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Sermón a boca de jarro


El día siguiente a la segunda vuelta presidencial, el arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, realizó un periplo -oportunamente avisado a la prensa- por las casas de ambos candidatos: el derrotado Lavín y el electo Lagos.



Errázuriz puso ante las cámaras de TV su cara angelical -para algunos simplemente bobalicona-, y se despachó las acostumbradas frases de sentido común que abundan en boca de animadores de televisión, futbolistas y la mayoría de los clérigos.



Sin embargo, luego de visitar a Ricardo Lagos, y manifestando su confianza en el Presidente electo, el arzobispo dijo, con esa voz de bajos decibeles de quien no ha pegado nunca un grito:
-Don Ricardo tiene un gran respeto por la Iglesia católica. Sabe también de la ayuda que recibió él y muchos de sus amigos en los tiempos más difíciles y también cuando retornó a Chile. Ha tenido gran aprecio por la Iglesia y cuando regresó puso a sus hijos en un colegio de la congregación.



La cita amerita dos comentarios.



En primer lugar, la ambigüedad. El arzobispo habla de los «tiempos más difíciles», y uno debe deducir que se refiere al período dictatorial. Un extranjero recién llegado al país podría pensar que el sacerdote está hablando de las últimas inundaciones, o del prolongado tiempo de sequía. Una vez más, la omisión, y la tarea de deducir, de inferir que se refiere al tiempo de las torturas, las ejecuciones, las desapariciones.



Lo segundo, y más grave, es que Errázuriz, con su declaración, lanza lo que podría llegar a entenderse como una velada advertencia al futuro gobernante. Casi un chantaje. Algo así como «Nosotros lo apoyamos en los tiempos difíciles, y esa es una cuenta pendiente, algo que aún se nos debe. Ä„Ojo con ese laicisismo y ese agnosticismo!».



Ya en los años 80, cuando la Iglesia católica jugó un admirable rol de defensa de los derechos huamnos -y prácticamente nadie más lo hacía-, alguien advirtió sobre «la cuenta» que los frailes, tarde o temprano, iban a pasarle a la sociedad chilena. Esa cuenta es simplemente que se encaramaron a la categoría de única referencia de la moral, sin reparar en la falsedad que hay en eso.



Por si fuera poco, los curas que defendieron los derechos humanos, luego de la «depuración» pontificia, avalada por los informes, secreteos y consejos de Angelo Sodano, han quedado relegados a un tercer plano. Los que profitan ahora de esa defensa son -muchos de ellos- sacerdotes que en su momento defendieron el pinochetismo y que, de seguro, siguen justificándolo: Fuenzalida, Medina, Moreno, Cazzaro, Bacarreza y otros, cuál más, cuál menos.



En una de esas, el arzobispo Errázuriz ni pensó lo que dijo. Peor aún: está incorporado a su pensamiento más profundo. Lo que sí es cierto es que nadie reparó en esa declaración. Si alguien lo hizo, nada dijo. Nadie opinó, por ejemplo, que es intolerable que la Iglesia, obligada por la enseñanza de Jesús a prestar auxilio al perseguido, profite o exija algo a cambio de un acto que por doctrina le es consustancial. O que debería serlo.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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