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El criminal de guerra nazi que espió a Fidel Castro

Documentos desclasificados acaban de revelar que Walter Rauff, el nazi que desarrolló las cámaras de gas móviles, fue contratado por Alemania Occidental para espiar a Fidel Castro. La historia es de película.


Su nombre real era Walter Rauff y su legado consistió en diseñar los tristemente célebres «camiones de la muerte» durante la Segunda Guerra Mundial. Pero en América Latina se le conoció con el alias de Enrico Gómez y para los servicios secretos de Alemania Occidental (BND) fue simplemente el agente V-7410. Su función: espiar a Fidel Castro entre 1958 y 1962.

Documentos recientemente desclasificados por la BND y publicados por varios medios alemanes acaban de dar nuevos detalles sobre la vida de Rauff en América Latina y, en particular, sobre cómo pasó de ser responsable de más de 97.000 muertes en los campos de concentración a trabajar como comerciante en Ecuador, luego vivir de la pesca en Punta Arenas, Chile, y finalmente ser contratado por la BND para informar sobre cada paso del líder cubano.

Oficial de marina de profesión, Rauff participó en la invasión a Polonia, combatió en el norte de África y se preparó para asesinar a los judíos de Palestina.

Pero su labor principal fue diseñar en 1941 los «camiones de la muerte», también conocidos como las cámaras de gas móviles, con las que casi 100.000 personas murieron en varios campos de concentración en Polonia, Alemania y Ucrania.

Consistían en cámaras de unos seis metros de largo que estaban conectadas a los tubos de escape de varios camiones. Al encender los automóviles, las personas morían a causa de las emanaciones de gas y «sin que se generen defectos en los vehículos», como revelan los documentos.

Al terminar la guerra, Rauff escapó primero a Italia, luego a Siria y finalmente a América Latina. Llegó a Ecuador y finalmente, en 1958, se instaló a la ciudad más austral de Chile.

Pasado conocido

Cuando los servicios secretos de Alemania Occidental estaban pensando en contratar a Rauff para sus labores de espionaje, tenían perfectamente claro que se trataba de uno de los criminales de guerra más buscados de la época nazi.

«Desde el principio se sabía con quién estábamos tratando, pues Rauff nunca tuvo secretos sobre su pasado», dice una nota de 1984.

A cambio de unos 2.000 marcos de esa época al mes (que era un buen salario), Rauff debía ampliar el radio de acción de la BND y reportar cualquier hecho inusual o importante a sus superiores en Alemania, en especial todo lo relacionado con Fidel Castro.

La BND le entregó todos los equipos técnicos necesarios y además lo envió de regreso a Alemania en dos ocasiones para que tuviera entrenamiento especial. Esto ocurrió cuando Rauff ya tenía una orden de captura en su contra.

A pesar de todo el esfuerzo y de recibir en total unos 70.000 marcos, en las actas del BND se calificó su trabajo como «en su mayor parte sin valor» e incluso fracasó un viaje que tenía planeado a Cuba. Se le redujo su salario hasta que progresivamente se prescindió de sus servicios.

Poco antes de que la policía lo capturara en Punta Arenas en 1962, sus empleadores le recomendaron deshacerse de todos sus documentos valiosos.

Luego, una vez fue liberado en abril de 1963 por la Corte Suprema de Chile, que consideró que sus crímenes de guerra habían prescrito, la BND le ayudó a su familia con los pagos para los abogados.

En ese país sudamericano permaneció hasta su muerte, en 1984, y fue protegido por el régimen de Augusto Pinochet, que se negó a extraditarlo a pesar de que Simon Wiesenthal, el «cazador de nazis», pedía que fuera detenido.

Actualmente, a pesar de revelar los documentos, la BND ha tomado distancia de su antiguo colaborador. Bodo Hechelhammer, director del grupo de investigación de historia del BND, ratificó que los hechos no son «política ni moralmente justificables».

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