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Cumbre de las Américas: Cuba y EE.UU. frente al argumento ideológico

El casi medio siglo de bloqueo económico a Cuba y la imposibilidad de haberlo levantado permanece todavía como el símbolo del poderío de EE.UU sobre la región. También es el epítome de la inconsistencia con el argumento ideológico como centro oculto.


La Quinta Cumbre de las Américas de Port of Spain, Trinidad Tobago, en los anuncios pasará a la historia por proponer la esperada transformación de la perversa dependencia de los países de América Latina y el Caribe respecto a la política exterior de EE.UU. Precisamente estuvo antecedida por el pronunciamiento estadounidense de levantar algunas restricciones hacia Cuba y que en cierta forma marcó la pauta, o tal vez el ánimo del encuentro.

El dato significativo es que se llevó a cabo con una administración en EE.UU. promoviendo mayor autonomía y libre determinación. Pero también hará historia como la cumbre de la agenda alterada al «último minuto». Lo programado inevitablemente debió abrir espacio al representante del fenómeno político más crucial de las últimas décadas, como es Barack Obama.

El reemplazo en EE.UU. de un presidente ultra conservador como George W. Bush que reconocidamente incrementó la confrontación, por un político como Obama, representando la intersubjetividad y la narrativa del mundo pos colonial, sin definiciones binarias y beligerantes, partidario de procesos cognitivos integrados, elementos esenciales en formar relaciones, es el componente clave del contexto internacional emergente que la Cumbre pareció resaltar.

Con los textos de análisis político hay un antes y un después de Barack Obama. Los publicados antes de su elección y asunción al poder, aunque tengan fecha 2009 algunos, carecen del referente principal, y Obama ni aparece en el índice de nombres.

Con esta Cumbre, de cumplirse lo prometido también habrá un antes y un después de Port of  Spain, como lo dejó entrever la presidenta argentina Cristina Fernández. «Nunca había sucedido antes, el presidente de Estados Unidos fue ovacionado por los líderes hemisféricos», señala la enviada de La Nación de Buenos Aires, Silvia Pisani.

La determinante ideológica

Además de los temas habituales de economía, desarrollo y pobreza, las expectativas y el uso del tiempo se concentraron en la política hacia la región del nuevo presidente norteamericano, estrechamente ligada al embargo y la reintegración plena de Cuba a la «nomenclatura» de la región.

Cuba y el embargo es el dedo en la llaga. Es un factor atravesando una realidad que se desea superar, y que es donde se concentra el argumento ideológico: el que «duele» más, porque obstruye demasiado. Nunca un país geográficamente pequeño y tan próximo a EE.UU, había sido tan gravitante y amenazante. En medio de la peor crisis capitalista, la nación más anticapitalista subsistía y en algún momento la pesadilla ideológica debía terminar. 

El casi medio siglo de bloqueo económico a Cuba y la imposibilidad de haberlo levantado permanece todavía como el símbolo del poderío de EE.UU sobre la región. También es el epítome de la inconsistencia con el argumento ideológico como centro oculto.

Hecho ley en EE.UU. (1992), el embargo en su divulgación ha estado conectado a la condición del sistema político,  aunque en su esencia ha sido punta de lanza de una doctrina basada en que EE.UU. no aceptará en el hemisferio occidental sur ninguna forma de gobierno que se oponga activamente al sistema capitalista.

Si fuera por sistema político cerrado, autoritario y violador de DD.HH., desde que EE.UU. impuso el embargo en 1962 debería haber aplicado la misma medida a quizás medio centenar de países, partiendo con las monarquías del Golfo Pérsico, el mundo árabe, y varios regímenes cerrados en regiones de África y Asia y  América Latina, que con comodidad entran en los parámetros de la ley que ampara el embargo de EE.UU. a Cuba.

Las medidas de levantar las restricciones de viajes estadounidenses a Cuba, autorizar a ciertas compañías estadounidenses operar en la Isla, abrir el uso expandido de servicios de celulares y conexión satelital, entre otras, parecieran poner fin a la pesadilla ideológica. También proyectan lo que la Cumbre no pudo decidir, pero que en una postura por fin homogénea en la región podría materializarse: el pronto levantamiento del embargo.

En Florida residen más de un millón 200 mil cubanos con nacionalidad estadounidense, cuya interacción comercial o personal con Cuba produce un flujo monetario de más de mil millones de dólares al año.

Según el Grupo Brattle, si las restricciones a los viajes y los depósitos monetarios del actual embargo se levantaran, esta interacción entre cubanos de los EE.UU. y cubanos de Cuba producirían cerca de mil 600 millones de dólares adicionales, y generarían 20.000 empleos. K. Lipner, economista de la Universidad de Miami, calculó que el Estado de Florida pierde entre 750 millones y un mil millones de dólares anualmente por el embargo.

Pocas veces el siguiente paso, el levantamiento de este embargo sin condiciones, estaría examinando cuan diferente es la nueva política exterior de EE.UU. bajo la nueva administración. Para EE.UU. no será fluido reorganizar relaciones en una región marcada por beligerancias y antagonismos producidos por alternativas de supervivencia puestas al límite, y por una exagerada y continua dependencia en recursos y políticas externas para su desarrollo, del origen que sean. La mayor autonomía y la «libre determinación» no están garantizadas, y está la inercia de prácticas acendradas.

Sin embargo, por las declaraciones tanto de Barack Obama -«debemos aprender de la historia sin dejarnos atrapar por ella»- como por las de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, reconociendo el fracaso del embargo, crecen las expectativas para una mayor integración en la administración de las relaciones internacionales y una política internacional menos expuesta a doctrinas de supremacía y control estratégico.

La cumbre reflejó un ambiente como que después del fuerte cachetazo de la crisis económica 2008-2009, los líderes de turno estuvieran en una euforia de paz y progreso, haciendo recordar el fin de la Segunda  Guerra Mundial.

Y de alguna forma, se comienza a salir de una guerra, todavía indefinida en el carácter y su dimensión, más allá del estrecho ámbito de la lucha internacional contra el terrorismo. Por sus efectos aún indescifrados y ciertamente por la fatiga imperante, la cumbre ayudó a palpar esa sensación de un ciclo que pereciera cerrarse.

El célebre Senador Frank Church, en una entrevista en agosto de 1969, decía con premonitora lucidez: «Si nos liberáramos de la obsesión ideológica – de asociar  automáticamente una revolución social con comunismo y éste con  expansión soviética o china- estaremos en condiciones de distinguir los desordenes en el mundo y evaluarlos en sus mérito intrínsecos, lo que significa enfocarnos más en el contenido y menos en nuestros miedos».   

La nueva política exterior de EE.UU. está en una disyuntiva. O mantiene la doctrina del cambio de régimen en Cuba bajo la clásica presión externa intervencionista, o contribuye a reconstruir una nación en base a determinantes ancladas estrictamente en procesos locales.

De todas formas, el hecho de que en América Latina y el Caribe exista más determinación para integrar a Cuba en la OEA y acabar con el embargo, justamente cuando hay un presidente en EE.UU. como Barack Obama, expresa la dependencia de la región de esa nación.

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