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El G-20 y un escenario global dominado por el neoconservadurismo

Las declaraciones previas de algunos líderes no son inocuas. Por ejemplo, una apuntan tanto a la especificidad, «que se evite a toda costa el proteccionismo comercial» (Gordon Brown).  O aquella ampliando la mirada,  «que se abra una nueva era de cooperación entre los países», (Vice Premier chino Wang). Existe un velado reclamo en la aspiración china, así como hay una insistencia en no desmantelar las reglas del juego del libre comercio.


Este jueves 2 de abril comienza el anunciado encuentro del grupo de países que se reúne bajo la égida del G-20.  Representan el 85% del producto mundial según la información oficial.

Es una suerte de «mini» cumbre económica que enfrenta un clima global de exasperación  y desaliento por el fracaso de políticas económicas que todavía encuentran eco en un escenario político global todavía dominado por el neoconservadurismo que las implantó. Es decir, en su mayoría, es una reunión de «los colgados», que acuden a plantear como sacar el cuello de la soga.

Hay probablemente mucho por discutir y poco por hacer, porque lo por hacer en serio y de verdad se reduce al campo de la política, donde muy pocos están dispuestos a ceder terreno o cambiar las reglas de juego.

Realizar o no los cambios estructurales indispensables para detener la continua destrucción del capital productivo desde la adopción del ajuste estructural a la economía mundial en la década de los 80, está fuera de la discusión.

El evento, por la documentación oficial se remitiría a reimpulsar la estabilidad financiera, el crecimiento económico y el empleo bajo los mismos parámetros o políticas económicas de desarrollo que llevaron al actual descalabro. En este sentido es el mismo relato de hace tres décadas aproximadamente, solo que la diferencia están en la crisis más aguda desde la recesión disparada en 1929.

El punto clave de la reunión es restablecer los patrones de crecimiento económico global, a través de tres compromisos: estabilizar los mercados financieros, y posibilitar que las personas y las empresas enfrenten la recesión; reformar y fortalecer el sistema financiero y económico global para recuperar la confianza y la credibilidad institucional. 

El G-20 en su origen estrictamente es un encuentro de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales, que se ha ampliado, por la emergencia, a los jefes de estado de turno. Su inicio data del 15 de diciembre de 1999, en Alemania, como respuesta a la crisis financiera de entonces, y la presión de las economías emergentes para establecer una plataforma de negociaciones más compartida y equilibrada.

El continuo fracaso de las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio aceleró la idea de esta especie de cumbre de los administradores de las políticas económicas. En el fondo es una reunión respaldada por un marco de trabajo financiero que acaba en compromisos de mercado bien concretos. 

Potencia del PIB y desigualdad

La reunión concita a 19 países representando el 85% del producto mundial según la información oficial, más una representación de la Comunidad Europea, a los cuales se suman el FMI y el Banco Mundial, entre otras instituciones. Han sido seleccionados bajo un criterio mixto de indicadores entre los cuales están el PIB, el ingreso per cápita y variables geopolíticas.

Sin embargo, esta cumbre reúne también a los países con mayor PIB, y entre ellos los de mayor desigualdad. Cinco de ellos tienen un coeficiente de desigualdad GINI superior a 45, con Argentina  (51.3), Brasil (57.0) y Sudáfrica (57.9), entre los peores coeficientes del mundo. Un  GINI razonable se considera entre 25 y 35, donde 0 (cero) es la posibilidad de máxima igualdad, y 100 de máxima desigualdad. Dinamarca ofrece el mejor con 24.7, y Namibia el peor con 74.3. (ONU .2008).

Bajo este criterio, más de la mitad de los países que asisten exhiben un GINI superior a 35.0. EE.UU. y el Reino Unido tienen 40.8 y 36.0 respectivamente. Rusia está en 39.9 e India con 36.8. Una espuria relación existe entre el PIB, el crecimiento y la desigualdad, donde Japón es la potencia de PIB superior mostrando el GINI más óptimo con 24.9. Será improbable que el aumento de la desigualdad quede al margen en una reunión donde se hablará del empleo.

Las declaraciones previas de algunos líderes no son inocuas. Por ejemplo, algunas apuntan tanto a la especificidad, «que se evite a toda costa el proteccionismo comercial» (Gordon Brown).  O aquella ampliando la mirada,  «que se abra una nueva era de cooperación entre los países», (Vice Premier Chino Wang). Existe un velado reclamo en la aspiración china, así como hay una insistencia en no desmantelar las reglas del juego del libre comercio -uno de los ejes del ajuste de la economía de los años 80- internamente y externamente. De alguna forma, la visión de una nueva cooperación -término que se presta a distorsión- no ensambla precisamente con el criterio de libre comercio amparado por la desregulación a destajo.

Se espera mucho de la participación del nuevo presidente de EE.UU. Barack Obama y que de alguna forma con su liderazgo y discurso deje una impronta para llevar adelante una suerte de nuevo contrato socioeconómico global.  Obama ha tenido una implacable oposición del neoconservadurismo que parece no dar pie atrás en EE.UU. y en el mundo.  Por las ambiguas y a veces regresivas medidas tomadas en Europa, especialmente en Alemania y Francia, el impacto  del neoconservadurismo pareciera haber dejado allí una huella más profunda.

Una variada gama de opiniones señalan que EE.UU. después de la debacle económica del actual modus operandi del sistema capitalista, no tiene mucho que propagar. De hecho el discurso del Vicepresidente Joseph Biden en la recurrente mini cumbre del progresismo en Chile, dejó vislumbrar que EE.UU. «no está para entregar recomendaciones», sino que él cuenta lo que se está haciendo en EE.UU.  Precisamente es en EE.UU. donde se están tomando las medidas más audaces para salir del estancamiento. Este no es otro que el producto de la exacerbación del ajuste estructural aplicado en la década de los años 80, con sus tres ejes fundamentales: privatización a ultranza de los servicios públicos y las empresas estratégicas; desregulación al límite de lo permisivo en el ejercicio del Estado; y apertura de mercados, también con mínimo control.

Es ahora, 25 a 30 años después de la aplicación del ajuste, cuando se comienza a recibir el impacto más profundo de las políticas aplicadas en los años 80, que construyeron el reino del capital especulativo descontrolado y que terminaron destruyendo la consistencia mínima del capital productivo. En uno de sus tantos discursos en la lucha por la aprobación del presupuesto, Barack Obama reforzaba la idea del «cambio cultural y el inicio de una nueva era centrada en el valor del trabajo». Por la practicidad de los requerimientos de la crisis, y porque el sistema económico en general está pendiendo de un hilo, tal vez sea impropio aspirar a que la filosofía política penetre en esta reunión en Londres.  Una persona ligada el mundo laboral en EE.UU. decía que había que ser ingenuo en esperar demasiado de la oportunidad que abre Barack Obama con su insistencia en trabajar los problemas con la intermediación, con estrategias mixtas fortaleciendo la base de los compromisos sin alienar y confrontar. Pensé en el indispensable atributo de la ingenuidad, cuando mucho de lo que se ve parece tan precario.

 

 

 

 

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