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Tres razones para atacar a Hamás… ahora

Ehud Ólmert y Tzipi Livini, segunda a bordo de Kadima, han tenido y siguen teniendo que luchar arduamente por el voto del electorado israelí. Ninguno de los dos ha llegado a la alta política tras una espectacular carrera militar, algo que en Israel suele ser muy poco habitual, por lo tanto genera desconfianza.


Nadie pone en duda la precisión con la que Israel estableció el «timing» de su ofensiva contra Hamás. La operación va de la mano con una coyuntura política mundial que tiene esencialmente tres componentes. Analicemos uno por uno.

Primero lo más obvio. En breve acaba la administración de George Bush, buen amigo de Israel, y se instala en la Casa Blanca un inquilino desconocido que probablemente habría colocado muchas más restricciones a una ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza. En ese sentido, el análisis de Tel Aviv es simple: actuar ya y evitar una acción de consecuencias imprevisibles. Los hechos hablan por sí solos. Poco antes de que las tropas israelíes incursionaran en territorio palestino, Washington dijo que «dejará que su gran aliado hebreo decida por sí mismo la forma en que responderá a los ataques de Hamás». Mientras el presidente electo, Barack Obama, guardaba silencio, con el astuto argumento de que «opinar es tarea del presidente».

Segundo, porque desde el 1 de enero la presidencia de turno de la Unión Europea está en manos de la República Checa, probablemente la nación más pro-israelí de todo el conglomerado europeo. Si bien los checos han sido sumamente consistentes en cuanto el suministro de ayuda humanitaria a los palestinos, y durante la Guerra Fría la Checoslovaquia comunista era una acérrima aliada de la nación árabe, hoy no disimulan sus simpatías por Israel.

«Praga considera que la ofensiva terrestre israelí es una táctica de defensa y no un ataque», declaró en días pasados un vocero del Ejecutivo checo. «Israel tiene derecho a defender de los ataques a localidades donde viven civiles, además, con esa actitud Hamás se ha marginado del dialogo político», expresó por su parte el Canciller, Karel Schwarzenberg (los pronunciamientos que se emiten en el resto de Europa han sido más cuidadosos de no ofender a las partes y se limitan únicamente a pedir un cese al fuego inmediato). Esas declaraciones de los checos dan testimonio de que Tel Aviv puede descansar sabiendo que durante el primer semestre de 2009 se encontrarán con una UE mucho más permisiva que bajo el liderazgo de la Francia de Nicolás Sarkozy.

Los checos dicen poder influir positivamente en el conflicto porque históricamente han mantenido buenas relaciones con ambas partes, sin embargo, en los últimos años esta consigna diplomática se ha convertido más bien en un cliché. Praga es contraria al diálogo con Hamás hasta que esa organización no deponga las armas, y reconoce exclusivamente al movimiento Fatah, así como al presidente palestino, Mahmud Abbas, como su legítimo interlocutor. Cabe preguntarse entonces: ¿Cómo le irá a la UE, con los checos al frente, en sus negociaciones de paz?

Lo único que pide Israel es que la Unión Europea exprese suficiente entendimiento a la hora de asumir una postura consensuada. Y confía que Praga sabrá hacer bien la tarea. A pesar de que en el primer intento haya fracasado: Israel rechazó este lunes las condiciones propuestas por la delegación comunitaria liderada por Schwarzenberg, o sea, no quiere a observadores internacionales en la Franja de Gaza como sugiere la UE.

En otras palabras, la República Checa no asume el rol de mediador entre Israel y los palestinos como un actor imparcial, sino más bien como un país cuyas simpatías se cargan hacia el Estado hebreo, y que evidentemente le gustaría que la UE asumiera esa misma posición. Esto indudablemente complicará cualquier negociación al frente de los veintisiete.

La guerra como campaña electoral

La tercera razón que apuró a la ofensiva israelí -y probablemente la de mayor peso-, tiene que ver con el panorama político local de cara a las elecciones anticipadas del 10 de febrero.

Según recientes encuestas, las fracciones que más posibilidades tienen en los próximos comicios son las religiosas y las de derecha, lideradas por el Likud (del ex premier Benjamín Netanyahu). Kadima y el Partido Laborista habrían perdido terreno. Aunque antes del ataque la derecha habría obtenido 65 de los 120 escaños del Knéset, mientras la izquierda y las formaciones de centro un total de 53 escaños, según encuestas publicadas el jueves, seis días después del bombardeo, pero antes de la operación terrestre, las cosas estaban 60:60.

«Hay quienes cuentan los cuerpos de las víctimas, y al mismo tiempo cuentan escaños al Knéset. Cuerpos a cambio de votos, principalmente para el Partido Laborista». Según la agencia de noticias IPS, el parlamentario israelí de origen árabe, Ahmed Tibi, acusó con esas palabras a la coalición gubernamental integrada por Kadima, del primer ministro Ehud Ólmert y la Canciller Tzipi Livini, y el Partido Laborista de Ehud Barak.

Es decir, cada vez que un gobierno israelí se halla ante pronósticos desfavorables, los políticos tratan de convencer al electorado de su abnegación en la lucha por la integridad territorial y la soberanía de Israel. Por ejemplo, la campaña militar «Uvas de la Ira», lanzada para acabar con los ataques de Hezbolá contra el norte de Israel sucedió precisamente en período preelectoral. Ariel Sharon se convertiría en primer ministro justo después de estallar la segunda intifada, en 2002.

Dos meses después de asumir el poder en 2006, el flamante nuevo primer ministro Ehud Ólmert ordenó el ataque a Líbano. Ahora, faltando pocas semanas para que su sucesor sea confirmado por el parlamento en las venideras elecciones, desencadenó una nueva operación militar en Gaza.

Precisamente Ólmert, así como Livini, segunda a bordo de Kadima, han tenido y siguen teniendo que luchar arduamente por el voto del electorado israelí. Ninguno de los dos ha llegado a la alta política tras una espectacular carrera militar, algo que en Israel suele ser muy poco habitual, por lo tanto genera desconfianza. A eso se suman las permanentes críticas de un sector político liderado por Benjamín Netanyahu por la supuesta incapacidad del Gobierno de atacar a Hamás, y por si fuera poco ha resurgido en los últimos días el fantasma de la fallida guerra de Líbano en 2006.

No obstante, los principales analistas sostienen que la operación israelí en Gaza no tiene nada que ver. Al menos en términos militares. Las tropas israelíes que entraron en Gaza el sábado no son las mismas de entonces, se trata de unidades sumamente bien entrenadas, con armamento bien integrado, que combaten de acuerdo a un libreto de guerra urbana ensayado en Nagev, una aldea ficticia palestina en territorio israelí. Pero en términos políticos la situación es similar a entonces.

Según el informe de la Comisión Winograd, nombrada por el Gobierno de Israel para investigar la actuación de sus fuerzas durante la Segunda Guerra del Líbano, tanto el gobierno como el Ejército fallaron al no definir objetivos políticos claros ni la manera de alcanzarlos por la vía militar. En esta guerra, tampoco se vislumbran objetivos políticos.

En conclusión, aunque por lo visto Israel no sufrirá tantas bajas como hace dos años contra Hezbolá, más fuerte que Hamás, la falta de objetivos políticos sigue siendo el problema. Los posibles escenarios tras el conflicto podrían ser: la conformación de un nuevo gobierno palestino con Fatah (poco probable), una nueva ocupación de la Franja de Gaza (menos probable), o simplemente una situación de caos y anarquía. La tercera parece la más real de las alternativas, sin descartar incluso un escenario mucho más real aún, es decir, que tras la jornada electoral del 10 de febrero todo vuelva a la normalidad y Gaza siga siendo gobernada por Hamás.

*Carlos González es periodista chileno radicado en Praga y Bruselas.

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