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Cumbre del G-20 en Londres: la hora de la verdad

El 2 de abril la crisis financiera puede tener un punto de inflexión, pues todos los participantes tienen presente lo que ocurrió en la década de 1930 por falta de acuerdo y coordinación. Hoy además estamos conectados, en un mismo bote, y la mayor parte de los gobiernos del G-20 son una red de redes, como lo demostró en público la extrema cordialidad de la reunión entre los presidentes Obama y Lula en la Casa Blanca.


Los ojos del mundo entero están puestos en la cumbre de los jefes de Estado y de Gobierno del G-20, que se celebrará en Londres el 2 de abril. A ella asistirán sus miembros, África del Sur, Alemania, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Corea, China, EE.UU., Francia, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia y Turquía, que suman cerca del 90% del PIB, el 80% del comercio y de los dos tercios de la población del mundo, más España.

El Grupo se fundó en 1999 por el G-7 (EE.UU., Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y Japón), las grandes potencias de entonces, como corolario de la crisis asiática, y para facilitar el diálogo económico entre los países industrializados y los llamados mercados emergentes, a nivel ministerial. Se lo pensó como un complemento del también entonces recién fundado Comité Financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Tuvo una existencia  lánguida, hasta que despertó en la reunión de Washington, el 15 de noviembre de 2008, que se citó, ¡oh sorpresa!, por el muy unilateralista presidente Bush, en Washington, para intercambiar ideas acerca de los problemas financieros que se iniciaron en Wall Street, y donde se acordó la cumbre que se celebrará próximamente en Londres.

Desde entonces la crisis se transformó en económica, cada día se profundiza más, y pasó a ser una pandemia, que cambia radicalmente las relaciones internacionales. La importancia que de súbito adquirió el G-20 es de por sí una demostración de que entramos en una nueva era, un cambio de paradigma. Como enfrentar la crisis, a nivel mundial, es la agenda londinense. La gran pregunta es si lograrán ponerse de acuerdo. Recordemos que en 1931 fracasó una conferencia con fines similares en Londres, y desembocamos en la II Guerra Mundial. En esta oportunidad, se espera un mejor desenlace, aunque los G-20 se debaten en múltiples dilemas.

Comenzando por EE.UU., el epicentro, y a pesar del cambio de gobierno, Washington todavía no tiene claro que hacer respecto a la banca y el sector financiero. Las autoridades dicen tener un plan, pero no lo describen, y hasta ahora han pretendido rescatarlos con las medidas habituales: prestamos, patrocinio de fusiones y, de manera indirecta, el estímulo a la economía; pero el crédito sigue atascado.

Ante ello, cada vez se habla más de nacionalización, palabra que se usa en dos sentidos. La más obvia, es intervenir la banca, y reemplazar las gerencias; eliminar a los accionistas; hacer funcionar la banca con el dinero público que sea necesario; conservar los activos que se supone tóxicos y, a medida que la economía se regularice una vez superado el pánico, venderlos y, cuando los bancos sean económicamente viables, aunque sea en un tamaño más reducido, privatizarlos a precio de mercado. Es decir, la política que siguió Suecia cuando tuvo una crisis financiera similar a principios de la década de 1990.

La otra, es nacionalizar las pérdidas, es decir, que el Estado compre los activos considerados tóxicos, y los venda cuando la situación se estabilice y, si pierde, le pase la cuenta a los bancos. Así se procedió con las asociaciones de ahorro y préstamo a fines de la década de 1980 en EE.UU., y la consecuencia fue que el gobierno perdió solamente parte de su inversión inicial, pero ese sector financiero privado desapareció.

Dada esa experiencia, que es inconcebible que se repita en el caso de la banca, lo que se propone es que el gobierno adquiera esos activos sin derecho a ser indemnizado. El problema es el precio. Si se hace a los de mercado, siempre existe el de los buitres en EE.UU., los bancos quiebran. Y si se hace a un precio supuestamente «justo», las pérdidas gubernamentales pueden ser gigantescas. Por ello, la actual administración ha pretendido solamente asegurar un precio a los cuervos, y rezar para que sus otras medidas revivan a los bancos zombies, pero el resultado puede ser también una fuerte pérdida para las arcas fiscales.

El problema es ideológico, ambas soluciones repelen a la mayoría de los norteamericanos. No conciben empresas estatales, salvo los transportes colectivos urbanos, que son municipales, y las reaseguradoras de hipotecas, que están disfrazadas de privadas. Y menos que sea el gobierno quien pague las deudas del sector privado, ya que las bancarrotas de las pymes son bastante comunes en EE.UU. Por ello la administración Obama busca la cuadratura del círculo. Con todo, recientemente se vio en Washington a las autoridades suecas que intervinieron sus bancos. Y un conocido cómico propuso calificar la operación, no de nacionalización, sino de pre privatización.

La segunda disyuntiva es internacional. Se comenta que hay una gran diferencia entre la euro zona, que pondría el énfasis en el fortalecimiento de la regulación internacional de los mercados, en especial del financiero, y la eliminación de los paraísos fiscales, y EE.UU., que insistiría en un paquete de estímulo equivalente al 2% de la economía mundial y en el incremento del capital del Fondo Monetario Internacional. En el proyecto de estímulo se embarcaron China, que en términos proporcionales tiene el paquete de estímulo más grande en ejecución, y Japón.

En realidad, ambos proyectos son complementarios y responden a la situación de cada país. El estado del bienestar europeo es el más desarrollado y tiene estabilizadores automáticos, gasto social (atención médica, recapacitación laboral y seguros de desempleo), bastante eficientes para las recesiones, aunque no se sabe como responderá ante una depresión. Y EE.UU. es el epicentro de la crisis, con un muy incipiente Estado de bienestar y con el mercado financiero más desregulado y sin supervisión del mundo.

Un mercado sin Estado, como he dicho más de una vez, no solamente es una anomalía histórica, sino también altamente ineficiente en un mundo globalizado, como lo demuestra que la crisis contagió incluso ese objeto político no identificado, la Unión Europea, que tiene un banco central sin ser Estado.

El gran obstáculo para retornar a la normalidad es la presunta soberanía de los Estados-naciones contemporáneos, concepto que es la raíz de la actual pandemia. En la mayor parte de las relaciones internacionales, también en los mercados mundializados, lo más relevante es ahora la interdependencia, con las debidas reciprocidades, en un sistema multipolar o sin polos. Y en especial en EE.UU. quien debe rescatar su sistema bancario y aumentar el gasto fiscal. Iberoamérica también es parte de este proceso, tendremos cuatro representantes en Londres. En nuestra preparación habría que destacar la Cumbre de América latina y del Caribe para la Integración y el Desarrollo, que agrupó una serie de cumbres regionales, en Sauípe, Brasil, citada por el presidente Lula. Buscó acuerdos respetando la variedad de la región, y una institucionalidad propia, por primera vez en 200 años de independencia, con el apoyo entusiasta del presidente de México. En la política regional es imposible la unanimidad, más bien deberíamos encausar el disenso, para evitar quiebres, y que por lo  demás es fructífero en un cambio de era como el que vivimos. Y ese es precisamente el proyecto brasileño.

A esa cumbre siguió la conferencia de la Comunidad Iberoamericana, en Oporto, citada por la secretaría pro tempore, el gobierno de Portugal, para fijar una posición común en la cumbre del G-20 en Londres. Hubo consenso que las medidas de estímulo en ejecución son insuficientes para enfrentar la crisis, que se espera se intensifique en la región hacia mediados de año. Se acordó proponer una nueva arquitectura económica internacional, sobre la base de sistemas regulatorios universales de los mercados financieros y la creación de mecanismos de supervisión, más allá de los limitados acuerdos de buena conducta en el marco del Banco de Pagos Internacionales de Basilea (que es un foro de discusión, análisis de políticas e intercambio de experiencias de los bancos centrales del mundo).  Además, se resolvió reforzar al FMI, para transformarlo en una especie de banco central global, duplicar su capital y activar los derechos especiales de giro, una especie de moneda de cuenta que refuerza las reservas de los banco centrales de los países en desarrollo. También propondrán elevar el capital de los organismos financieros regionales, en nuestro caso, como el BID y la CAF.

En Asia, Japón y China recurrieron en ayuda de Corea para sostener su moneda. A fines de febrero, esos tres países asistieron a la cumbre de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (APSEA), en Tailandia, donde se comprometieron a incrementar los mecanismos de trueques de monedas y líneas de crédito a los miembros de APSEA para ayudarlos a enfrentar la crisis. Éstos, a su vez, preocupados por el renacimiento del proteccionismo, suscribieron un tratado de libre comercio con Australia y Nueva Zelandia, que se suma a los que ya tienen con China y Japón. Un tratado similar con India está en avanzada negociación.
El principio de consenso que rige a la APSEA, más acuerdos indicativos, hacen dudar a los occidentales del proceso de integración asiática, pero ello refleja más bien un desconocimiento cultural de las relaciones entre países en que la mayoría de sus idiomas no conocen declinaciones ni conjugaciones, es decir, son muy concretos y casuísticos.

A lo que se suman los proyectos de estímulo de China y Japón. En realidad, parece haber un cambio de modelo de crecimiento en Oriente. Desde el japonés, ahorro y exportación, al desarrollo del mercado interno. Ello no es fácil, se trata nada menos que de cambiar hábitos culturales. Beijing también ha hecho presente su preocupación por el valor del dólar, tiene inversiones gigantescas en deuda pública norteamericana, como consecuencia de los déficits que producirán las políticas de estímulo de Washington. Obama le ha dado garantías. Esa relación, llamada G-2, es fundamental para equilibrar la economía mundial; no puede haber países que ahorran y producen y otros que gastan y consumen.

En la reunión preparatoria de la cumbre de los G-20 de Ministros de Economía y Finanzas y gobernadores de bancos centrales del Grupo, que se celebró recientemente en Horsham, Gran Bretaña, se recomendó seguir ambos carriles, con el mismo fin, en otras palabras, se encausó el disenso hacia un mismo objetivo, salir de la crisis y atacar también sus causas.

Respecto del estímulo, no se fijó una meta mundial como quería Washington, pero hubo promesas individuales. Los europeos sostuvieron que no tenía sentido  inyectar más dinero a la economía mientras el sistema bancario estuviera paralizado. Se instó a la administración Obama a encontrar el camino para destrabar su sistema financiero. Y ante la sorpresa general, se acordó un documento titulado «marco para la recuperación y reparación financiera».

En cuanto a la regulación, aunque no se fijan fechas, se mencionan la supervisión de los mercados financieros, reglamentar el capital y reservas de los bancos, controlar los fondos especulativos y los paraísos fiscales, entre otros temas, Y se informó que la administración norteamericana está terminando un llamado «documento blanco», en que detallará los cambios regulatorios que estima necesarios para supervisar los mercados financieros norteamericanos en el futuro en pocos días más.

También se conversó incrementar el capital del Fondo Monetario Internacional. EE.UU. propuso triplicarlo, a 750 mil millones de dólares, y. la Unión Europea, duplicarlo, más un posible préstamo de 100 mil millones, que ya ofreció Japón.

Los países de BRIC (Brasil, Rusia, China e India)  aplaudieron los acuerdos que amplían el Foro de Estabilidad Financiera y el Comité de Basilea de Supervisión Bancaria a todos los países del G 20, y sostuvieron que debía hacerse lo mismo con la Junta de Niveles de Auditoría Internacional y entidades similares, todos los cuales son autonomías del Banco de Pagos Internacionales. Rechazaron el proteccionismo y llamaron a terminar con la ronda de Doha. Y condicionaron el incremento de sus contribuciones al FMI al aumento de su derecho de voto, que se fijó al fundarse el FMI de acuerdo con el peso de las economías en ese entonces. Hoy están especialmente sobre representados los europeos a costa de las economía emergentes.

Ahora bien, ¿se resolverá de manera positiva el dilema del G-20 en Londres? No es fácil hacer una afirmación. Sin embargo, todos los participantes tienen presente lo que ocurrió en la década de 1930 por falta de acuerdo y coordinación. Hoy además estamos conectados, en un mismo bote, y la mayor parte de los gobiernos del G-20 son una red de redes, como lo demostró en público la extrema cordialidad de la reunión entre los presidentes Obama y Lula en la Casa Blanca y que he intentado esbozar en este artículo.

Si bien no creo que la cumbre de Londres supere la crisis económica mundial, lo más probable es que será un paso importante para lograrlo.

 

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