constituyen el período de más larga instalación de la ideología conservadora, no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo. Esta elección de 2008 no se puede ver sino en este contexto.



Tal vez los seis meses que restan antes de la elección, sean efímeros para pedirle un cambio a una población y a un sistema político que optó de alguna manera por refugiarse en el control, más que integrarse en la cooperación global. Pero igual, a partir de Barack Obama la política en Estados Unidos no será nunca la misma. De alguna forma alteró la rigidez de la agenda. El serio reagrupamiento conservador o neo conservador es el mejor indicador al respecto.



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