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Ese señor Lagos

Marcelo Mendoza
Por : Marcelo Mendoza Periodista y doctor (c) en Sociología. Autor del libro "Todos Confesos".
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Lo haga bien o mal, para estos efectos no importa: rompió la mufa transpirando y la jineta de capitán se la tiene de sobra merecida.


Yo no sé si Ricardo Lagos en verdad ha experimentado un cambio desde la debacle de la primera vuelta hasta ahora, pero me parece que sí.

Él dijo que iba a escuchar la voz del pueblo y no sé si la escuchó o no (por lo demás, ¿cuál es la voz del pueblo?, ¿dónde habla?, ¿con quién? y, por último, ¿quiénes son «el pueblo»?), pero de que algo oyó no tengo ninguna duda.

Lagos, antes de lanzarse a la arena propiamente política, era un académico de luces. De esos que asesoran organismos internacionales o gobiernos en problemas concretos, lo que -tal vez- hace la diferencia entre un experto y un así llamado intelectual. Un hombre inteligente, pero ajeno a divagaciones o megateorías y lejano a la filosofía: un tipo formal y terrenal, poco atrevido en sus desvaríos de pensamiento: con el tiro intelectual muy preciso y acotado.

Después se vio que el hombre no sólo pensaba de política sino que terminó actuándola. El famoso Dedo de Lagos fue el summum: eso parecía no ser aula de clases ni academia: era batalla campal: acción pura.

No es novedad decir que allí consolidó su liderazgo. Pero la acción reducida, el área chica del devenir político, le siguió siendo imposible. Hombre tímido y reprimido, el terreno eleccionario no fue el suyo. ¿Cómo podía por entonces competir por una senaturía, a pesar de El Dedo y su potencia, con un Andrés Zaldívar al que el metro cuadrado político le queda perfecto para su corporalidad? En vez del puerta a puerta, Lagos imponía la sala de clases, sin reconocer que a la gran mayoría de la gente el colegio y la universidad a muchos los dejó chatos. Excesivamente grave y severo es Ese señor Lagos, dijo más de uno.

Como ministro, nunca dejó de ser el académico, con el atributo adicional de generar un número importante de creaturas. Era una muestra de que lo suyo no era la teoría sino la resolución de conflictos y la respuesta a necesidades muy concretas. Eso es política de cancha grande. Nadie dejó de reconocerlo. Pero el olor de la arrogancia que exhalaba a cada paso nunca ha ganado una elección. Y también aburre.

Yo pensé que Lagos estaba condenado: que su rol político se iba a limitar al de un ideólogo que creaba interesantes referentes y que al mismo tiempo -rara dualidad- tenía la capacidad de gestionar eficientemente ministerios, pero que jamás iba a ganar una elección. Incluso me parecía que el tipo además tenía mala suerte.

Pero Lagos -hombre de sacrificio- logró romper la gafe. No sé si fue justicia divina u otra cosa absolutamente terrestre. Lo que sí sé es que matar la mufa no fue, como se ha dicho, asunto de comunicólogos autocomplacientes y oportunistas (entiéndase bien: en el sentido de siempre estar buscando «la oportunidad»): es mérito personal.

Hoy, cuando ya ha asumido como Presidente de Chile, noto que le calza la tricota. Su madre, de cientitantos años, ha dicho que ella sabía que le calzaba. No pocas desilusiones me han hecho un tanto escéptico y, en verdad, Lagos no me provoca ilusión alguna: no me hago muchas esperanzas de que vaya a cambiar las cosas sustanciales. Pero tengo que reconocer que, habida cuenta de que a su antecesor la tricota le quedaba enorme y ancha, a Ese señor Lagos le calza. Lo presentía, pero lo corroboré después de escucharlo hablar desde el balcón de La Moneda. Lo haga bien o mal, para estos efectos no importa: rompió la mufa transpirando y la jineta de capitán se la tiene de sobra merecida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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