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Estados Unidos perdió el monopolio de la Historia

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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La creatividad estadounidense parece haberse atascado cuando la revolución de la tecnología de las comunicaciones se transformó en una financiera, con las desgraciadas consecuencias que todos conocemos. Y las inversiones del Pentágono en investigación y desarrollo, la dosis de planificación de la economía norteamericana, parecen haber dejado de tener efectos civiles.


La gira del presidente Obama por Asia, en especial la cumbre del G-20 en Seúl, volvió a demostrar que Occidente, encabezado por EE.UU., perdió el monopolio de la historia.

La unipolaridad fue sólo un momento, la mundialización del sistema norteamericano, un instante, y el turbocapitalismo financiero se hizo añicos. Washington no ha podido ganar la guerra contra el terrorismo, pese a su arsenal nuclear, ni imponer el orden en Irak, Afganistán o en las aguas somalíes con sus portaviones y flotas desplegados en todos los océanos.

Ahora se agrega el histórico varapalo que recibió Estados Unidos en la cumbre del Grupo de los 20, el flamante alto comando de la economía mundial desde la implosión de Wall Street el 2008, en Corea del Sur, país donde tiene desplegados cerca de 30 mil soldados desde hace décadas.

Washington pretendió que se presionara a China para que reevaluara su moneda, con el argumento de que manipulaba su valor, y que se acordara una franja en las cuentas de intercambio internacionales, con máximos de superávit y déficit, para equilibrar el comercio entre los diversos países. Poco antes de la cumbre, además, el banco central norteamericano, la FED, mediante una triquiñuela contable, «alivio cuantitativo», inyectó al mercado 600 mil millones de dólares con el fin de estimular su economía.

Berlín sostuvo que las diferencias en los superávit y déficit en el comercio internacional eran más bien consecuencia de distintos niveles de competitividad que de manipulaciones cambiarias. Y Brasilia protestó porque la expansión monetaria norteamericana inundaría de dólares a las economías emergentes, en busca de mejores rendimientos. Y el efecto colateral sería fortalecer las monedas de esos países y la consiguiente pérdida de su competitividad internacional.

El ministro de Economía alemán, el Dr. Wolfgang Schäuble, se permitió incluso dar una clase a los norteamericanos: «Con el debido respeto, la política de EE.UU. carece de sentido. Han bombeado enormes cantidades de dinero en la economía con altísimos déficit fiscales y la política monetaria…. y los resultados han sido la nada misma». «El modelo de crecimiento norteamericano está en crisis profunda. Los EE.UU. han vivido del crédito por demasiado tiempo, inflando el sector financiero innecesariamente.»

En esta materias, el G-20 resolvió que a) el FMI estudie pautas indicativas para determinar los desequilibrios en las relaciones económicas internacionales; b) rechazar las devaluaciones competitivas, que EE.UU. y China niegan que hacen, y c) permitir controles cambiarios para impedir que flujos especulativos de capital trastornen los sistemas financieros de las economías emergentes, y nadie duda que esos flujos serán alimentados por los inversionistas norteamericanos, gracias a la política monetaria expansiva de la FED, en vez de invertir en su propio país.

Es un gran avance  que el G-20 haya puesto sobre el tapete, y de manera equilibrada, la llamada por Brasilia guerra de las monedas. EE.UU., y no solamente China, es también responsable, con el agravante de que el dólar es moneda de reserva. Un buen resultado para la llamada «paciencia estratégica» de Brasilia.

[cita]El ministro de Economía alemán, el Dr. Wolfgang Schäuble, se permitió incluso dar una clase a los norteamericanos: «Con el debido respeto, la política de EE.UU. carece de sentido”.[/cita]

Además, es notorio que China está estimulando la demanda interna, el desarrollo hacia adentro, a lo que se suma el compromiso del presidente Hu de modificar el tipo de cambio sobre la base de retener la iniciativa, el control y la gradualidad. El equilibrio internacional de las balanzas de pagos es una tarea importante para mantener la estabilidad macroeconómica, como lo sostuvo el propio Hu.

Mientras tanto, el acuerdo relativo a los controles cambiarios para evitar los flujos de capitales golondrina es una gran victoria del desarrollismo sobre la ortodoxia neoliberal. Y en nuestra región harán esa defensa países como Brasil, Argentina y Colombia, mientras que se abstendrán de hacerlo los más ortodoxos, es decir, México y Chile. También es un avance el acuerdo  llamado «consenso del desarrollo de Seúl», un nuevo entierro del consenso de Washington, según el Financial Times.

La transformación de Corea del Sur en una economía emergente, bajo la batuta de una burocracia estatal independiente, que también reprimió al capital mediante la fijación de precios y otras exigencias, es espectacular. En 1960, el PIB per cápita, en dólares ajustados por su poder de compra, en Corea era de solamente 690, en cambio, en América Latina, iba de 4.401 en Uruguay a 901 en Honduras. Hoy, el 2009, según el FMI, el coreano es de 27.938 y el latinoamericano va desde14.525 en Argentina a 1.207 en Haití.

La consecuencia es que hoy Corea del Sur, por su nivel de desarrollo, tiene una política internacional, también económica, autónoma y no centrada en los EE.UU., a pesar de tener tropas norteamericanas desplegadas en su territorio Por ello, cuando Obama le pidió renegociar el tratado de libre comercio entre ambos países para lograr la aprobación por el Senado norteamericano, el gobierno de Seúl, que es de derecha, se negó a hacerlo.

A los acuerdos anteriores se suma que el G-20 dio su bendición a la reforma de la gobernación del Fondo Monetario Internacional, que incrementa la influencia de las economías emergentes; al intento de revivir la ronda de Doha, para acrecentar el comercio internacional, y a las normas de supervisión financiera que aumentan las exigencias en capital y reserva para evitar las crisis, llamadas Basilea III.

La cumbre a al APEC, que siguió a la del G 20 en Seúl, en Yokohama, Japón, fue bastantemente menos productiva. El Área de Libre Comercio Asia-Pacífico sigue estancada. Lo más probable es que se desarrolle por medio de agrupaciones regionales, y que algunos países asiáticos tendrán doble militancia.

A la Asociación  Transpacífico, compuesta por Brunei, Chile, Nueva Zelandia y Singapur, piensan sumárseles Australia, Estados Unidos, Malasia, Perú y Vietnam. Mientras que todo el Pacífico asiático seguirá por el camino Asean más 3, es decir, de los países de la estructura de cooperación del sudeste asiático, más China, Corea y Japón, como insiste Beijing.

En resumen, la política norteamericana logró unir al mundo sinoeuropeo, que propugna la responsabilidad fiscal, en especial respecto del derroche norteamericano, y al mundo en desarrollo, que predica la expansión económica, y que encabezaron Alemania y Brasil, respectivamente.

Simultáneamente, se olvidaron los conflictos fronterizos marítimos entre China y sus vecinos, situación que ha pretendido explotar la secretaria de Estado Clinton, y la hegemonía durante la Guerra Fría de Washington en países como Corea del Sur y Alemania. Recordemos que se dijo que la OTAN era para mantener a EE.UU. dentro (de Europa), a la Unión Soviética, afuera, y a Alemania, debajo.

Con todo, la disidencia norteamericana, dado el peso mundial de EE.UU., a la baja pero de indiscutible importancia, encarecerá el reequilibrio económico, indispensable para terminar con la guerra de las monedas, debido a la ausencia de dirección política. O al menos esta quedará entregada, por un tiempo al menos, a los gobiernos nacionales, que estarán tentados de traspasarle el costo a terceros.

Por desgracia, esa disidencia puede tener una larga duración. En razón de que parece ser la suma de la enfermedad británica y el excepcionalismo norteamericano.

La declinación imperial británica no fue consecuencia exclusiva del ascenso de EE.UU. y Alemania, ni de que se propasó, en sangre y hacienda, para mantener el statu quo. También se sentó en sus laureles, y fue incapaz dirigir el paso desde la primera a la segunda revolución industrial, es decir, de la máquina a vapor a la electricidad.

La creatividad estadounidense parece haberse atascado cuando la revolución de la tecnología de las comunicaciones se transformó en una financiera, con las desgraciadas consecuencias que todos conocemos. Y las inversiones del Pentágono en investigación y desarrollo, la dosis de planificación de la economía norteamericana, parecen haber dejado de tener efectos civiles.

Ese estancamiento hasta ahora no ha moderado el llamado «excepcionalismo americano». Según una reciente encuesta, el 75% de los norteamericanos piensan que su país es el más grandioso del mundo. Líderes de la derecha, por su parte, sostienen que trabajarán por reestablecer el excepcionalismo norteamericano en vez de negarlo o excusarse de él y se declaran una sucesión, y no una extensión, de la civilización europea de la cual emigraron.

Por cierto, muchas naciones y tribus se creen excepcionales y están orgullosas de sus logros, pero no se sienten depositarias de un destino manifiesto para convencer, o presionar, al mundo para que adopte su sistema y valores, cuya raíz es una teología milenarista.

Es de esperar que los varapalos enseñen.

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