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Sistema educacional hace aguas en todas partes: profesora española dice que las salas de clases «crea máquinas sin cultura»

Sistema educacional hace aguas en todas partes: profesora española dice que las salas de clases «crea máquinas sin cultura»

«Nuestras aulas están pobladas por chicos inteligentes y críticos; a algunos incluso les importa aprender. ¿Qué respuestas vamos a darles?», pregunta Lola Moreno Lozano.


Lola Moreno Lozano es una profesora española de Lengua castellana y de Literatura Universal que tiene una visión crítica del sistema educacional de su país.

En una columna de opinión publicada en Huffington.es, reflexiona: «Nuestras aulas están pobladas por chicos inteligentes y críticos; a algunos incluso les importa aprender. ¿Qué respuestas vamos a darles? Salgamos del círculo vicioso de los horarios, las asignaturas y las notas. Preguntémosles qué quieren saber».

La publicación (completa)

Leo en un artículo de El País Semanal del 24 de diciembre que una pareja de editores, tras la pérdida dramática de su hijo de 18 años (frustrado por el sistema educativo francés), emprendieron un proyecto novedoso creando su propia escuela. El origen de la idea es triste, pero el resultado brilla por sí mismo y me produce cierta envidia. Transcribo: «Los cursos no se organizan en horas, sino en periodos. No hay notas. Los alumnos se pueden levantar a la pizarra sin cortapisas para explicar sus razonamientos (…) Los profesores se presentan como investigadores, potencian las ciencias del desarrollo y transmiten conocimientos dando a elegir al alumno lo que quiere saber, conscientes de que un enseñante es un descubridor de mundos.»

Esta última frase me encanta, me parece mágica pero complicada de hacer realidad, al menos, en un país como el nuestro. Llevamos años hablando de la necesidad de cambio, de la urgencia de renovación, incluso algunos centros se han estado sometiendo a cursos de formación. Pero precisamos una fuerza mayor. No podemos seguir atados a resultados de pruebas parciales, inexactas y externas. Nuestros jóvenes cada vez se ven más desenganchados de un sistema que hace aguas por todas partes. Empapados de estímulos externos a los libros y a las pizarras, pocos son los que dedican horas (de forma voluntaria) a investigar o a querer aprender. Todo lo hacen pensando en alcanzar la nota de corte. No han adquirido el placer de conocer por conocer. Algunos tienen inquietudes, pero las actividades extra escolares y la carga de deberes o de estudio les merman las ganas de lanzarse a descubrir lo que realmente les interesa.

En clase, a veces, hablamos de ello. Si el panorama fuera ya poco halagüeño, encima este curso se ha sumado la desquiciante situación de las reválidas. Hemos acabado el año y seguimos sin saber, a ciencia cierta, cómo será la nueva prueba de acceso a la Universidad. Siguen jugando con nuestros alumnos, como si fueran los últimos en esta cadena de despropósitos, como si no pintaran nada. Ellos lo saben. Se quejan, pero se ven atados a un sistema caduco que poca posibilidad de cambio ofrece.

María Santaelulaia y Alejandro Requena son dos alumnos que están pagando la novatada de las reválidas en 2º de Bachiller. Lo expresan así:

«Bajo mi punto de vista, el sistema educativo actual crea máquinas sin cultura. Estamos acostumbrados a aprender de memoria todo para el momento del examen, sólo importa la nota, no lo que aprendemos. Además, no se favorece la creatividad. Hemos llegado a un punto en el que todo lo artístico o creativo parece que no sirve para nada. Si no está escrito en un libro de texto no tiene futuro. Tienes que estudiar lo que sea rentable, siempre y cuando llegues al numerito que te piden. Si no, no eres inteligente, no tienes ningún futuro. Quizá algún día la capacidad crítica y la cultura general lleguen a nuestras aulas».

«Juro que cuando leo todos los artículos de prensa que hablan acerca de los modelos educativos cumbre y la demostración de estos, la envidia que recorre mis venas no es normal. Siempre que leo acerca de horarios flexibles y/o reducidos para evitar la fatiga del estudiante, del enfoque mucho más práctico a asignaturas que, a día de hoy, se limitan a ser explicadas y subrayadas en el libro de texto, o del desarrollo de unas facetas creativas y críticas que aquí casi brillan por su ausencia, no puedo evitar ir a comprarme un billete de última hora para mudarme al sutil mundo de la imaginación y construirme, ladrillo por ladrillo, un pequeño fuerte donde vivir hasta que un terremoto de realidad me hace volver a casa. Y, la verdad, cuando se está destinado a recibir una educación tan mediocre sin poder hacer nada al respecto, estas escapaditas no vienen nada mal. De hecho, gracias a esto puedo presumir de tener múltiples nacionalidades. No sólo soy español, sino también singapurense, finlandés e, incluso, japonés».

Nuestras aulas están pobladas por chicos inteligentes y críticos; a algunos incluso les importa aprender. ¿Qué respuestas vamos a darles? ¿Qué futuro les ofreceremos? No cuentan sólo los que están a punto de acabar el angustioso camino hacia la Universidad, muchos más vienen detrás. Salgamos del círculo vicioso de los horarios, las asignaturas y las notas. Preguntémosles qué quieren saber.

Como la cinta negra que se estiraba sin posibilidad de retorno en la canción de Pink Floyd, deberíamos dar la oportunidad a estos jóvenes de que experimentaran la sensación del vuelo fantástico, la atracción fatal que supone el conocimiento y dejaran así de estar atados al suelo para aprender a volar.

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