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La ilusión del tiempo nuevo

Los ritos de renovación asociados a la asunción de un nuevo Presidente, tuvieron, además, como medio de contraste, el regreso del Presidente viejo, de esa figura arcaica pero vigente.


En Chile la figura del Presidente, jefe del Gobierno o Gobernador, tiene un prestigio casi mítico desde los tiempos del despotismo ilustrado, en la colonia. Confluyen en este personaje los terribles poderes del padre, el patriarca y el patrón, y también los del rey. En las sociedades más arcaicas el rey era el encargado de ordenar el mundo, de organizarlo, delimitarlo y defenderlo contra la desintegración, el caos, las catástrofes naturales y las oscuras fuerzas de la barbarie que amenazaban siempre con traspasar las fronteras.



En aquellos mundos primitivos se practicaba el regicidio ritual. Los sacerdotes determinaban cual era el momento de asesinar al rey, para evitar que transmitiera al pueblo su propio desgaste, agotamiento y decrepitud. Este era uno de los más drásticos ritos de renovación. Hay otros como la extinción del fuego viejo para encender los nuevos, lo que casi siempre importaba también el sacrificio del portador y el custodio del fuego.



Se identificaba de una manera mágica la vitalidad del rey con la fecundidad de la naturaleza y por extensión, con la creación, es decir con el cosmos que había nacido del ordenamiento del caos. La ceremonia en la que asumía un nuevo rey se identificaba con la recreación del mundo y el renacimiento de la tierra. Había un tiempo mítico de los orígenes, a partir del cual empezaba a transcurrir el tiempo histórico que se gastaba, degeneraba y envejecía. Por eso era necesario volver periódicamente a los inicios, para renovar el tiempo y el mundo caducos.



Estas estructuras míticas están hoy mucho más vigentes de lo que creemos. El Año Nuevo, por ejemplo, es un gran mito de renovación en el que se despide un tiempo viejo y se inaugura otro, y cada primero de enero, se difunde la sensación de que la vida recomienza.



Este año, además, se iniciaron un siglo y un milenio y empezó un nuevo gobierno. Tal vez por eso el cambio de mando fue acogido con una celebración popular que hace tiempo no se veía. El acto del Parque Forestal tuvo, además, algo de esa vuelta a los orígenes, el regreso a un illo tempore con mucho de paraíso perdido. Nos recordó a muchos las grandes manifestaciones de los años 70, tiempo que, al menos en el recuerdo, aparece como de un entusiasmo, un fervor y una libertad que perdimos, tal vez porque nos hicimos viejos, cómodos y cínicos, o quizás porque nos sometimos a las disciplinas militar y laboral.



Los ritos de renovación asociados a la asunción de un nuevo Presidente, tuvieron, además, como medio de contraste, el regreso del Presidente viejo, de esa figura arcaica pero vigente, que sigue ahí para recordarnos que ese otro tiempo, el del autoritarismo y la disciplina que se sitúa en las antípodas del tiempo de la fiesta, la espontaneidad y el desborde, también puede regresar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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