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La levedad del ser

Buscaron en y en torno del lugar exacto en que el desaparecido de Concepción había desaparecido.


Era la sociedad toda, o casi toda, la que buscaba al desaparecido de Concepción.



Las dos (o tres, nunca se sabe) policías del Estado; los tribunales de justicia; los artefactos más modernas para oler todo tipo de pestilencias y detectar cadáveres o fugitivos o extraviados; los canes más especializados en fetideces; los amigos y conocidos; los copuchentos; los sádicos de todo el centro-sur del país y los que habían viajado desde el norte; es decir, todo el aparataje que una sociedad moderna, cristiana y occidental, como ésta, pudo arquitecturarse para buscar desaparecidos.



Los parlamentarios, el alcalde, el intendente, el Presidente de la República y los dos aspirantes a sucederlo en La Moneda, se habían comprometido a full con la familia del desaparecido. Y ante la opinión pública. Le harían todo el empeño, porque en esta sociedad no pueden suceder estas cosas horribles, no pueden suceder.



Había que demostrarle a todos, también al mundo, que no vivimos en Tumbuctú, que éste no es un país pestífero. Que aquí no soplan los vientos exterminadores del desierto del sur de Túnez, o del límite de Marruecos con la nada, esos que terminaron con la vida de la hermosa amante de El Paciente Inglés.



-Aquí somos expertos en encontrar desaparecidos.



Buscaron en y en torno del lugar exacto en que el desaparecido de Concepción había desaparecido. No encontraron nada. Pero en las afueras del lugar exacto, a unos 200 metros del lugar exacto, encontraron, tras cavar un metro, una calavera y otras osamentas de un cuerpo que fue humano. Tembló la familia y temblaron los buscadores. ¿Sería o no sería el desaparecido de Concepción? No lo era. Ä„Qué alivio, aún había esperanzas de encontrarlo vivo! El muerto encontrado no era el muerto buscado. Este desaparecido, afortunadamente, no era el desaparecido de Concepción. Lo echaron en un saco, después en un recipiente de piedra, y lo redujeron.



Y así sucedió repetidas veces, cada vez que los buzos bucearon en las profundidades de los lagos aledaños y de las ciénagas cercanas o que los sabuesos husmearon en la tierra húmeda debajo de la hojarasca. Encontraron, afortunadamente, los restos de un niño de cinco años que se había perdido jugando en el bosque, y no los del desaparecido de Concepción; los de una vieja de 78 años que se había extraviado en 1985 cuando salió huyendo de su casa después del terremoto, afortunadamente; los de un hombre que pedía normalmente limosna y que se había quedado dormido y helado en el invierno de 1974, afortunadamente; y otros restos de desconocidos, tal vez de detenidos desaparecidos o de desaparecidos sin haber sido detenidos, pero afortunadamente ninguno de ellos eran los del desaparecido de Concepción. Todos, al igual que en el primer descubrimiento necrológico, fueron echados en sacos, luego en recipientes de piedra, y reducidos.



Entre los buscadores, el Presidente, los parlamentarios, los candidatos a suceder al Presidente, los otros funcionarios, y los canes, hay lo que podríamos decir tranquilidad; y esperanza.
Esperanza porque el joven desaparecido de Concepción puede aún ser encontrado vivo.



Tranquilidad, no sólo porque se ha hecho todo en la medida de lo posible, sino también, por cierto, porque los restos de humanos encontrados no tenían nombres conocidos, ni carnés de identidad, ni habían estado en discoteca alguna. Que se sepa.



La levedad del ser. O, lo que es lo mismo, la levedad del no ser.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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