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De la victoria al gobierno a todo galope

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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El presidente electo recibe una pesada herencia. Para usar sus propias palabras en el discurso de celebración: «Sabemos que los desafíos que nos trae el mañana son los más grandes de nuestras vidas, dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera en un siglo».


La elección de Obama produjo un realineamiento político en su país a favor de los demócratas, y conmovió al mundo en general. De sus predecesores en la Casa Blanca, 42 han sido WASP (la sigla en inglés de Blanco, AngloSajón y Protestante); cinco de ellos de origen holandés o alemán, pero confundidos como tales, y uno no protestante, sino católico, Kennedy. Obama es el primer jefe de gobierno que pertenece a una minoría no europea, y no solamente en su país, sino en todo el mundo noratlántico, el «occidente» que ha tenido el monopolio de la historia durante los últimos tres siglos. Y su vicepresidente, Biden, es católico, otra rareza en EE.UU.

Logró el 52,6 % de los votos populares (versus 46,1 % de McCain), la más alta mayoría para un demócrata en las últimas décadas, y con una gran participación electoral, el 62,8 % de la población de 18 años o más, la segunda en un siglo.

Se impuso por grandes mayorías entre las minorías (afroamericanos, latinos y asiáticos), los jóvenes, los más y los menos educados. Ganó en los sectores en disputa: católicos, independientes, suburbanos e incluso veteranos de guerra. Y aumentó el porcentaje de votos demócratas en segmentos en que los republicanos son mayoría: blancos, conservadores, sureños y evangélicos.

La votación que obtuvo Obama fortaleció las corrientes favorables a su partido. En el voto femenino, que habitualmente es más conservador que el masculino, sacó el 56% de la votación. También en el caso de los más educados, 58% entre los posgraduados. Y el voto hispano, el segmento con mayor crecimiento electoral, en que logró una mayoría de 2 a 1, que le dieron la victoria en Nevada, Nuevo México, Colorado y, ¡oh sorpresa!, Florida, en que obtuvo el 57% del voto latino, debido a que hay una creciente comunidad hispana no cubana y a que los jóvenes de origen cubano no son reaccionarios como sus padres.

A lo anterior se suma por supuesto un viraje ideológico. Por primera vez desde la elección de Johnson y su programa de la gran sociedad, la mayoría de los norteamericanos opina que el gobierno debe hacer más. Lo que también repercute en el aumento de las mayorías demócratas en ambas ramas del Congreso.

A pesar de ese auspicioso contexto, el presidente electo recibe una pesada herencia. Para usar sus propias palabras en el discurso de celebración: «Sabemos que los desafíos que nos trae el mañana son los más grandes de nuestras vidas, dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera en un siglo».

Tanto es así que muchos piensan que, dado el altísimo costo del rescate de la economía, Obama deberá postergar su programa de inversiones en capital humano y social, mientras apaga los incendios que le dejó la derecha libremercadista, militarista y plutocrática, tarea que podría tomarle más de un año. Otros, en cambio, sostienen, recordando al presidente Roosevelt en 1932, que esas inversiones son parte de la solución.

Las prioridades, según el candidato triunfante en plena explosión de la crisis económica, serían el paquete de rescate, que incluiría un alivio tributario para la clase media, seguido por, en el siguiente orden: las energías renovables, el seguro de salud, la reforma tributaria y la educación.

No obstante, agregó, «no sabemos lo que pasará en enero» (asume el 20 de ese mes) y «poco de esto podría realizarse si continuamos viendo la fundición potencial del sistema bancario o financiero». Y como dijo en su noche de triunfo, después de resumir su ambicioso programa: «Tal vez no llegaremos ahí en un año ni en un período presidencial, pero nunca he tenido más esperanzas que en esta noche, de que América (así llaman a su nación) lo logrará».

La campaña de 21 meses de Obama, la actividad política más exitosa y larga que se le conoce, en tiempos en que la actividad de gobernar es también una campaña permanente, nos da un indicio acerca del estilo de la nueva administración. Recordemos que comenzó de cero y encabezada por un candidato novicio.

En esos largos y a veces difíciles meses demostró una notable disciplina y capacidad organizativa, sin trascendidos, debates públicos ni egos. Obama es audaz pero no imprudente, progresista pero pragmático para enfrentar situaciones inesperadas, imperturbable pero capaz de reajustarse sin rencores a los avances de sus adversarios. Y logró utilizar con gran destreza la tecnología de vanguardia. Además, es un gran comunicador, como Reagan.

La transición por lo demás ya comenzó, aunque en silencio. Obama no está afectado por el caos como Clinton, la indecisión como Carter o la impulsividad como Bush. Es calmado y metódico, como lo demostró muy en especial al estallar la crisis económica a mediados de septiembre de este año.

Mantiene una conversación constante con el secretario del Tesoro (Hacienda) Paulson, lo que no significa que esté de acuerdo con él. Y prueba de ello es que insiste en que el país tiene un solo presidente y gobierno y de que anunció que no asistirá a la sesión en Washington de los G-20 para tratar la crisis económica internacional, aunque es posible que tenga algunos contactos informales.

También ayuda a Obama que entre sus asesores económicos se cuenta Timothy Geithner, el presidente de la Reserva Federal de Nueva York (una de las ramas del banco central norteamericano), que está en contacto directo con Wall Street. Y cuyo nombre ha sido mencionado, junto al de Larry Summers, el único economista que ha sido secretario de Hacienda en la historia de EE.UU., durante el gobierno de Cllinton, para ocupar esa Secretaría.

Si no se llega a un acuerdo entre los demócratas y la actual administración para un proyecto de estímulo económico, lo más posible es que se presente uno con el que ambas partes estén de acuerdo, y Obama patrocine el resto cuando asuman las nuevas autoridades, el 20 de enero, debidamente negociado con los líderes demócratas del Congreso, al cual podrían sumarse algunos legisladores republicanos.

Asimismo, Obama mantiene una relación con el general Petraeus, a cargo de las tropas de Irak a Afganistán, como consecuencia de su cargo de Senador. Y respecto de los problemas militares también le ayuda que el presidente de la Junta de Política de Defensa sea un ex subsecretario de Clinton.

Lo más probable es que la victoria de Obama permita llegar a un rápido acuerdo con Bagdad para retirar las tropas norteamericanas de Irak en un plazo cierto, como lo desea el gobierno de ese país, y al que hasta ahora se opone Bush. En cuanto a Afganistán, la nueva administración norteamericana, después de algunos cambios militares tácticos para disminuir las bajas civiles e incrementar la seguridad, es muy posible que impulse negociaciones entre Kabul y los talibanes con los buenos oficios de Riad.

Considerando las designaciones del Secretario General de la Casa Blanca y del equipo de la transición, más los nombres que circulan como posibles nombramientos políticos de la nueva administración, es posible preveer que en ésta convivirán veteranos del gobierno de Clinton con la juventud obamista y algunos moderados republicanos, como los senadores Lugar y Hager, e incluso Colin Powell.

Esa Secretaría General recayó en uno de los principales y más duros operadores de la administración Clinton, Rahm «Rambo» Emanuel, nombramiento que recuerda la frase de Haldeman, quien lo fuera del presidente Nixon: «Todo presidente necesita un hijo de puta, yo soy el de Nixon». Un comentarista más elegante dijo que Emanuel sería un látigo de acero en el guante de terciopelo en la mano del Presidente. En todo caso, es una clara demostración de que sus decisiones deben ser implementadas, también de la reconciliación con los Clinton.

Dentro de ese cuadro, no solamente los norteamericanos, y también los chilenos deberíamos comenzar a apretar las cinchas, porque es inevitable que vamos a galopar, a lo menos por un año.

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