Asustado, temeroso y defensivo, el hoy director técnico de la selección argentina lloró como un niño, insultó a los periodistas y se abrazó con Bilardo luego de pedir a gritos el término del partido que lo clasificó directamente al mundial de 2010, tras vencer en los últimos minutos a un irreconocible Uruguay. ¿Seguirá la telenovela en Sudáfrica?
Se vivió como un clásico mucho antes que comenzara. Al arribar al aeropuerto de la capital uruguaya, los periodistas se abalanzaron sobre el presidente del fútbol argentino, Julio Grondona, en medio de un tumulto caótico, con combos y todo. El plantel de Maradona llegó al hotel cerca de las 21:30 hora local. Se instauraba una cierta y necesaria calma, pero todo recién comenzaba. Eran las 2:30 de la madrugada y en el piso 10 donde alojaba a la selección argentina, comenzaban a encenderse las luces de las habitaciones de los seleccionados. Afuera, un automóvil con hinchas charrúas «traspasaba» la seguridad del lugar, lanzando petardos y bombas de ruido. Maradona dejó descansar a sus pupilos hasta las 12:30 del día siguiente.
Se dijo de todo. La prensa trasandina cuestionaba al «10» por su magra campaña (de ocho partidos al mando de la albiceleste, ganó 4 y perdió 4, nunca se olvidará la derrota por 6-1 en La Paz), los hinchas argentinos no agotaban las entradas destinadas para el visitante y los uruguayos necesitaban ganar para clasificar al mundial de forma directa. Una verdadera final para un país que puede soportarlo todo menos la marginación a una cita de balompié mundial. Y eso al Diego ya le comenzaba a pesar.
Fue un partido errático, impreciso, de entradas fuertes, pero muy contenido. Argentina con dos líneas de cuatro jugadores trató de ganar la pelota en el medio y durante la mayoría del primer tiempo lo logró, pero sin hacer daño significativo. Uruguay buscaba las individualidades de Forlán y Suárez, pero no resultó suficiente. Cuando en los segundos 45´ todos esperábamos la tan ansiada final sudamericana, faltando 11 minutos el autor del gol con «la mano de de dios» había sacado a un delantero y un volante de salida, cambiándolos por un volante defensivo y un defensa. Mientras, Washington Tavarez depositaba la confianza en el juego aéreo de Abreu que nunca llegó.
Tiro libre desde la derecha, rebotes, un uruguayo se queda habilitando a cuanto argentino estaba en el área. La pelota termina en la red y se desatan la histeria y los gritos de Diego Armando. «Terminálo árbitro, terminálo». Caminaba como si se hubiese reencontrado con ese maldito vicio que alguna vez lo tuvo por el suelo. Pitazo y más llantos. Tanta fue la emoción que se abrazó con Carlos Bilardo, quien 10 minutos antes del final del partido daba instrucciones a 8 metros de Maradona. «Ahora que digan lo que quieran», gritaba el seleccionador argentino. «Esto se lo dedico a esta gente (la barra trasandina) y a mis jugadores, a nadie más, chúpenla», le gritaba con rabia a la prensa, su gran Pepe Grillo en este proceso. Cuando se abrazó con sus pupilos, formó una ronda y todos cantaron: «…periodismo, la puta que te parió».
Lo cierto es que lo consiguió. Pero también es cierto que él mismo aseguró, antes de lo ocurrido en el Centenario de Montevideo, que una vez terminada las clasificatorias, conversaría con Julio Grondona sobre su continuidad. ¿Aguantará el pueblo albiceleste la irregularidad de Maradona? Independientemente de la determinación del presidente de la AFA, hoy Dieguito puede decir que lo ha probado todo, pero todo.